El 4 de noviembre de 1922, hace exactamente cien años, el arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter descubrió el primero de los peldaños de una de las reliquias más codiciadas y mejor conservadas del Antiguo Egipto, la tumba de Tutankamón. El valor de la reliquia no reside únicamente en la tumba, sino en la cantidad de objetos, joyas y antigüedades presentes en el sepulcro del sucesor de Akenatón y Nefertiti.
Prácticamente intactos, los restos de Tutankamón yacían prácticamente igual que como sus antepasados lo habían dejado 3.000 años atrás. El descubrimiento de Howard no se entiende sin la financiación del aristócrata Lord Carnarvon, quien permitió que el británico dedicase buena parte de su vida a remover las tierras del valle de Luxor, la necrópolis de los faraones. La envergadura de la excavación provocó que se estirase en el tiempo durante 10 años, debido tanto a su dificultad como a la cantidad de reliquias encontradas.
Cumplidos los 100 años, esta reliquia, lugar de peregrinaje de turistas ávidos de conocimiento, tiene ante sí la eterna encrucijada: dejar que siga siendo visitada por su valor histórico, arriesgándose a que el paso del tiempo suponga un peaje demasiado elevado para el estado de su conservación, o, por el contrario, y como muchos han pedido a lo largo de este tiempo, cerrarla sine die al público para asegurar su buen estado.
Y es que la exposición de esta tumba es muy elevada. Se calcula que cada día desfilan por este angosto pasillo entre 500 y 1.000 personas. Unas cifras que inquietan a los arqueólogos y expertos, que empiezan a poner sobre la mesa la posibilidad de mantener abierta al público una réplica de esta reliquia que permita deleitar a los visitantes sin exponer una joya que se deteriora con el paso del tiempo.
Los objetos encontrados
Con el descubrimiento de la tumba se produjo, a su vez, el descubrimiento de un carácter. Tutankamón, que accedió al poder a los 12 años y murió cerca de los 20, guardó junto a sí una cantidad ingente de tesoros que permiten reflejar un fiel retrato de su personalidad. Entre los objetos, además de un ajuar de alto valor histórico, destacan referencias a su vida de deportista y guerrero.
Además de su conocida afición a los juegos de mesa, destaca su capacidad en la caza. De hecho, en la tumba se guardaron hasta 46 arcos, 400 flechas y seis carruajes adaptados para la actividad cinegética.
Curioso es que Tuntakamón, aficionado al deporte, guardase en su tumba una gran cantidad de bastones. Por el momento se desconoce si los tenía por necesidad o por moda, pero lo cierto es que el joven faraón guardaba junto a sí cerca de 130 bastones, todos decorados de forma distinta, de distintos materiales y perfectamente ornamentados.
La daga 'espacial'
Especialmente estudiada ha sido la daga de hierro procedente de meteoritos encontrada en su tumba. Con el paso del tiempo y del estudio, se ha dilucidado que fue forjada a temperaturas de unos 950 grados o menos y fuera de Egipto.
Los investigadores del Instituto de Tecnología de Chiba (Japón) utilizaron equipos analíticos que llevaron al Museo Egipcio de El Cairo en febrero de 2020 para desentrañar el misterio de cómo se produjo la daga a través del análisis químico. El equipo se utilizó para determinar los elementos que entraron en la daga de hierro, así como para medir los detalles en su superficie.
La investigación hasta ahora había determinado que la daga estaba hecha principalmente de meteoritos de hierro. La daga también contenía entre 10 y 12 por ciento de níquel, siendo el ingrediente principal la octaedrita, un tipo de meteorito de hierro.
El análisis de la daga realizado por el equipo confirmó la existencia de sulfuro de hierro que se encuentra comúnmente en la octaedrita. También hubo señales de que el metal se había calentado a por lo menos 800 grados.