Cuando digo que el presidente del PP, Pablo Casado, es un grosero, no lo digo a la ligera. Podría verse como un insulto, pero créanme que si quisiera dedicarme a la vacua descalificación utilizaría palabras más coloridas pues, como comprenderán, tengo un repertorio mucho más extenso y mordaz. Desde hace ya unos años, por cómo elige sus palabras, resulta evidente que Casado es una persona que ha decido ser un político grosero. Un estilo que detesto en cualquier representante público sea del signo ideológico que sea. La descalificación y el insulto rebaja la calidad del debate, algo poco oportuno en estos momentos, y no sirve para aproximar posiciones y ser constructivo.
La actitud de Pablo Casado, día tras día, es un obstáculo para que se pueda hablar en este país de los asuntos de estado. Es sorprendente, y lo digo porque yo dudo que fuera capaz de tener tanto temple, cómo Pedro Sánchez y su equipo navegan en estas aguas a pesar de la oposición que no quiere trabajar con la mejor de las actitudes, con la mejor de las disposiciones y con la mayor de las humildades para un problema que al mundo, en general, nos ha venido grande. Un problema sobrevenido, no buscado, la pandemia, que parece que eso también es culpa de Zapatero.
Pablo Casado, ejerciendo su posición y con el poder mediático que tiene, nos dejaba célebres frases, hace más de año y medio, como "el mayor felón de la historia democrática de España" o "lo más grave que ha vivido la democracia española desde el 23-F" y, pandemia mediante, la cosa sigue igual. No ha cambiado nada. No parece darse cuenta de que él está en lo más bajo del lenguaje político. Da vergüenza escuchar un discurso de oposición construido así, con ese tono y con esa elección de palabras, las suyas. Les recuerdo que Pablo Casado podría, y debería, elegir cualquier otro registro para hacer política. Si habla así es porque quiere, y yo empiezo a pensar que le encanta. Recibe aplausos de los suyos a cada grosería y, si es más grande, mayor aún es el estruendo en sus filas. Pareciera que le diverte hacer política para los suyos y vivir enajenado en un fácil pasar como político ignorando que, como líder, sus actos nos afectan a todos.
Aún así le sobra cinismo para describirse como moderado. Pero apostillar, tras soltar su bilis, con frases como "no son descalificaciones, son descripciones", cuando esa es SU opinión, y solamente una pobre opinión vertida sin hechos detrás que la sustenten, está tan cerca de la moderación como un puñetazo de una resolución pacífica a un conflicto. A falta de cabeza, insulto. Y estoy convencido de que él piensa que está siendo correcto, eso le dicen sus compañeros de viaje. Pero por mucho que se autojustifique, esas formas no son las adecuadas para un líder de la oposición. Nunca lo han sido, aunque ya estemos sobradamente acostumbrados. La política de la grosería es degradante para todos y debería irse para nunca volver, pero suscita aplausos fáciles y sonrisas cómplices.
Desgraciadamente no solo va de insultos la cosa, hay actos más graves. Desde la oposición se dedica a deslegitimar a sus adversarios políticos constantemente. Tal vez debería tener presente que en el deporte de competición los oponentes reconocen la victoria del ganador, legitiman su posición y aceptan ser segundos, terceros o cuartos, lo que les toque. Eso también se espera de las fuerzas democráticas de este país. Esta semana nuevamente habla de a quién votaron los españoles y cuestiona la legitimidad de dos ministros del actual gobierno comparándola con la legitimidad del monarca Felipe VI -que vaya manera la suya de defender la constitucional monarquía nuestra poniéndola de nuevo en el centro del debate.- Tal vez deba recordar que en las comunidades autónomas de Madrid y Andalucía, por poner un par de ejemplos, gobiernan candidatos que no obtuvieron mayoría electoral, pero que son legítimos gobernantes.
Y es que es así, cada semana tenemos groserías nuevas y en estas siempre aparece Pablo Casado. Yo le invito a buscar equivalentes palabras por parte de su detestado presidente del gobierno, Pedro Sánchez, tal vez se explique así la diferencia en las encuestas. Y ojo, a mí me importan poco esas encuestas, lo que me importa es que, mientras hay que ponerse de acuerdo, Casado tiene una actitud tóxica y poco constructiva. Está jugando mal su papel y, con él, los suyos. Nunca es mal momento para rectificar. Sencillamente, háganlo.