Pepe Viyuela (1963) es sobradamente conocido. Ha hecho de todo a lo largo de su carrera. Por eso esta entrevista podría haber llegado en cualquier momento, aunque lo hace con el libro Mil Novecientos Setenta Sombreros debajo del brazo.

El actor, humorista y payaso escribe este texto, representado en pandemia, junto a la directora del Teatro Circo Price, Aránzazu Riosalido. Sus cientos de páginas hablan de un lugar emblemático de Madrid, pero acaba resultando simbólico más allá del mismo en el contexto de lucha en el que nos encontramos por muchas causas como la palestina o contra el auge de la extrema derecha; con el horizonte, además, de unas elecciones.

“El circo representa el espíritu indomable, o lo que queda de él, del ser humano: el sentido de superación, de no rendirse nunca, que lo difícil parezca lo más fácil del mundo y que lo aparentemente imposible se vea realizado”, resume Viyuela en una conversación que va desde el odio en redes contra compañeros de profesión hasta Ramón Paso -cuya obra el protagonista de estas líneas decidió abandonar tras la denuncia de 14 mujeres contra el director- pasando por la Franja de Gaza. Siéntense y disfruten del número.

PREGUNTA (P): ¿Por qué decidís centrar el libro en el Price? ¿Por qué es tan importante este lugar?

RESPUESTA (R): La idea original fue de Aránzazu. Después de medio siglo el Price vuelve a renacer con el mismo nombre y en el corazón de la ciudad. Cuando desaparece en el año 70 parece que lo hace para siempre y no es así. Esto demuestra que el circo, aparentemente en decadencia, no lo está tanto, sino que está en permanente renovación. En una ciudad enorme como Madrid, llena de ruido y donde aparentemente estamos muy dormidos a las manifestaciones artísticas, reaparece no solamente un brote, sino todo un símbolo como el Price y lo que representa. El circo representa el espíritu indomable, o lo que queda de él, del ser humano: el sentido de superación, de no rendirse nunca, que lo difícil parezca lo más fácil del mundo y que lo aparentemente imposible se vea realizado.

El texto toma también como referencia el personaje de un payaso que está cansado y que se quiere ir, pero que finalmente se da cuenta de que no puede porque lo que más ama es lo que hace, y que de dejar de hacerlo desaparecería. En definitiva, es una metáfora sobre el renacimiento de un circo, del espíritu de lucha…

P: ¿Cómo es trabajar con Aránzazu? ¿Qué relación tenéis? ¿Qué os habéis enseñado si habéis colaborado más veces juntos?

R: Nos conocemos desde hace mucho. Nos une la amistad que puede unir a dos personas que aman el circo, la poesía, la literatura… Una sintonía en los gustos y en los afectos, y este texto ha reforzado todo eso… Nunca nos habíamos planteado escribir nada juntos. Ella sabía que yo escribía poesía y yo que ella es una amante profunda de las letras y que ha trabajado siempre en asuntos relacionados con la gestión cultural.

Cuando se encuentra con 2020 y el regreso del circo considera que es una fecha para señalar. Coincide con la pandemia, por lo que no pudimos trabajar juntos, sino que lo hicimos a distancia, pero en ese contexto más complicado vamos dando luz al texto (…) Ella nunca se había imaginado ser directora del Price, pero la vida te va trayendo y llevando, y yo creo que es la persona ideal para llevar un circo al que tanto ha admirado y sobre el que ahora puede decidir.

P: ¿Qué efectos tuvo representar la obra teatral en 2020? Me hablas de metáforas, y entiendo que, en el contexto de pandemia, subiros a las tablas con el renacimiento del circo impresionó, pero también sería agridulce… ¿Qué diferencias hay entre el libro de ahora y la obra de entonces?

R: El libro se pensó en pandemia para que fuera la obra con la que se restaurara la actividad del Price después del Covid. Como bien dices, también estuvo cargado de simbolismo. Esas circunstancias tan difíciles en las que se escribe y en las que se representa (nosotros y el público con mascarilla…)

Visto en la distancia la situación le otorga un valor añadido al libro porque fue concebido en circunstancias muy difíciles. Y eso es lo que el circo hace de sí mismo cada día: resucitar en medio de una sociedad muy agreste, como algo que se concibe como si casi no perteneciera al mundo de la cultura, sino a otra cosa fuera de lo permitido.

El circo y el texto nos han demostrado que merece la pena luchar por las cosas que aparentemente están perdidas. Que nunca hay que dar la batalla por perdida. Aránzazu y yo no somos artistas de circo, pero esta aventura nos ha regalado la sensación de que merece la pena trabajar por aquello que parece imposible. Porque los sueños se pueden hacer realidad, y si no lo consigues, por lo menos lo has intentado. Ha sido un ejercicio de aprendizaje y nos ha servido también para darnos cuenta de que, aunque estamos muy lejos de la épica del circo, puede servirnos como luz (…) La vida tiene que ser un número de circo que resulte mínimamente admirable.

La vida tiene que ser un número de circo que resulte mínimamente admirable

P: “No hay que dar la batalla por perdida”. De esto la cultura sabe bastante… Hay artistas más protesta y otros que se pronuncian con más tibieza o directamente no lo hacen sobre ciertos temas. ¿Ha de ser la cultura siempre contestaría, aunque sea de una forma más indirecta?

R: No, pero tampoco hay que apartarlo de ello. Cuando a uno le dicen que se debe al mundo de la cultura y no de la política se desgaja en mundos que tienen muchísimas conexiones. La cultura debe estar conectada a todos los ámbitos, y eso no excluye la política. No debe ser únicamente política, pero no debe desviarse de ella, porque si lo hace pierde la posibilidad de estar conectado con una parte fundamental de la realidad. No deben ir unidas, pero separarlas es peligroso y hace que la cultura se convierta en un mero adorno y que la política se desconecte de algo tan fundamental como es la cultura. No tienen que separarse ni ir siempre unidas. Pueden convivir perfectamente.

P: Muchos de tus compañeros reciben acoso constante en redes sociales solo por dar su opinión. Se me viene a la cabeza Anabel Alonso, pero es solo un ejemplo. ¿Tiene Pepe Viyuela muchos haters?

R: No lo sé, porque no tiene redes sociales (risas), precisamente porque no quiero verme condicionado por esa presión. Sé que hay gente a la que no le gusto, lo contrario sería muy extraño e incluso preocupante, porque si a todo el mundo le gusta lo que dices seguramente estarías más cerca de la ameba que del ser humano.

Nos caracterizamos por tener ideas propias, que pueden ser revisadas y estar equivocadas. No hay que tener miedo de entrada de lo que pensamos. Creo que la salud de una sociedad democrática se demuestra por la capacidad que tengamos para expresar nuestras diferencias y convivir con ellas. Cuando en las redes encontré ese rechazo visceral y anónimo contra el cual no puedes hacer nada porque no sabes con quién estás hablando pensé que no merecía la pena envenenarme (…)

Y sí, tendré muchos haters y no solo no me importa, sino que debe ser así, porque la gente tiene derecho a discrepar. Es mi forma de percibir la democracia. Lo que no tiene derecho es a odiar. Las diferencias son necesarias, el debate legítimo… y por eso justo me fui, porque quería seguir opinando sin miedo, y ya lo hago en conversaciones privadas, actuando, en periódicos…

No solo no me importa tener ‘haters’, sino que debe ser así. La gente en democracia tiene derecho a discrepar. Lo que no tiene derecho es a odiar

P: Hablando de censura, ¿has tenido miedo alguna vez de toda esta ola reaccionaria que, parece, cada vez asoma más la patita?

R: No quiero tenerlo. El miedo es muy mal compañero de viaje. Si uno tiene miedo ya están consiguiendo algo. Que te autocensures. Que empieces a perder la batalla.

Evidentemente es inevitable tenerlo si a uno le increpan por la calle o le amenazan, pero tiene que ser un momento, no hay que asumirlo (…) Y es lo que intento, obviarlo y seguir diciendo lo que pienso de la manera más libre posible. Insisto, eso no significa que no me equivoque muchas veces, pero si me equivoco me reviso y veo si tengo que cambiar algo. He cambiado muchísimas ideas a lo largo de mi vida, y eso no quiere decir que no tenga principios. Pero desde luego las cosas no se deben cambiar a través del miedo ni la represión, sino del debate con los demás y la revisión de uno mismo.

P: Sobre dar la batalla, el pueblo palestino está librando la suya. Tú, que siempre te has pronunciado a favor de la paz en Gaza, ¿qué te parece el reconocimiento del Estado Palestino? ¿Y la postura de las derechas, cargando incluso contra las acampadas universitarias?

R: La decisión del Gobierno, y que seguro que hacen más gobiernos, me parece acertadísima. Creo que si hay una solución al conflicto ya altamente enquistado pasa por ahí, de lo contrario habría un aplastamiento y una vulneración de sus derechos de la forma más criminal que se pueda imaginar.

Los acontecimientos del 7 de octubre no pueden ser más descorazonadores, desmotivadores… y en estas te preguntas qué puedes hacer para cambiar las cosas. Como individuo, uno hace lo que puede, sabiendo que es muy poquito y que son los Estados los que pueden hacer muchísimo más. Por eso la respuesta del Gobierno es acertada, quizá llega un poco tarde, pero está bien que se lleve a cabo.

En cuanto a la oposición, me parece coherente con lo que defiende. No lo comparto, pero dentro de lo que piensa no se le puede pedir demasiado. Está siendo coherente con su forma de entender las relaciones políticas, que parece que se basa en la ley del más fuerte, y como en este caso la fuerza bruta está en poder del ejército israelí parece que es a ellos a quienes hay que dar la razón.

Nadie defiende a Hamás. No se reconoce el Estado de Hamás, sino de Palestina. Hamás es un grupo terrorista con el que hay que acabar, pero no hay que acabar con el pueblo palestino. El debate está muy encarnizado (…) En cuanto uno se pronuncia contra Israel es tachado de antisemita… Son barbaridades. Están mezclando muchas cosas. Por ejemplo, Israel pone sobre la mesa la Inquisición. ¿Es apoyar la Inquisición ir contra Israel? Hacer de todo un revolútum muy interesado y peligroso. Hay que mantener la calma en la medida de lo posible, pero enfada muchísimo cómo se contamina el discurso.

P: Hace cosa de un mes dejabas una obra de Ramón Paso por la denuncia de 14 mujeres contra él por agresión, acoso sexual y coacción. ¿Por qué tomaste la decisión y, sobre todo, como ha sido este tiempo?

R: Está siendo muy difícil, porque no he sido testigo de nada, de haberlo sido habría reaccionado mucho antes. Cuando salta la noticia se me abre el dilema de quién te merece más credibilidad; salta a la palestra la presunción de inocencia, pero son 14 personas las que acusan y eso, sin haberlo visto tiene su peso. Te preguntas “¿qué interés pueden tener esas personas en hundir a Ramón?”.

Mi incapacidad… El asco que me provoca que ese hecho pudiera ser verdad es lo que me hace parar. ¿Cómo me iba a subir al escenario esa tarde como si no hubiera pasado nada? No acuso a Ramón, porque no puedo hacerlo, pero desde luego no puedo desoír el grito de tantas personas. Puedo estar equivocado, son los jueces los que tienen que hacer su trabajo y me mantengo a la espera. Está siendo duro, pero no podía hacer otra cosa que no fuera eso. Repito, no tengo nada que lo inculpe ni que lo exculpe, pero ante el paso dado por tantas mujeres no podía mirar hacia otro lado.

No acuso de nada a Ramón (Paso), pero no puedo desoír el grito de tantas mujeres

P: Por último, tres conceptos a responder con una palabra.

  • Tu actuación o interpretación favorita, y no vale la de la escalera: Siempre que hago de payaso.
  • La persona con la que más te gusta trabajar: Mi compañera. Mi mujer.
  • Y una con la que te gustaría: Buster Keaton y Chaplin.

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