En Paint Your Wagon (el western musical titulado en España La leyenda de la ciudad sin nombre), antes de la famosa escena en la que Lee Marvin canta "Wand'rin' Star", se cruza con un personaje en una calle embarrada y, bajo la lluvia, le dice: Hay dos clases de gente: los que van a alguna parte y los que no van a ninguna. Dicha escena (el pueblo, el barro, los dos hombres sin mucha esperanza) podría ser un resumen perfecto de los personajes que pululan por los relatos contenidos en Volt: pero en este libro de historias afiladas y dolorosas sólo están los que se quedan y los que se van al más allá. Incluso los que abandonan el imaginario Krafton (por lo general para irse a la guerra) vuelven en una caja de madera de pino. O logran regresar de la guerra, pero están peor: Quedarse o marcharse, es lo mismo. Yo me largué al extranjero a matar chavales que no eran como yo porque odiaban a otros chavales que tampoco eran como ellos. ¿Y qué cambió eso?

La gran mayoría de los personajes de estos nueve cuentos de Alan Heathcock ha perdido a alguien o está a punto de perderlo. En la primera página de "El mercancías detenido", Winslow Nettles pierde a su hijo en un accidente absurdo y luego empuja a su mujer llevado por la rabia; estas dos circunstancias lo mueven a marcharse un día, sin explicación, a vagar por los bosques y por los caminos, atormentado por la culpa: No tenía ningún plan. Sólo caminar. Calmarse un poco. Y en su camino se cruzarán otros hombres, se meterá en apuestas que pondrán en peligro su salud (Winslow se deja golpear en el estómago para probar su resistencia, como hacía Homer Simpson en un episodio de Los Simpson en el que le disparaban cañonazos a la barriga), se castigará o dejará que los demás le castiguen porque la culpa tiene un precio; hay algo en las apuestas que recuerda a la atmósfera de Snatch, en esas peleas donde Brad Pitt destrozaba a sus rivales. En "Humo", un padre despierta a su hijo para decirle que ha matado a un hombre: no es alguien a quien ellos hayan perdido, pero esa muerte significará la pérdida de sus vidas habituales. "La pacificadora" nos presenta la historia de una policía, mediante tres tiempos que se alternan y barajan como si fuera una película llena de flashbacks: está el tiempo en que una niña desaparece, el tiempo en que ella ha encontrado el cadáver y al asesino (pero ocultará ambos para que los padres no sepan la verdad) y el tiempo en que una inundación anega el pueblo. En "La hija", también una mujer que es madre ha perdido a su propia madre, una anciana, en un accidente de coche. Ella está rota y desorientada, igual que la pareja de "Lázaro", que ve quebrado su vínculo tras la muerte de su hijo en Irak; ambos saben que algunas cosas rotas ya no se pueden recomponer.

Una de las particularidades de estos relatos es que varios de los personajes vuelven a aparecer. Es el caso de Vernon, a quien vemos de chaval escuchando a su padre confesarle que ha matado a un hombre en "Humo", y luego lo reencontramos en "Lázaro", y a continuación en "Los renacidos", historia en la que lo vemos todavía doblegado por el dolor y encontrándose a otras personas que, al igual que él, al perder a un ser querido, han obtenido una vida desdibujada, vacía y sin rumbo, aunque al final el protagonista encuentra cierto alivio: Vernon sintió que de su corazón, agrietado y roto, brotaba una gran oleada de regocijo, porque entendió que era posible vivir sin recuperar a los tuyos.

Casi todos los personajes de Volt (edición de Dirty Works, traducción de Javier Lucini: ambas muy cuidadas) tratan de sobrevivir a la pérdida como pueden, como lo hacía una de las parejas de la serie The Affair: la muerte de un ser querido simboliza también la agonía de ciertas relaciones, la demolición del matrimonio, la deriva… Alan Heathcock, premiado en varias ocasiones por este libro, ha escrito unos relatos en los que palpitan la poesía y la desesperanza. Bastarían los cuentos "El mercancías detenido" y "Fort Apache" para elevarlo al podio de los grandes escritores contemporáneos; pero es que eso no es todo, Heathcock no se queda ahí, ya que cada historia, cada relato, nos deja una huella profunda. Y son nueve muescas.