Hace ya casi cuarenta años de aquellas multitudinarias manifestaciones reclamando autonomía. Hechos en los que miles de andaluces y andaluzas salieron a la calle gritando que Andalucía era de primera. Calles que se inundaron de vecinos y vecinas pidiendo una ¡Andalucía como la que más!, o una ¡Autonomía por el 151! Días en los que muchos y muchas tuvieron que atar retales verdes y paños de cocina blancos a los palos de sus escobas para improvisar arbonaidas que inundaran barrios y pueblos por la autonomía. Una autonomía que fue conquistada por el pueblo andaluz en el referéndum del veintiocho de febrero cuando los políticos desoyeron la movilización del cuatro de diciembre. Unos políticos que posteriormente ignorarían las conquistas del pueblo para plegarse a los intereses centralistas de Madrid primero, y de Bruselas después.

La autonomía política conquistada nos igualaba en derechos y obligaciones al resto de comunidades, pueblos y nacionalidades históricas de este país plurinacional; se ganó por el 151, por la vía rápida. Sin embargo, la autonomía económica jamás nos equiparó a nadie. Las políticas extractivistas continuaron expoliando nuestros recursos naturales en manos de una élite de terratenientes y una patronal caciquil que solo bajaba y pisaba esta tierra por feria y vacaciones. Hoy, cuarenta años después, seguimos siendo periferia, el sur del sur dentro del norte, la última colonia soleada y de clima cálido que mantiene aquel viejo imperio en el que nunca se ponía el sol y que el centro económico oprime y exprime.

La reforma agraria pasó de largo, como se suele decir por aquí abajo; ya se liquidó el IARA y ahora se quieren vender las tierras al mejor postor. Los campos andaluces se transformaron, esta rica tierra dejó paso al monocultivo intensivo que emulaba fábricas al aire libre en la cual sobraban los jornaleros y jornaleras, o algo peor, se inundó de campos de golf la tierra más seca del país. La jugada de la deuda histórica nos trajo viejos cuarteles en ruina (al menos uno se transformó en universidad) y la compensación de alguna que otra deuda a Madrid. La reforma financiera solo nos dejó un banco con sede en Andalucía, sin duda la nefasta pero necesaria injerencia política ayudó a ello. La reforma energética se llevó las empresas con sede en este territorio a lugares más fríos y al norte de Despeñaperros, mientras que dinosaurios de la política en uso de puertas giratorias quieren destruir nuestro rico patrimonio natural: Doñana. El boom inmobiliario, del que se beneficiaron los poderes económicos centralistas del país, propició el turismo sanitario y de retiro residencial de las élites europeas. Mientras esto y más sucedía, cuarenta años de gobierno monocolor, con muleta o sin muleta, no hizo más que tejer su red clientelar, mirar hacia otro lado, y lo que es peor, en algunos casos poner la mano.

Pero casi cuarenta años son muchos para pedir nuevamente confianza, es la hora del cambio. Un cambio en defensa de la autonomía que inevitablemente tiene que venir de la mano de un nuevo municipalismo andaluz; no se puede ser autónomo en la extensa Andalucía sin contar con los Ayuntamientos. Estas instituciones son los órganos de gobierno más cercanos al pueblo. Aquellos a los que acudimos en primera instancia cuando necesitamos ayuda, son los encargados de garantizar los servicios básicos a la ciudadanía. ¿Cómo podemos abanderar un nuevo andalucismo solidario e integrador sin contar con las instituciones que coadyuvan de sobremanera a la satisfacción de las necesidades de sus vecinos y vecinas?

Las ocho provincias de esta tierra suman 778 municipios que en 87.268 km2 albergan a cerca de 8,5 millones de andaluces y andaluzas. Somos la comunidad más poblada del país y la segunda más extensa; inevitablemente la transformación y el nuevo andalucismo ha de llegar de la mano de los municipios en los que se alberga nuestro pueblo. A partir de este 4D los Ayuntamientos deben jugar un papel preponderante en el cambio que necesitamos en Andalucía, cambio que se inició en mayo de 2015 cuando numerosos vecinos y vecinas cansados de la situación se armaron de valor para lanzarse a la política municipal bajo el paraguas de las candidaturas de unidad popular para, desde el empoderamiento ciudadano, generar cambios en sus municipios y por ende en la vida de la gente.

Unos municipios mayoritariamente rurales, porque Andalucía es más rural que urbana, que durante años vieron como su gente tenía que emigrar en busca de empleo; no en vano continua fuera de Andalucía algo más de 1,7 millones de vecinos y vecinas; más de 250.000 en el extranjero. Hoy en día la juventud más preparada y formada del país se ve obligada a hacer la maleta y marcharse a un exilio económico fuera del país para “buscarse la vida”. Pero Andalucía, en especial su medio rural, siempre se ha vivido bajo el yugo de “tener que buscarnos las vida”. Nuestros padres, madres y abuelos fueron mano de obra barata en las avanzadas y modernas fábricas de Alemania, Bélgica u Holanda; pero también recogieron la uva que elaboraba los mejores vinos franceses. Ellos labraron los campos de las Masías catalanas y partieron con mazas las piedras que forman la base de las vías férreas y carreteras del país. Segaron los campos de Castilla, sembraron y recogieron el arroz de “La Isla”, recolectaron la naranja valenciana y la manzana de Huesca; fueron y somos el personal al servicio de la hostelería del país.

El pueblo andaluz siempre trabajó con dureza y constancia para revertir situaciones adversas, y esta no lo es menos. Andalucía y su medio rural están pidiendo cambio, y este cambio debe llegar desde un nuevo municipalismo que revierta anquilosadas posiciones políticas y económicas.

(*) Mari García Bueno es parlamentaria andaluza de Podemos y Portavoz del Área de Agricultura y Pesca y Rocío Van der Heide es secretaria de Municipalismo de Podemos Andalucía.