Cataluña nos está robando la alegría y la admiración que muchos teníamos a las virtudes colectivas de una cultura y un pueblo caracterizados por su curiosidad, laboriosidad y espíritu emprendedor. La combinación letal de la crisis económica global con la corrupción de la clase dirigente nacionalista que no vio otra salida que la escapada hacia el independentismo más radical ha desembocado en el actual callejón de muy difícil salida.

Hay que auditar el conflicto catalán desde otros muchos ángulos y evaluar las responsabilidades de los actores implicados. No es sólo un problema de una dirigencia política irresponsable en el caso de los independentistas, es la negligencia de Ciudadanos al despilfarrar el capital recibido como el partido más votado en las últimas elecciones.

Son las mujeres y los hombres que en todos los sectores se han dejado llevar por la presión de entorno y han caído en el acoso al prójimo que “no es de los nuestros.” Son los profesionales de la enseñanza que han interpretado la inmersión linguística como una conversión obligada a la ideología dominante.

Pero el reparto de responsabilidades también hay que hacerlo a este lado del Ebro. En su día se optó porque fuera Rajoy el que se comiera el marrón del 1 de octubre y ahora, tras las elecciones del 28 de abril, se ha preferido que el marrón de la sentencia del procés lo afronte en solitario Sánchez y su gobierno en funciones, a costa de una nueva cita en las urnas.

Como el dinero público es de todos y de nadie en concreto, somos pocos los que pedimos cuentas sobre el coste económico acumulado del problema catalán. Las cifras de lo invertido en el conflicto político vasco se han aireado escasamente porque las partes implicadas estimaron que lo más correcto era la discreción.

La iglesia católica catalana también debe emprender su propia auditoría moral sobre su papel por acción u omisión en la fractura social de su comunidad. Buena parte de la clase política indepe se fue a rezar hace unas semanas a la abadía de Montserrat para implorar al cielo su respaldo ante lo que se veía venir tras la sentencia.