El pasado 15 de abril se convirtió en una fecha que entrará en la historia española y que, en el futuro, los estudiantes de Selectividad tendrán que memorizar al mismo nivel que el 1212 de la batalla de Las Navas de Tolosa o aquel 12 de octubre en que Colón se pasó la salida a la India y acabó en América. Ese día de 2016 se recordará como la primera vez que en nuestro país un miembro del Gobierno dimitió por mentir.

Esta reacción es ya costumbre en países de dilatada historia democrática, o eso dicen los tertulianos, que suelen poner a Estados Unidos y Reino Unido en la lista de países donde un ministro dimite por copiar su tesis doctoral o por dar mal la hora. Sin embargo, aquí estamos acostumbrados a que el presidente del Gobierno nos diga que se ha quedado buen día mientras abre el paraguas, o que una semana después de mandar un SMS a Luis Bárcenas diga, con una mueca burlona, que no se acordaba de la última vez que hablaron.

Por todo ello, la dimisión de José Manuel Soria como ministro de Industria después de haber mentido hasta la saciedad sobre sus múltiples y variadas compañías offshore es un hito que merece entrar en los anales de la Historia.

Bien es cierto que, como en todos los acontecimientos históricos, existen unos factores puntuales y otros coyunturales. El puntual es, desde luego, que mintió y le pillaron con el carrito del helado y el bastidor sin cambiar. Los coyunturales, por el contrario, son variados. Por una parte, la proximidad de unas nuevas elecciones a las que el PP ya llega con las alforjas llenas de estiércol valenciano. Por otra, las facciones enfrentadas que malviven en el Gobierno, definidas por las banderas de sorayos y cospedalos, a lo que habría que sumar las supuestas intenciones de Soria de desbancar a Rajoy para que una copia 2.0 de Aznar con ceceo vuelva a liderar al PP. Y, por último, que hay vídeos en Youtube de perros que han destrozado revisteros con mayor credibilidad que Soria.

De todo esto, el PP podía haber sacado algún rédito, presentándose como un partido implacable con los sospechosos -excepto con Rita Barberá, quién sabe si porque su caloret pueda acabar quemando a Rajoy-. Pero por desgracia tuvo que cruzarse por medio la guerra interna del Consejo de Ministros y, mientras Montoro -sorayo de pro- comparecía con la jefa en Moncloa para criticar a quienes han “operado en paraísos fiscales”, Cospedal se iba hasta Canarias para asistir a un aquelarre en honor de un recién dimitido Soria.

Cospedal podría haber argumentado que estaba allí en calidad de secretaria general -o incluso en representación de La Mancha, en cuyo canal Soria tenía una sociedad offshore, y a nadie le hubiera extrañado a la vista de su historial de gazapos- pero tuvo que ir más allá y defender que el exministro había dimitido por “un error de comunicación”. Incluso llegó a decir que despedía a Soria “con mucho amor”. El mismo argumento que ha usado este lunes Luis de Guindos, el del “error de comunicación” se entiende, no el del “amor”.

A nuestra democracia le sienta muy bien que sus representantes se marchen al mentir. Pero si ahora resulta que hay que dejar el cargo por los “errores de comunicación”, estamos esperando las cartas de dimisión de Cospedal por el “finiquito en diferido” y el de Rajoy por su comparecencia en plasma. Están tardando.