Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid a tiempo completo y opinadora a tiempo parcial, ha dado la campanada en pleno julio volviendo a presumir de que renuncia a su derecho a disfrutar de vacaciones. Dice la dirigente del PP que “no se me ocurre mejor sitio que estar que aquí trabajando en la Puerta del Sol en lo que queda de julio y agosto”. A mí no se me ocurre mejor descripción para su idea que las propias palabras que Cifuentes le dedicó a Podemos: “Aúna a partes iguales populismo y demagogia”.

Para empezar, habrá que saber si Cifuentes sólo rechaza a irse en julio y agosto, que queda muy sacrificado de cara al populacho que sufrimos sin aire acondicionado en casa, pero luego se va de crucero por el Caribe en septiembre, cuando los precios son más bajos, sobre todo en época de huracanes.

Muchos convenios laborales señalan que al menos la mitad de las vacaciones deberán tomarse entre julio y agosto. El Estatuto de los Trabajadores remarca que jamás podrán rechazarse las vacaciones a cambio de una remuneración económica y los laboralistas coinciden en que tampoco se podría renunciar a ellas de manera voluntaria.

La razón de estas precauciones, y de otras tantas, como que exista un Salario Mínimo Interprofesional, está en que las relaciones laborales siempre parten desde una desigualdad. Para evitar que un currito sea forzado de manera subrepticia a renunciar a sus vacaciones, éstas son un derecho inviolable.

La vida laboral de Cifuentes no se rige por el Estatuto de los Trabajadores ni existe un convenio laboral de presidentes autonómicos. Pero el mensaje que manda, por mucho que diga que a sus consejeros les obliga a irse de vacaciones, es nefasto. Intenta dar un ejemplo perjudicial y pinta las vacaciones como un privilegio de los trabajadores y no como un derecho inalienable fruto de la lucha laboral. En el país del presentismo, donde la gente echa horas extra gratis porque el dueño de la empresa no se va a casa, que la jefa no se vaya de vacaciones manda un mensaje claro: sois todos unos vagos.


Perfil de Cristina Cifuentes en Los Genoveses

Además, es una imagen anacrónica en una época en que la dirección es la contraria. Infinidad de estudios han demostrado lo beneficiosas que son las vacaciones para la productividad y para la salud física y mental de los trabajadores. Se recuperan las jornadas de 35 horas para trabajadores públicos. Se demuestra la mejora que supondrían los fines de semana de tres días… O sea, que, a la larga, a los madrileños nos saldrá cara la broma de Cifuentes, con una presidenta incapaz de rendir por culpa de un capricho populista.

Puestos a tener gestos populistas que impliquen renunciar a derechos, Cifuentes podría negarse a recibir cada año 7.360 euros mensuales o, si no es técnicamente posible, donarlos a Cáritas o a una protectora de musarañas. Hablamos de los trienios que recibe por ser funcionaria de la Universidad Complutense, un dinero al que tiene derecho, -pese a que no ejerce, al igual que sí ejerce de presidenta cuando tendría que estar de vacaciones-, y aunque se sospeche que ascendió a la escala más alta del cuerpo más por méritos personales que profesionales.

De hecho, puede que sean más de 7.360 euros, pero es imposible saberlo. Porque, pese a presumir de transparencia, Cifuentes lleva desde 2015 sin actualizar sus datos de patrimonio ni su declaración de la Renta. Y no le vendría mal hacerlo, dado que hace poco la pillamos en un brete, al presumir de que sólo tenía 900 euros en una cuenta corriente, cuando dicha documentación apunta a que tiene al menos 27.000 euros en el banco.

Sea como fuere, decida o no renunciar a sus jugosos trienios, si al final Cifuentes decide quedarse en Madrid a echar horas de más en el trabajo, y consigue que no afecte a su productividad, a lo mejor consigue desatascar su apretada agenda. Porque en los últimos meses, la presidenta se ha negado a recibir al colegio y asociaciones de médicos, a los doctores del colapsado Gregorio Marañón y a los profesores y padres de Vallecas. A unos les ha ignorado, a otros les ha enviado una carta en la que rechaza reunirse con ellos “dado lo complicado de mi agenda”. No se me ocurre mejor manera de invertir su ausencia de vacaciones que tratando como se merecen a los responsables de la sanidad y la educación públicas.