Yolanda nació en el seno de una familia ganadera en una aldea de Melide (A Coruña), pero las vacas no eran lo suyo. Tiene 30 años y desde los cinco padece una cardiopatía que la ha dejado con un 41% de discapacidad. Hace cuatro años empezó a trabajar en la Red Pública de Albergues del Camino de Santiago en Galicia,ruta Xacobea, de cuya atención al peregrino, gestión de cobro y limpieza se ocupa Clece, la empresa que le ha dado la oportunidad de dar un giro a su vida y cumplir sus sueños. “Quería tener mi propio sueldo e independizarme económicamente, aunque todavía vivo con mis padres. Me he podido incluso comprar un coche propio”, nos explica feliz.

Trabaja en el albergue de Arzúa, en el Camino Francés, uno de los más transitados por los peregrinos. Su trabajo consiste mantener limpias las habitaciones e instalaciones del albergue y atender a los peregrinos que llegan al establecimiento. Una de sus funciones principales es comprobar que cuentan con el certificado del Peregrino, que acredita que, efectivamente, están haciendo la ruta Xacobea.

Esta acreditación tiene su origen en la Edad Media, cuando se entregaba a los peregrinos un salvoconducto para poder viajar. Esta especie de pasaporte se otorga en la actualidad por la Oficina del Peregrino y debe sellarse dos veces al día. Asimismo, se trata de una certificación imprescindible para que, al final de la jornada, puedas pernoctar en un albergue público.

“Alguna vez me han presentado un certificado de otra persona y he tenido que rechazarlo, pero siempre con educación y recordando las normas”, nos comenta Yolanda. Lo que más le gusta de su trabajo es el contacto con la gente. “He conocido a todo tipo de personas y la mayoría son maravillosas. Hay muchos peregrinos extranjeros y siempre consigo entenderme con ellos”, añade.

Los peregrinos no sólo le han dado una oportunidad laboral sino también una experiencia de vida. Fue precisamente uno de ellos quien la animó a hacer una jornada del Camino y estrenarse como peregrina. “Ahora me pongo en su piel y ya sé lo que significa el dolor. El dolor de los pies y las heridas, del cansancio, agotamiento… Pero fue fantástico y lo volvería a hacer”. Para Yolanda hay un antes y un después de esta experiencia laboral, que, sin duda, recomendaría a cualquiera.  

Clece atiende todos los albergues de la Red Pública del Camino de Santiago en Galicia. Hay en total 70 albergues repartidos por las diferentes rutas, con capacidad para 1.800 personas. Estos alojamientos están dotados de dormitorios, aseos, cocina, sala de estar y lavaderos. Las plazas no se pueden reservar salvo en contadas excepciones, y solo se podrá pasar una noche en cada establecimiento. El precio por cama y día es de ocho euros.

Con la pandemia del coronavirus y esta última ola de omnicrón a la baja, las perspectivas para los próximos meses son muy esperanzadoras. La temporada alta empieza en Semana Santa y se larga hasta el otoño. En cada albergue trabajan dos personas fijas y durante los meses de mayor tránsito se refuerza con una persona de limpieza.

Este servicio de Clece proporciona empleo a un total de 140 personas. El 100% de los trabajadores de estos albergues, en su mayoría mujeres, proceden de colectivos vulnerables: personas con diversidad funcional, mujeres víctimas de la violencia de género o de la trata de personas -un colectivo que ha aumentado progresivamente en los últimos tiempos-, o parados de larga duración.

Flavia González Saura es la responsable de selección de estas personas. Trabaja en colaboración con diversas entidades sociales y se ha convertido en una especie de agente de empleo para lograr un puesto de trabajo a medida. “Cada persona tiene una realidad o particularidad diferente y hay que buscar un puesto de trabajo a la medida de cada uno. Por ejemplo, para los albergues he visto a gente que no sabía manejarse con el dinero y eso es una dificultad, ya que tienen que cobrar a los peregrinos”, nos explica. Pero no pasa nada, añade, ya que habrá otra oportunidad diferente para esa persona. “Lo importante es encontrar algo que sea satisfactorio para todas las partes implicadas”, asegura e insta a las empresas a darse cuenta de que estos colectivos tienen mucho que aportar.

“Ellos están encantados y yo más, porque son personas súper implicadas con el trabajo. La mayor parte de ellos no tenía ni idea de qué era el Camino y se han preparado idiomas, carteles, explicaciones… Hacen de guías turísticos y dan soluciones al peregrino. Imagínate que después de andar 20 o 30 kilómetros llegas a un albergue en un entorno natural precioso, pero no hay ningún sitio para comer. Ellos se lo solucionan, aunque en un sentido estricto no forme parte de sus obligaciones. Y los peregrinos agradecen enormemente que les faciliten la vida”, asegura Lorena Seoane, jefa del Servicio.

Cada albergue cuenta con un libro de agradecimientos que es testigo de esta entrega de los diferentes albergueros. “Este trabajo, continúa, es una oportunidad para el crecimiento personal de colectivos especialmente vulnerables”, concluye.