Su pasatiempo favorito (A Frolic of His Own en el original, con espléndida traducción de Flora Casas) comienza con la frase de un abogado que afirma: ¿Justicia? La justicia se encuentra en el otro mundo. En éste lo que hay son leyes. Tal declaración de intenciones será uno de los motores con los que funcione el relato: la sátira sobre el complejo y agotador mundillo de los entresijos judiciales, de las demandas y de las sentencias, sostenido por una red de personajes que sólo quieren denunciar a terceros para ganar dinero, circunstancia que en Estados Unidos es una moneda común: los abogados aconsejan demandar a otros siempre que haya oportunidad.

¿Cómo se las arregló el excepcional escritor norteamericano William Gaddis para adentrarnos en ese universo de farragosos veredictos e interminables embrollos y que pudiéramos comprenderlo? Mediante el malabarismo continuo de los diálogos. Su pasatiempo favorito es una novela dialogada, como lo eran Jota Erre y Gótico carpintero. Cuando los personajes están hablando, en un torrente oral digno de las películas de Woody Allen, nos explican perfectamente y con mucho sentido del humor lo jocoso de los pleitos. Veamos un ejemplo: Nuestro departamento jurídico averiguó quién es la persona a la que usted le compró el coche, que se había alistado en la Marina, y entonces procedió contra el vendedor a quien se lo había comprado nuevo y este vendedor a su vez demandó al mayorista, quien ha entablado pleito contra el fabricante que a su vez ha demandado al montador de las piezas defectuosas cuyos fabricantes, como habrá visto en la citación que le enviaron para declarar como testigo, figuran en el pleito que ha entablado contra ellos el montador extendido por todo el planeta según su propia expresión.

En la novela hay un profesor, Oscar Crease, que ha escrito una obra de teatro y que atraviesa varios baches: cree que una película que él no ha visto plagia su manuscrito aún no publicado y por ello demanda al equipo del filme; ha sufrido uno de los más estúpidos accidentes de la historia al colocarse delante de su propio coche y hacer un puente, que ocasiona que el vehículo arranque y le atropelle, de tal manera que él mismo es el propietario, la víctima y el responsable, pero quiere demandar al fabricante; su padre, un distinguido juez, está inmerso en un juicio que involucra a un perro, una escultura, un niño y un artista; su hermanastra Christina, con la que en el pasado tuvo algunos escarceos sexuales, trata de ayudar a Oscar y además se convierte en uno de los mejores personajes de la novela. Oscar, al salir del hospital tras el accidente, se refugia en su finca, por donde desfilarán singulares abogados, amigos y amigas de la familia, novias, sirvientas… Mientras aguardan veredictos y el tiempo pasa, Oscar Crease se va convirtiendo en una especie de imitación barata de Howard Hughes: bebe mucho vino, descuida su aspecto, se deja barba, se mantiene encerrado, profiere diatribas delirantes… Y, por si fuera poco, insiste en leer extractos de su obra de teatro sobre la guerra civil americana, piezas que, junto a algunas sentencias y directrices para el jurado, se van insertando entre los larguísimos y jocosos diálogos y las discusiones subidas de tono.

Un proyecto digno de un premio

Es loable y digno de un premio el proyecto de la editorial Sexto Piso: editar las obras de Gaddis que no conocíamos en España y reeditar aquellas que ya estaban descatalogadas. Así, y en orden de publicación, nos han ofrecido: Ágape se paga, Gótico carpintero, Jota Erre, Los reconocimientos y, ahora, Su pasatiempo favorito, con lo cual ya sólo faltarían los ensayos reunidos de La carrera por el segundo lugar, cuya publicación está prevista para 2017. Es digno de recompensa no sólo porque casi todos estos libros sean enormes en extensión (Su pasatiempo… consta de 696 páginas) y de una calidad indudable (Gaddis era un maestro, aunque le pese a sus detractores), lo que en términos económicos en la industria editorial española es casi un suicidio premeditado, sino porque hablamos de un proyecto de mucho riesgo en tiempos en los que abundan los libros "escritos" por stars televisivas, ex políticos, modelos con tendencia a la autoayuda, showmans de medio pelo, bloggers que apenas han pasado la mayoría de edad, figurones de la prensa del corazón, y, en general, una amplia tropa de impostores y advenedizos de la literatura que cada semana contribuyen con su mierda a atascar las mesas de novedades de las librerías. En medio de este despropósito que consiste en distribuir al famoso, aunque no sea escritor, se agradece que se insista en publicar y reeditar a autores auténticos y prestigiosos como William Gaddis, que además en esta novela no se ahorra algunos dardos hacia esos intrusos y hacia esos editores que sólo buscan la venta y el premio.

Su pasatiempo favorito es una novela tan ambiciosa como Jota Erre, pero a mi entender es más sutil, está más trabajada porque no es tan difícil saber quién está hablando, y los cambios de escenario y de tiempo y de personajes están resueltos con una habilidad y una precisión dignas de un gran cineasta (no es una errata: algunas de las soluciones del autor son similares a las del montaje cinematográfico). Como ya hiciera en otras obras, Gaddis reproduce con fidelidad el lenguaje oral, eliminando las pausas y la puntuación para que el flujo de palabras se asemeje más a la verborrea de sus personajes. En este mundo sólo hay leyes, no justicia, nos dicen sus personajes. Pero, además, ni siquiera aquellas pueden remediar ciertas conductas: No se pueden hacer leyes contra la simple estupidez ¿no?