En medio de una enorme expectación que irá menguando a medida que el proceso entre en materia abordando cuestiones jurídicas y presupuestarias singularmente abstrusas para los profanos, este miércoles comienza en la Audiencia Provincial de Sevilla la vista oral contra 22 ex altos cargos de la Junta de Andalucía con sus presidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán a la cabeza.

Para la inmensa mayoría de ellos va a ser uno de los peores días de sus vidas. El hecho mismo se sentarse en un banquillo en un tiempo marcado por grandes casos judiciales de corrupción y, por tanto, ser vistos por gran parte del público como delincuentes ya es terrible para quienes nunca se vieron en un trance similar y además siempre han estado convencidos de que en el peor de los casos pudieron equivocarse, pero no delinquir. Eso, no obstante, tendrá que decidirlo el tribunal a lo largo de los próximos meses tras escuchar a los procesados y a más de un centenar de testigos propuestos por las partes.

No solo 22

En todo caso, y esta es una de las grandes contraindicaciones del relato de la acusación, para que la trama delictiva hubiera existido y cumplido concertadamente su propósito, a lo largo de una década tendrían que haberse coordinado entre sí yo ya los 22 procesados, sino decenas más de personas: los políticos y funcionarios que participaban en la elaboración del proyecto de Ley de Presupuestos; los políticos y funcionarios que tramitaban y aprobaban las modificaciones presupuestarias necesarias para alimentar la maquinaria delictiva; los políticos y funcionarios que gestionaban la concesión de las ayudas; los funcionarios que las pagaban; y finalmente los funcionarios destinados en los órganos de fiscalización encargados de velar por la legalidad de la gestión de los fondos públicos.

Entre la larga lista de sospechosos habría que incluir también en buena lógica a los diputados del Parlamento que cada año aprobaban esa paradójica 'ley ilegal' de Presupuestos, pero la instrucción los dejó fuera de la causa con el llamativo argumento de que los verdaderos culpables elaboraban el proyecto prespuestario de forma tan diabólicametne astuta que el Parlamento no sabía realmente lo que estaba aprobando.