Hollande ha recibido el 51,7 por ciento de los votos con el 99% escrutado, mientras Sarkozy, el 48,3%. Y la abstención fue del 20 por ciento, unas décimas por encima de la registrada en la primera vuelta el 22 de abril.

Primeras lecciones
La victoria de la izquierda ha sido posible por la movilización ciudadana en torno a un candidato cuyo programa recoge las aspiraciones clásicas de un partido socialdemócrata europeo y es también una plataforma en pro de un cambio de gestión, hoy economicista y neoliberal, de la crisis económica en Europa.

La campaña del ganador cambió cualitativamente el martes pasado, cuando Hollande reveló con cierto detalle que presentará en Berlín, la capital percibida como la ciudadela de una ortodoxia financiera fría e insolidaria, un plan de cuatro puntos que detalló en los días siguientes.

Los alemanes tomaron nota y han empezado a descubrir súbitamente la posibilidad de que el Banco Europeo de Inversiones haga su trabajo en el fomento de grandes obras públicas. Y lo más importante empiezan a aceptar conceptualmente la evidencia de que austeridad y actividad no son necesariamente incompatibles, aunque insistieron en que el “pacto fiscal” y los límites del déficit “son innegociables”.



Todo es negociable
Muy al contrario, casi de inmediato muchos medios subrayaron que todo es por definición negociable cuando se trata de un club, el de los 17 Estados europeos del euro, que juzga de modo diverso el criterio alemán, sometido por lo demás a una crítica implacable en ámbitos muy solventes pero extra-europeos (léase estadounidenses).

En realidad, y los franceses lo han interiorizado, Berlín impone con su disciplina fiscal y su rígido control algo más que un liderazgo económico. Potencia exportadora con fuertes intereses geopolíticos y estratégicos en el este de Europa, desea confirmar su influencia tradicional por los nuevos medios a su alcance: la supremacía financiera y la llave de la caja de la UE.

Un referéndum “de facto”
El interés extraordinario suscitado por la elección en toda Europa convirtió la jornada en una especie de “referéndum de hecho” sobre cómo manejar la crisis, de naturaleza primordialmente financiera, bancaria. Una convicción que se percibe ya como el único camino para paliar sus trágicas consecuencias económicas: recesión y desempleo.

Rodeado de un equipo de economistas de primer nivel y él mismo muy competente en la materia (fue auditor en el Tribunal de Cuentas y sobre todo esto acreditó una gran solvencia en el debate televisado del miércoles) Hollande es como el líder de una nueva y tal vez imparable corriente favorable a un cambio profundo en la gestión de la crisis.

Se diría, metafóricamente y en términos tan morales como propiamente políticos, que esa corriente ganó la elección en Francia, que recupera su condición de laboratorio de la creación política e institucional en Europa.

La reordenación del espacio progresista
La elección, en fin, fue una buena oportunidad para reflexionar sobre un tema recurrente en la política francesa: el asunto siempre abierto de la “union de la gauche”. El Partido Socialista es la clave de todo ensayo en ese orden, sobre todo tras el lento pero indetenible ocaso de los comunistas.

A la izquierda de Hollande hay vida, tanta como un insoslayable diez por ciento en la primera vuelta gracias al éxito del eurodiputado y ex-militante socialista Jean-Luc Mélenchon, cuyo comportamiento fue, por cierto, ejemplar: apenas concluida la primera vuelta y sin esperar ni pedir nada a cambio, pidió el voto de su recién nacido “Frente de Izquierda” para Hollande.

Hora de victoria, hora de responsabilidad. Francia, pionera de un cambio de rumbo desde su peso económico e histórico, desde su condición de vieja referencia para media Europa y de contrapeso a un Berlín donde el año próximo puede haber un gobierno socialdemócrata. Un viento de cambio recorre Europa…

*Elena Martí es periodista y analista política