Hace años, en la última misa a la que, por obligación, asistí - por supuesto intentando poner mi mente en otro lado para obviar la retórica llena de manipulación y falacias que se vierte por esos lares- no pude evitar percibir una expresión de esa retórica ritual que, aunque me resultaba del todo conocida, me volvió a sorprender y me llevó a pensar un poco; justo lo contrario de lo que se pretende desde esas sesiones intensivas de adoctrinamiento. Y es que, lo reconozco, siempre he sido un poco rara avis, aunque mi “rareza”, la verdad, ahora me parece lucidez y me encanta.

Esa expresión, lingüísticamente una proposición subordinada adjetiva, con la que miles de personas se sentirán muy familiarizadas aunque ni sepan, en el mejor de los casos, lo que significa, es la siguiente: “ Señor y dador de vida”. Dador de vida. El dios cristiano es calificado como “dador de vida”. Curioso. Que yo sepa, las verdaderas “dadoras de vida” son las mujeres, lo cual no es que lo diga sólo yo, está amplia y profusamente demostrado por la ciencia y por cualquier otra disciplina encargada de conocer la naturaleza humana. En realidad, lo son las mujeres y los hombres en conjunción y a través del amor. Pero las mujeres son las que, en su seno, durante nueve meses, albergan la semilla de la vida que va creciendo hasta el milagro del parto. El milagro de la vida proviene de las mujeres, y de los hombres. Los dadores de vida son los seres humanos, mejor, todos los seres vivos, mal que lo nieguen y les pese a algunos.

El machismo, la misoginia y el desprecio a lo femenino provienen del ideario cristiano. La biblia está repleta de frases misóginas, sin ir más lejos. La mujer es la culpable del “pecado original” que condenó a la humanidad entera, sin comerlo ni beberlo, per secula seculorum ¡ahí es nada! San Agustín, uno de los padres de la Iglesia, vertía perlas dialécticas como: “La mujer es un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno, ella ha expulsado a Adán del paraíso”. No es extraño que Agustín de Hipona, tan compasivo y cuerdo él, identificara a la mujer con el demonio, y fuera el ideólogo de la terrible persecución contra las mujeres que llamaron “caza de brujas”, un disparatado feminicidio que se prolongó, con la colaboración de la Inquisición, durante muchos siglos. En fin, unos inocentes angelotes.

El machismo, la misoginia y el desprecio a lo femenino provienen del ideario cristiano

Y aunque parezca que esos disparates nos queden muy lejos, siguen pendiendo sobre nuestras cabezas. La derecha y la Iglesia católica siguen perpetuando esas ideas de aversión a las mujeres que derivan, a su vez, en problemas tan actuales y tan serios como el maltrato de género (masculino o femenino), y la violencia sexista. En lo que va de año han muerto 64 mujeres a manos de sus parejas o exparejas, y 16 hombres han sido asesinados por mujeres. En 2015 fueron 57 mujeres y 30 hombres. Porque la violencia de género no sólo afecta a las mujeres. El maltrato físico también es en sentido contrario, pero sobre todo el maltrato emocional y psicológico. Los hombres también son víctimas. Y es que el origen del machismo no está en los hombres, sino, repito, en los dogmas y argumentarios misóginos y castradores de las religiones.

Hace unos días se celebraba el Día Internacional Contra la Violencia Contra las Mujeres, y muchos políticos han dedicado discursos y peroratas a hablar del asunto, porque tocaba; sin saber, en muchos casos, el núcleo de un problema que se obvia aunque mate más que, por ejemplo, el terrorismo; núcleo que es, insisto, el ideario machista, misógino y feminicida del cristianismo que impregna nuestra cultura. E insisto porque muy difícilmente se puede combatir un problema si se desconoce la raíz real de sus causas. Han variado las formas, pero el fondo, en realidad, sigue vigente incluso en personas que ostentan cargos públicos.

Han salido a la luz y han provocado una intensa polémica las palabras del alcalde de Alcorcón y diputado por el PP en la asamblea de Madrid, David Pérez, quien, en abril de 2015, en un Congreso para Educadores católicos hizo afirmaciones que no quedan muy lejos de esos disparates que suelen manifestar los obispos contra las mujeres y que ya expresaban, hace muchos siglos, los próceres y patriarcas de la Iglesia. Dijo Pérez hace algo más de un año que “las feministas son mujeres fracasadas, amargadas y rabiosas”, y hablaba de “feminismo rancio, radical, totalitario”, mostrando unas creencias despreciables, obsoletas y absolutamente incompatibles con la defensa de la igualdad, de los derechos de las mujeres y de los derechos humanos; y desprestigiando un movimiento que lleva mucho tiempo luchando contra el desprecio a lo femenino; y a lo masculino también, porque, en esencia, ya digo, el machismo perjudica tanto a los hombres como a las mujeres.

 

Dice la sociolingüista norteamericana Cheris Kramarae, en su “Diccionario feminista”, que la palabra “feminismo” es, efectivamente, la expresión de una noción radical, la idea contundente y radical de que las mujeres somos seres humanos. Y decía, al respecto, el maravilloso Eduardo Galeano que el machismo, en esencia, es cobardía, porque ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar que su machismo proviene del miedo, porque ,al fin y al cabo, el miedo de la mujer a la agresión del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo. Y viceversa, porque, insisto de nuevo, el machismo es un ideario, no es un invento de los hombres.