No puede ponerse en duda que quienes más han perdido en esta maldita pandemia han sido las personas mayores. Muchas de ellas han perdido la vida, y son abrumadora mayoría entre las víctimas. Otras, las que han sobrevivido, es muy probable que hayan dejado en el camino a familiares o amistades, además de su propia salud. E, incluso, los más afortunados, se han visto privados con el confinamiento de los momentos más bonitos de sus vidas, los paseos con nietos y nietas y, ahora que ya pueden verlos, de sus besos y sus abrazos, que no sabemos cuándo podremos recuperar.

Pero hay algo más de lo que respecto a los mayores nos ha traído el coronavirus, y es que ha dejado al aire nuestras vergüenzas. Las ha dejado al aire sin nada que las cubra.

No es ningún secreto que el virus se ha cebado especialmente con las residencias de la tercera edad, donde se ha cobrado gran parte de sus víctimas. Y no ha sido una casualidad. Lo sucedido ha dejado al descubierto un sistema que hace aguas por esa parte del barco, y una sociedad que cerraba los ojos ante ese evidente naufragio.

Es obvio que tienen que existir residencias y centros de día para las personas mayores que lo necesiten. Pero lo sucedido debería hacernos pensar que las residencias no son la única alternativa para ese momento de la vida. Me hablaba el otro día una buena amiga de iniciativas de cohabitación -cohousing- en que cada cual tiene su vivienda y se comparten servicios e instalaciones comunes, además de compañía, que no es poca cosa. Una buena opción para algunos casos.

Lo que no podemos seguir admitiendo es que las residencias sean un aparcamiento de mayores sin más. Que, aunque hayan cambiado el nombre de “asilo” por el más moderno de “residencia”, sigan ancladas en patrones anticuados, con medios anticuados o inexistentes.

Las sociedades antiguas veneraban a sus mayores. ¿Qué nos ha pasado para que lleguemos a hacer lo contrario, a apartarlos? ¿Era de verdad necesaria una pandemia para dejar al descubierto la cantidad de lugares sin las más mínimas condiciones?

Pero casi lo peor de todo es saber de tantas personas que casi nunca recibían visitas, a pesar de tener familia. Y que han acabado muriendo en soledad.

Ojalá todo esto sirva para pensar sobre ello, para hacer una reflexión seria como personas y como sociedad. Nuestros mayores se lo merecen, Los que se fueron y los que están aquí. No les fallemos