La historia de los Jesuitas está plagada de encontronazos con reyes y políticos (cuatro veces han sido expulsados de España entre 1767 y 1932), y con la propia Iglesia Católica, sobre todo con su cúpula. Históricamente han sido la orden con más poder y los más cultos. Considerados la aristocracia de la Iglesia, la orden fundada por San Ignacio de Loyola, se las ha visto tiesas desde hace siglos con cualquier poder establecido. Pero es que en el último medio siglo, su aperturismo, rojerío según algunos, ha terminado incluso con excomuniones. Por eso, el nombramiento de Jorge Mario Bergoglio, un jesuita, como Papa, fue no solo un shock para las ramas más ultraconservadoras, sino una “revancha” en toda regla de la propia orden en nombre de personajes tan relevantes como el padre Pedro Arrupe contra los tres Papas anteriores.
Y es que Pedro Arrupe, general de los Jesuitas, era el líder de esta orden cuando, siendo Papa Pablo VI, se incrementó el compromiso político y social de los Jesuitas. Nacía la teología de la liberación, y eso asustó, y mucho, a la cúpula de la iglesia católica. Si bien Arrupe nunca la defendió públicamente, pues tonto no era, tampoco la criminalizó como sí hicieron desde el ala más ultraconservadora de la curia.
Tal era el miedo, que Juan Pablo I tenía preparado un discurso en contra de la orden cuando murió, incluso hizo llorar a Arrupe en su despacho cuando le dijo qué pensaba de los Jesuitas. Le sustituyó como sumo pontífice Juan Pablo II. ¿Y qué hizo? Guardarse aquel discurso, por cierto, escrito por un jesuita, para utilizarlo cuando mejor le viniera.
Un dato poco conocido es que los miembros de la Compañía de Jesús son la única orden que tiene un cuarto voto: obediencia al Papa, y Arrupe le juró obediencia a Juan Pablo II en 1978. Un año después, el Papa hacía un discurso hiper crítico ante ellos, y desempolvaba aquel escrito de Pablo VI para sorpresa y estupor de los presentes. Era la primera de muchas cornadas a la orden.
La mala relación entre Arrupe y el representante de Dios en la tierra siguió aumentando con los años. Hasta tal punto llegó el asunto, que Arrupe quería retirarse como general de los Jesuitas. Tenía claro su sucesor: el padre Vicent O'Keefe, a quien los provinciales de los Jesuitas también apoyaban. Pero Juan Pablo II tenía otros planes para ellos. Así, el Papa se pasó más de dos años dando largas a Arrupe hasta que, finalmente, solo le dijo que su sucesor no le gustaba un pelo y, poco más o menos, que ya habían desafiado a un Papa y no lo iba a volver a consentir.
Intervención de la Orden de los Jesuitas
Ese mismo año el padre Arrupe sufre un ictus, pero pese a todo señala a su sucesor. "¡Ja! Por encima de mi cadáver", debió pensar Juan Pablo II, quien no dudó en intervenir la orden, algo que ni en sus peores pesadillas pensaban los miembros de esta orden que podría suceder.
El número 2 del Papa fue a visitar a Arrupe y le dijo que, por orden de su santidad, designaba de forma unilateral a Paolo Dezz y al padre Giuseppe Pittau para dirigir a los Jesuitas. ¿Y quién era Dezz? Pues según las malas lenguas era, ni más ni menos que la persona que escribió aquel discurso incendiario contra la Compañía que tenía Pablo VI, y que utilizó Juan Pablo II. Los miembros de la Compañía se cabrearon, y mucho. Tanto, que si uno busca la lista de los superiores generales de la Compañía de Jesús, su nombre no aparece. Tras Arrupe, el siguiente general de los Jesuitas es Peter Hans Kolvenbach, nombrado tras fallecer este último.
Excomuniones
Y si esto, lectores, les parece mucho, no es nada comparado con lo que el cardenal, Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, hizo con todos aquellos que apoyaban la teología de la liberación cuando era el prefecto para la doctrina de la fe (antigua inquisición). Si bien no ardieron por herejes, si fueron excomulgados y obligados a dejar el sacerdocio sin ningún tipo de miramiento sacerdotes como Ernesto Cardenal, Fernando Cardenal, Miguel d’Escoto o Edgard Parrales, por su defensa la teología de la liberación. De hecho, el Papa Francisco ordenó retirar el castigo impuesto a todos ellos en 2014.
Entre Juan Pablo II y Ratzinger se cargaron cualquier cosa de oliera a rojo en la Iglesia Católica. Muchos creen que el padre Jesuita Ignacio Ellacuria o Monseñor Romero, ahora considerados mártires, habrían corrido la misma suerte que otros muchos miembros tanto de la Compañía, como de otras órdenes, si no hubieran sido asesinados en El Salvador en 1989 y 1980 respectivamente.
Pero se ve que el Karma existe, y muchos años después, un cardenal Jesuita procedente de Argentina llamado Jorge María Bergoglio llegaba al cónclave que debía escoger al sucesor de Benedicto XVI, quien había renunciado al papado, sin ningún tipo de aspiración. Tanto era así que tan solo dos periódicos tenían su foto como papable, y uno era argentino.
En un giro dramático de los acontecimientos, al menos para el ala ultraconservadora de la Iglesia y para la ultraderecha en general, un Jesuita progresista era elegido Papa, resarciendo así medio siglo de ataques sin cuartel contra la Compañía de Jesús por parte de la Curia. Muchos dicen que el Papa Francisco ha sido más de palabra que de obra… pues que le pregunten al Opus Dei o al Sodalicio de Vida Cristiana, la comunidad religiosa católica con sede en Perú, que tras ser investigada durante años por las denuncias de presuntos abusos sexuales y psicológicos, fue disuelta por Francisco en enero de 2025.