Un absoluto despropósito
El despropósito –por no decir el insulto—ha sido evidentemente contestado por el amplio colectivo femenino que empleamos tiempo y esfuerzo en dar satisfacción a nuestra vocación de analizar y divulgar el pasado común.

Desde las muchas catedráticas e investigadoras que pueblan las universidades españolas hasta las periodistas y escritoras dedicadas a la historia divulgativa, las mujeres han estado y están presentes en el campo de la historiografía.

Incluso la decana de las revistas de historia españolas, Historia y Vida, está dirigida por una mujer, Isabel Margarit, doctora en Historia y brillante especialista en el terreno de la biografía.

La misoginia de la Academia
Sin embargo, de un total de 36 académicos, la Real Academia de la Historia solo alberga en sus filas a tres mujeres: Carmen Iglesias, Josefina Gómez y Carmen Sanz. Es más, en el polémico Diccionario Biográfico, solo aparecen 3.800 entradas correspondientes a mujeres, sobre un total de 43.000 dedicadas a varones. Es decir, poco más de un 8% del total de los nombres que pueblan sus veinticinco tomos.

No es una novedad que la historia es androcéntrica y que ello es consecuencia del papel tradicional que la mujer ha desempeñado en la sociedad, pero sobre todo se debe a que ha sido escrita por hombres. Por una u otra razón, el resultado ha sido que insignes figuras del ámbito de las artes, la literatura, la política, o el pensamiento han sido hurtadas a la memoria popular a favor de sus coetáneos varones.

Un deber irrenunciable
Uno de los propósitos de la Real Academia de la Historia y con ella de todos los historiadores contemporáneos académicos, universitarios o meramente divulgativos, como es el caso de quien suscribe estas líneas, sería reivindicar, analizar y difundir el papel que la mujer ha tenido en la historia. Y, en el caso de la Academia, nada mejor para hacerlo que dar cabida en la Institución a tantas mujeres que por su preparación y sus investigaciones, merecen ocupar un sillón en su seno.

Es una auténtica falacia, doctor Anes, que las mujeres no tengamos tiempo para investigar debidamente porque dedicamos miles de horas a criar a nuestros hijos y a ser amas de casa. En primer lugar, porque han sido muchas las que, dado el desamparo social a que se han visto sometidas, han tenido que sacrificar su vida familiar para dedicarse por completo a su vocación y a su tarea laboral. Otras, más afortunadas, hemos podido conciliar ambas tareas, bien porque nuestros compañeros han estado a la altura; bien porque, por si no lo sabía, es dicho común que las mujeres sabemos organizar nuestro tiempo para abarcar todas nuestras obligaciones domésticas y profesionales.

No vale estar preparada: hay que demostrarlo
En cualquier caso, lo cierto es que hay muchas mujeres excelentemente preparadas para ser académicas. Es más, posiblemente mejor formadas que muchos hombres por aquello de que, por ser mujer, hay que demostrar una capacitación para el trabajo intelectual que al hombre se le supone. Existe, además, una ley d e paridad que, por lo visto, no afecta a las Academias.

Al igual que en el caso del Diccionario, siempre se está a tiempo de reflexionar y rectificar. En este caso concreto, doctor Anes, muchas mujeres  --historiadoras o no-- estamos esperando tanto la rectificación de la Academia como sus disculpas.

María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora