Acuciado por la endiablada aritmética arrojada por la repetición electoral que él mismo propició, el presidente Pedro Sánchez se enfrenta a una legislatura de alto riesgo en la que tendrá que medir muy bien cada uno de sus pasos para no ser víctima de las tentaciones populistas de sus socios de Podemos en el Consejo de Ministros ni de las veleidades anticonstitucionalistas de sus aliados de ERC en el Congreso.

Nunca el Partido Socialista había llegado tan lejos en unas alianzas que la derecha identifica con comunistas y separatistas que quieren dinamitar la Constitución y romper España y contra quienes está determinada a desplegar toda su ira dialéctica, como si el país estuviera a punto de hundirse en los abismos de la devastación económica, la fractura territorial y la anarquía social.

Que hace solo unos meses el propio presidente dijera de sus actuales socios cosas no del todo distintas de las que hoy dicen de ellos las derechas alimenta, a su vez, la desconfianza y el desasosiego en las franjas centrales del electorado socialista: votantes de las clases medias y trabajadoras muy castigados por la crisis que anhelan políticas sociales que, sin descuadrar la contabilidad nacional, les sean más propicias, al tiempo que reclaman el paulatino encauzamiento institucional de la crisis catalana, cuyas aguas han desbordado al Estado y amenazan ese bien supremo de las naciones que es la concordia.

Ganar no es gobernar

El voluble pasado de Sánchez no es la mejor credencial para gestionar el complejo tiempo que viene, pero mucho menos presentable era el pasado de personajes como Adolfo Suárez o el mismo Manuel Fraga y no por ello dejaron de rendir a la España democrática importantísimos servicios que casi nadie había pronosticado.

Se diría que para el líder socialista esta es la verdadera hora de la verdad: ha demostrado saber cómo se conquista el poder, pero aún tiene que demostrar qué es capaz de hacer con él; sabemos que sabe ganar, pero no sabemos si también sabe gobernar.

Y es que, más allá del ruido que los enemigos de la mayoría parlamentaria que hará presidente a Sánchez vayan a armar en España y en Cataluña, lo realmente importante es si el nuevo Gobierno será capaz de mejorar efectivamente la vida de los ciudadanos que votaron al PSOE y a Unidas Podemos para ello.

Si el Gobierno es capaz de promover eficazmente la justicia fiscal, la dignidad de los salarios o el acceso de los jóvenes a la vivienda; y si, al mismo tiempo, logra que ERC regrese a la institucionalidad abandonada durante el ‘procés’ y descarte para siempre la unilateralidad que ha envenenado la convivencia en Cataluña y llevado a sus líderes a prisión, ese Gobierno tendrá garantizada su reelección porque habrá demostrado que votar vuelve a servir para algo.

Todos arriesgan

Recuérdese, por lo demás, que si el Partido Socialista corre importantes riesgos coaligándose con Podemos y dependiendo de ERC, los dos últimos también se la juegan. Buena parte de sus electorados siente aversión a pactar con el PSOE, como le sucede, por cierto, al electorado socialista con republicanos y podemitas. Eso significa que unos y otros, por la cuenta que les trae, deberán tener siempre en mente la consigna ‘vamos a no hacernos daño’.

Pocas veces, en fin, desde la Transición un Gobierno habrá tenido las cosas tan difíciles como las tiene el que esta semana echará a andar con la investidura de Pedro Sánchez. De hecho, el verdadero riesgo que se corre con este Gobierno no es, como proclama la derecha, que rompa España: el verdadero riesgo es que la deje como está.