Llevo varios días tratando de los efectos del confinamiento en colectivos vulnerables por diversas causas, y hoy continúo la serie con otro en el que poca gente ha pensado: las personas con adicciones. Si padecerlas es duro, y convivir con quien las padece también, hacerlo en época de confinamiento es una pesadilla. Por exceso o por defecto.

Quienes vivimos la peor época de la heroína y trabajamos en la peor época de sus efectos, recordamos todavía con escalofríos los efectos del síndrome de abstinencia, que convertía a sus víctimas en seres capaces casi de cualquier cosa. El SIDA, además, causó estragos y cada día archivábamos varios procedimientos por muerte del imputado.

Ahora no son tan visibles los efectos de las drogas, pero son igual de perniciosos. No dejo de preguntarme cómo llevarán estas personas ese corte radical en el suministro y hasta qué punto serían capaces de hacer cosas para conseguir una dosis. Tal vez alguna de esas desobediencias que están llegando al juzgado tengan que ver con ello, aunque la mayoría son irresponsabilidad monda y lironda. En cualquier caso, a quien compadezco de veras es a quien tenga a su cuidado a una persona con síndrome de abstinencia. Puede ser realmente dramático.

Aunque no todas las posibilidades de suministro están cortadas. El alcohol, una de las drogas más peligrosas, es legal y, además se vende en supermercados, así que es posible que no tengan problema de abastecimiento. Quien haya tenido la desdicha de convivir con un alcohólico sabrá lo difícil que es, así que, si las circunstancias empeoran, puede volverse insufrible.

Pero si en estas circunstancias hay una adicción especialmente peligrosa, es la ludopatía. Las posibilidades a acceder a juego on line son infinitas, y no se pueden poner puertas al campo si están ahí, a un golpe de clic de ordenador y anunciándose continuamente en medios de comunicación. A pesar de que cada día parece avanzarse un poco más en la fijación de límites, todavía falta mucho para protegernos de esta desgracia y de sus horribles consecuencias.

Por último, haré una confesión. Una de las cosas que me ha llamado la atención de mí misma en este encierro es que ya no echo de menos el tabaco, cuya adicción hace justo un año que abandoné. Y eso que los estancos siguen abiertos.

Ojalá estos días sirvieran para que estas personas atadas a una esclavitud de este tipo pudieran deshacerse de ella. Y ánimo a quienes han de bregar con ellas. Puede llegar a ser realmente.