El vacío de los días.- Crecer y hacerse mayor producía una sensación de frío. Lloré al cumplir los trece: sabía que ya nunca más. En el altillo de un piso que mi madre tenía alquilado a estudiantes un pervertido había acumulado montañas de ejemplares de El Caso, un semanario del horror antes de que existiera telecinco. Algunos veranos, cuando venían mis primos, nos mandaban a dormir allí. Tres portadas bastaban para entender el mundo. Escribía Mihura, un facha de aquella manera, que los mayores no son más que niños estropeados. La gente escupía en las aceras, fumaba en los autobuses, meaba en las tapias. Los mayores olían a resentimiento y a requesón agrio. Y el tiempo duraba infinito. Supe luego que sólo en Rusia y en las cárceles (el tiempo) se deja mecer tan lentamente.

Pertinentes y excéntricos.- Las hordas de algoritmos digitales hostigan nuestros recuerdos. Y te proponen una versión del año a la medida de tus miedos. Los malos y los peores empaquetados a tu antojo. Cuando periodismo era ver amanecer con los dedos oliendo a tabaco y alcohol, el metraje de los años suponía un reto formidable; hurgar en la hemeroteca un poco y en la memoria un mucho, perseguir fotos perdidas, frases memorables, dulcificar las esquinas del pasado. Y nos salía el año que nos daba la gana. La cosa quedaba tan bien planchada que nos sentíamos felices siendo a la vez pertinentes y excéntricos. No quiero olvidarme de Emilio Lledó, a quien saludé una vez con bañador de cuello alto en un playa nudista, lo cual que para un filósofo octogenario era un desnudo integral y su hermosa (y perdida) batalla por la belleza moral. Y menos aún de Patricia Ramírez, la madre del asesinado niño Gabriel, con todas mis lágrimas por su entereza contra los prostibularios periodísticos.

Contra Benedetti.- Buscando un bar de tapas donde dicen que estuvo Obama (con esas cosas me pasa lo mismo que a Fernández Flores, que decía que la lotería de navidad era mentira) nos topamos con el día de la exhumación de Franco y con Alfonso Guerra y con Stefan Zweig, cuya fonética nos entretuvo la sobremesa. El año venía jodido por raro, por darse la vuelta, veníamos de los meandros de la libertad sin ira y de pronto volvíamos a las aguas turbias del resentimiento de las banderas. Una cierta justicia poética nos sirvió de parapeto y fabricó burbujas donde respirar, combatir las ausencias y conjurar las amenazas de aquel triste cuento de Benedetti.

Esforzados del ocio.- De más niña que ahora estuve un mes en Japón y aprendí dos cosas: que el sake está buenísimo y que los nativos llaman a sus excursiones occidentales “ir a mear a Europa”. Comer en París, dormir en Madrid, desayunar en Roma. Hacen tantas fotos para saber que de verdad ocurrió. Maldita gentrificación. Ya son millones de millones dispuestos a echar a perder sus vacaciones amontonándose con denodado esfuerzo, multitudes de viajeros arrasando la ciudad, devorando gastronomía pret a porter y catedrales. Tuve una pesadilla: papá, papá, turistas, turistas. Entrad todos en casa inmediatamente, grité. Pero mis piernas, pesadas, se atascaban en las sábanas.

La fascinación de los espejos.- En un máster que hice me enseñaron con provecho que las mayorías de las organizaciones no trabajan para el buen fin de las mismas, sino para que el jefe esté contento. De ahí que veamos contento al presidente Moreno: todo el mundo trabaja para que no perciba la amenaza de Vox; de ahí que Marín viva sin darse cuenta de que todo lo que era sólido hace un año ahora se ha evaporado; de ahí que Susana siga pensando que todavía es posible el imposible de volver a ser presidenta; de ahí que Sánchez se atreviera, engañado por su vanidad y sus asesores y tezanos, a nuevas elecciones. Demasiada gente (tal vez Brecht) trabajando contra la evidencia. Unos listos atribuyen la cosa al contrapeso independentista; otros listos a la “cómplice compresión” del Partido Popular, una especie de cornudo consentido; otros listos a la incapacidad de los políticos de tender puentes y tejer acuerdos como los de antes. Da igual. Es la puta cifra de 2019: en noviembre, 867.000 andaluces votaron a Vox, cinco puntos más que en España, sólo siete mil menos que al PP. Esto es, toda Sevilla y Dos Hermanas juntas, gensanta, como si Jarcha y Blas Infante no hubieran existido nunca. Lo que Svetlana Aleksievich, que sabía de lo que escribía, llamaba la belleza de las dictaduras: ¿de dónde demonios salió tanto facha?