Cada vez se habla menos del Pueblo. Los políticos modernos, más mojigatos que la propia Constitución Española, prefieren hablar de La Gente. Pero la idea es la misma. El pueblo es la base de la sociedad y el espacio del bien común.

Y hay quien vive invocando continuamente al pueblo. En su mayoría es gente que aspira a tener un lugar en la historia: a que se alcen estatuas y se graben placas con su nombre y a que se les mencione en los libros de texto. A veces lo consiguen y se convierten en líderes y referentes para las masas y para la sociedad. Entonces el personaje supera a la persona y como tal se integra en los valores intelectuales comunes.

Hay sin embargo personas que  renuncian a buscar ese reconocimiento general aunque entreguen su vida a hacer un mundo mejor. Se trata de gente que le pone caras al pueblo. Que se enfoca en personas concretas y trabaja por ellas. La sociedad está plagada de héroes y heroínas cotidianos que se dedican al bien común y consiguen tener un verdadero impacto transformador en su entorno. Las hay en cada barrio, en cada colectivo. Son activistas, luchadores, maestros, sindicalistas,… y hasta curas. Gente que no aparece en los periódicos ni en los libros de texto, pero que es capaz de cambiar la vida de muchas personas. Algunos y algunas tienen la fuerza y la capacidad para entregarse completamente a una causa y crear una obra que les trasciende a sí mismos. Son personas así las que hacen el cambio social y las que impulsan la transformación del mundo.

Así era Fernando Camacho, cura, que acaba de fallecer en Sevilla.

Fernando Camacho era un erudito teólogo cristiano. Un estudioso de los evangelios capaz de leerlos en su idioma original y de ofrecer nuevas interpretaciones de los mismos. Interpretaciones centradas en el mensaje de Jesús de Nazaret como ejemplo de lucha contra la injusticia y contra el poder. Por eso, creía en la justicia social y en la lucha por la liberación de la persona y de los pueblos. Teorizó sobre la histórica alianza de la estructura jerárquica de la iglesia católica con el poder y con los injustos. Y reivindicó siempre una iglesia de base, cercana a los oprimidos y fiel al mensaje de liberación que la institución eclesial ha traicionado. En sus libros y sus estudios fue capaz de argumentar todo ello con datos históricos eruditos y a acudiendo a las fuentes originales. No sólo recordaba –por ejemplo- cómo Jesús tuvo que ‘poner en su sitio’ a un San Pedro demasiado tentado por el poder; también explicaba que el mensaje original de la eucaristía cristiana no tenía que ver con la “transustanciación” sino con el mandato de compartir el pan.

Leer a Fernando Camacho permite entender perfectamente cómo el poder establecido es capaz de asimilar cualquier movimiento revolucionario, integrándolos en la institución estatal y en la estructura opresora, y de convertir en marginales a quienes reivindiquen el mensaje transformador original. Cosas del poder y la naturaleza humana.

Pero por lo que merece recordarse a Fernando Camacho no es por su tremenda obra intelectual. Sino porque le puso cara a hombres y mujeres de los que componen ese pueblo oprimido, y dedicó su vida a ellos. Desde abajo. Siendo muy joven decidió luchar en un barrio y por un barrio. Se fue a una barriada marginal en las afueras de Sevilla, La Pañoleta, y ahí se quedó toda la vida. Junto con otras personas, convirtió la parroquia en un elemento transformador; creó o apoyó toda estructura y organización de la sociedad civil en el barrio; fomentó los movimientos sociales y las ideas de transformación. Y  logró despertar el espíritu crítico de montones de vecinos y vecinas del barrio. La parroquia de La Pañoleta se convirtió en germen de transformación, en un espacio solidario para inmigrantes lo mismo que para vecinos y vecinas, en un espacio de lucha contra la dominación. Ya sea capitalista, patriarcal o incluso religiosa. Esa es su obra. Estuvo en su parroquia hasta el último día de su vida, enfermo y agotado. Y hasta ese último momento no dejó de actuar y trabajar por la justicia social.

Sin duda alguna hay montones de personas, que como él, han logrado entregar su vida a una causa, están luchando a diario por la justicia y van transformando y mejorando el espacio en el que viven y trabajan. Esas personas, como él, aunque no aparezcan en los periódicos ni los telediarios son imprescindibles. Porque son semillas que germinan en quienes los rodean.