Hay científicos cuya contribución al conocimiento no está suficientemente reconocida. Personas que entregan su vida para hacer avanzar a la Humanidad. Para encontrar la cura a una grave enfermedad. Para facilitar que más gente tenga acceso a determinados recursos. O para descubrir nuevos elementos químicos con múltiples aplicaciones. Este fue el caso de Marie Curie.

Los descubrimientos del matrimonio Curie

Curie, junto con su esposo Pierre, descubrieron dos nuevos elementos químicos, el radio y el polonio, y sentaron las bases de la física de partículas. Sus hallazgos abrieron la era de la radioactividad. Y aunque se trata de un descubrimiento con algunos usos controvertidos, en general, sus investigaciones mejoraron la vida de los humanos. Pero el precio que pagó fue muy alto. Curie, lógicamente, desconocía cómo la radioactividad afectaba a su organismo. Y la constante exposición a los elementos que estudiaba le provocaron una enfermedad de la sangre que le causó la muerte en 1934, a los 66 años de edad.

Hadas radioactivas

Visto en perspectiva, el matrimonio tenía un aire naif. Marie Curie definió los destellos provocados por la radioactividad como “lucecitas de hadas” que iluminaban las noches del laboratorio. Y todos los elementos impregnados con el radio o el polonio, luminosos y mortales, descansaban sobre su mesa o iban a parar a sus bolsillos. Cómo sería que hoy, 100 años después, todos los objetos que pertenecieron a la pareja siguen siendo altamente radioactivos. Sus cuadernos y lápices. Muebles y ropas. Matraces y mecheros. Todo debe estar protegido con férreas medidas de seguridad para evitar fugas radioactivas.

Peligroso durante 1.500 años

Si un estudioso quiere consultar el libro de notas de Marie Curie deben hacer una petición a la Biblioteca Nacional Francesa. Entonces se puede acceder al cuaderno que está guardado en un cajón de plomo. La consulta se hace por un tiempo muy limitado para evitar que la exposición a la radioactividad resulte peligrosa para el investigador. Y así será durante al menos 1.500 años. El tiempo que tardarán los elementos químicos radioactivos en descomponerse tanto que dejen de ser nocivos.