Hay episodios del pasado que nos hacen reflexionar sobre cómo funciona la Historia, cómo se deforma a través de mitos, cómo se trastoca por según quién la cuente o cómo cambia todo cuando se consultan las fuentes originales. Por eso, nos ocupamos hoy de la historia de don Carlos de Austria, el malogrado hijo de Felipe II quien, siendo un veinteañero, acabó sus días encerrado en el Alcázar de Madrid, por orden de su padre.
Por eso hoy, en su 478º cumpleaños, nos ocupamos de don Carlos, cuya historia aúna todos estos factores, leyendas, imparcialidad, mentiras y un sinfin de dilemas históricos.
El romanticismo y sus mitos
Pocos movimientos culturales han trastocado tanto la historia como el romanticismo, su tendencia a buscar apasionadas aventuras en la aburrida historia hacen que se adulteren los hechos del pasado en pos de conseguir un conmovedor drama.
Esto mismo ocurrió con don Carlos, recordemos primogénito y heredero de Felipe II, a quién Friedrich Schiller y posteriormente Giuseppe Verdi, transformaron en un apuesto príncipe luchador por la libertad y vilmente asesinado por su pérfido padre. Cuando en realidad nada de esto fue cierto (ni si quiera lo de apuesto).
Amores que matan
Como era de esperar en un mito romántico se incluyó una historia de amor, en este caso entre don Carlos e Isabel de Valois que acaba, primero con la cruel muerte de él y luego la de ella. Sin embargo, la realidad fue mucho más cruda y sin tanta emoción; el matrimonio con esta princesa francesa se debió a puras cuestiones políticas y por esas mismas razones el novio que estaba propuesto inicialmente, don Carlos, fue sustituido por su padre.
Por esas mismas razones diplomáticas es absurdo creer que Felipe II asesinase a Isabel de Valois, lo cual hubiese desencadenado una guerra con Francia y por supuesto buscar otra esposa con la que solucionar el problema sucesorio pues recordemos que cuando Isabel fallece el rey no tenía hijos.
Las leyendas negras y rosas
Desde la derecha es habitual achacar todos los males de España a la Leyenda Negra, una especie de campaña mediática para menoscabar la imagen de España y es verdad que desde el extranjero se dilapidó la imagen de este muchacho con perversos ejemplos tales como kis qye narra el embajador Boadero cuando dijo: ”Uno de los rasgos más sobresalientes es que cuando le llevan liebres y otras piezas de caza, su mayor placer es que las asen vivas. Le regalaron una vez un áspid de gran tamaño, el cual le mordió un dedo; encolerizado, Don Carlos le arrancó la cabeza a mordiscos”.
No menos cierto es, que historiadores patrios le han puesto de monstruo para arriba con argumentos tales como que: “una nodriza del príncipe Carlos había fallecido a causa de una gangrena en sus mamas, después de sufrir las mordeduras caprichosas de aquel estúpido y vengativo niño” como si tal muerte hubiese sido real, y lo que es peor, como si un niño de teta supiese lo que es la venganza.
La falta información y de documentos
Ciertas cuestiones de la historia se terminan de entender cuando aparecen documentos que dan luz a los hechos que ocurrieron, sin embargo el proceso judicial que llevó al encierro de este príncipe sigue siendo un verdadero enigma por la destrucción de documentación a la muerte de don Carlos.
Para colmo de males, y dado que el príncipe fue encerrado por sobrepasar todos los límites, Felipe II fue parco en explicaciones, generando aún más rumores y especulaciones. No sabemos realmente qué hizo don Carlos pero todo evidencia que su actitud comprometía a Felipe II hasta límites que hacían peligrar la diplomacia internacional.
¿Un mal padre y un mal hijo?
Siempre es difícil valorar el papel de uno y otro, pero desde luego, el papel despiadado de Felipe II es inadmisible. Para empezar porque no solo no le condenó a muerte (pudiendolo haber hecho sin problema) sino que además hizo todo lo posible por evitar la muerte del muchacho cuando a raíz de un accidente en Alcalá de Henares el joven estuvo más cerca de la muerte que de la vida.
Tampoco que el príncipe fuese un muchacho sin sentimientos cuando, por ejemplo, desde niño escribió sentidas cartas lamentando su soledad.
La ciencia como posible explicación
Al final, una de las pocas cosas claras en toda esta cuestión nos remite a la ciencia. El príncipe Carlos era hijo de primos carnales por partida doble, y si a semejante potaje endogámico se le suma que tanto su padre, como su madre descendían de Juana apodada como “la loca” nos daremos cuenta que el explosivo cóctel genético estaba servido.
Es muy probable que el príncipe naciese con más de un problema mental y que su padre Felipe II trató de ocultarlo a toda costa, incluso cuando ya no hubo más remedio que encerrar al muchacho. ¿Cómo de serios eran aquellos trastornos? nunca lo sabremos. Lo que queda patente es que la etiqueta, el protocolo y los rigores de la corte poco ayudaban a una persona así, al contrario más bien, la rígida actitud agravó problemas que posiblemente se hubiesen atenuado con un poco más de afecto.