Las verdades más incómodas sobre el cambio climático y el deterioro del medio ambiente son las que nos sitúan en el origen de los problemas, y de las soluciones. Especialmente cuando apelan a un cambio en nuestros hábitos de vida, como por ejemplo la manera en que nos alimentamos. Pero lo cierto es que, nos guste o no, nuestra dieta está directamente relacionada con el estado de conservación del planeta.

Tal vez sorprenda a muchas personas preocupadas por el cambio climático y que han decidido contribuir a su mitigación, por ejemplo, pasándose al coche eléctrico. Pero lo cierto es que, con casi un 20% de las emisiones totales de CO2, la ganadería industrial genera más gases de efecto invernadero que el sector del transporte. Por lo que sí: es mucho más valioso hacerse vegetariano que cambiar de coche.

La relación entre la ganadería industrial y cambio climático viene determinada por diversos factores, entre los que cabe destacar: la deforestación derivada del cambio de uso de la tierra para los cultivos de forraje, las emisiones de metano procedentes del proceso digestivo de los animales, el almacenamiento y compostaje del estiércol y el transporte de ganado y los productos derivados de la carne.

Otro de los principales problemas derivados de la ganadería es el consumo y la contaminación del agua. Según Philip Lymbery, uno de los críticos más enérgicos de la ganadería industrial y autor del libro publicado recientemente por Alianza Editorial “La carne que comemos. El verdadero coste de la ganadería industrial”, las granjas industriales están vaciando los lagos y los ríos para regar los cultivos que alimentan a los animales. Producir carne industrial consume diez veces más agua que producir hortalizas; para obtener un solo kilo de carne de vacuno intensivo son necesarios 20.000 litros de agua.

La ganadería intensiva es, además, la mayor fuente de contaminación del agua. Las fuentes de contaminación proceden de los desechos animales, residuos de los piensos (antibióticos, metales pesados, hormonas) así como de los pesticidas y fertilizantes utilizados en los monocultivos de cereal destinado a la elaboración de pienso y forraje. La necesidad de alimentar a lo que nos alimenta: ese es otro de los principales impactos de la ganadería en el medio ambiente.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) alrededor de tres cuartas partes de la superficie cultivada de la tierra se utiliza para alimentar al ganado, una proporción que en el caso de los cereales puede alcanzar el 85% en algunos países. Sin embargo, según los expertos que estudian la evolución del cambio climático, una de las primeras consecuencias a las que deberemos hacer frente es la reducción de la productividad agrícola como consecuencia de la pérdida progresiva de terreno cultivable. La sequía, el avance de la desertificación o la contaminación de los suelos van a hacer improductivas millones de hectáreas de cultivo en los próximos años.

Si a ello añadimos que, según la FAO, el incesante crecimiento demográfico y el aumento de las rentas en los países en desarrollo está disparando la demanda de carne a nivel mundial, pasando de los 230 millones de toneladas que se producían a nivel mundial en el año 2000 a los 465 millones de toneladas previstos para 2050, la sostenibilidad de la actividad ganadera va a resultar imposible. 

Por todo ello, si queremos vincularnos de una manera muchos más directa con el cuidado y la protección del medio ambiente, es necesario que atendamos a nuestra dieta, reduciendo el consumo de carne hasta los niveles adecuados a una dieta saludable.