A la vista del titular que encabeza este artículo, sus improbables lectores institucionales alzarán raudos la mano para formular la protesta, no del todo infundada, de que el Partido Socialista y Más Madrid sí que han pedido y no solo una vez la dimisión del jefe de gabinete de la presidenta de Madrid, Miguel Ángel Rodríguez. Más Madrid activó incluso una página de recogida de firmas para exigir su cese. También lo pidieron, aunque en su caso por amenazar a los periodistas del elDiario.es, la Federación de Asociaciones de la Prensa y la propia Asociación de la Prensa de Madrid, que es casi como si no la hubiera pedido nadie: el problema principal de las asociaciones de periodistas no es ya que no las respeten los políticos sino que no las respetan –o lo no les echan cuenta, que para el caso es lo mismo– ni siquiera los propios periodistas. En todo caso, a la petición de dimisión de MAR por parte de esos dos partidos le ocurre un poco lo que a la petición formulada por las asociaciones de periodistas: que nadie le ha echado cuenta, como si no se hubiera producido, y no porque haya triunfado una vaga conspiración de silencio orquestada por la poderosa constelación de medios conservadores con sede social en la capital de España y cuenta de clientes preferenciales en el Gobierno regional de Madrid, sino quizá por una razón menos visible pero más poderosa: la mentira en política ha dejado de escandalizarnos como sociedad.
Que Miguel Ángel Rodríguez es bastante mentiroso lo dan por cierto hasta sus compañeros de partido, entre quienes sin embargo parece más bien reinar un desmedido orgullo por el coraje civil y la valentía personal demostrados por el jefe de gabinete de la presidenta de Madrid al enfrentarse a cara descubierta al periodismo sanchista que, como todo El Mundo Español sabe, intenta manchar el buen nombre de un ciudadano ejemplar como don Alberto González Amador, también conocido por algunos como Alberto Quirón y por casi todos como El Novio, atribuyéndole falsamente la comisión de delitos fiscales, falsedad en documento público o enriquecimiento obsceno en el comercio de mascarillas durante la pandemia. La derecha mediática conserva intacta su fe ciega en Rodríguez y González. La fe, pues, no solo mueve montañas, también mueve patrañas.
Licencia para inventar, venia para trolear
Además de las dichas impunemente en el juicio al declarar como testigo –licencia para inventar, venia para trolear–, dos de las mentiras más sobresalientes del historial de trolas de MAR fueron, como se sabe, el desencadenante del caso que ahora juzga el Supremo con el Fiscal General del Estado en el banquillo por revelación de secretos: mintió Rodríguez al atribuir a la Fiscalía de Madrid un intento de pacto con González que habría sido frenado “desde arriba”, es decir, por el Fiscal General, es decir, por Pedro Sánchez, es decir, por la Anti España, y mintió también al ocultar que en verdad la iniciativa del pacto había partido del ciudadano González a la vista de los abrumadores indicios delictivos reunidos contra él por la inspección de Hacienda. La decisión, quizá imprudente pero no injustificada, de la Fiscalía General del Estado de desmentir ambos bulos es lo que ha conducido a su titular al banquillo. Las pruebas que hay contra Álvaro García Ortiz son poco consistentes, pero el escepticismo con que el tribunal está acogiendo los testimonios exculpatorios, la antipatía que sus señorías parecen sentir por las afinidades políticas del procesado y el fervor con que las derechas acogerían una condena lo más ejemplar posible pueden acabar teniendo en el ánimo de los jueces más peso del que cabría colegir de un examen imparcial de los hechos examinados.
Los dirigentes del PP preguntados por las mentiras de MAR replican que “mentir no es ilegal”. Y en general es así, salvo si mientes, claro, al declarar como testigo… Pero lo grave en nuestro tiempo no es que mentir no sea delito: lo verdaderamente grave es que ni siquiera es pecado, pecado no en su primera acepción de transgresión deliberada de un precepto religioso sino en la referida a una conducta que se aparta de lo justo y de lo que es debido. El mundo no identifica al mentiroso Rodríguez como un apestado con el que conviene no juntarse: más bien es considerado un genio del regate, un viejo zorro del tacticismo, un fino estratega capaz de elevar a alguien tan limitado como Isabel Díaz Ayuso a lo más alto de la institucionalidad madrileña e incluso al primer puesto en el equipo de relevos que se hará cargo del PP si Alberto Núñez Feijóo no alcanza la Moncloa tras las próximas generales.
Es el poder, amigo
Mentir ya no opera como un baldón sino más bien como un blasón. Lo sugerente del caso MAR no es únicamente que mintiera sobre el correo de El Novio a la Fiscalía tergiversando cínicamente su contenido, sino que haya tenido el cuajo de jactarse de sus mentiras, bien amparándolas bajo el paraguas de los conocimientos adquiridos en su larga trayectoria profesional sobre el funcionamiento y naturaleza del poder (la Fiscalía es una institución jerarquizada, luego blanco y en botella: es el poder, amigo), bien justificándolas por su condición de “periodista y no de notario”, la cual le otorgaría una especie de patente de corso para escamotear la verdad, o como él mismo diría en el transcurso de alguna de las largas sobremesas que se le atribuyen, para decir lo que le pase por sus santos cojones.
En el mundo actual se libra una guerra civil de la mentira contra la verdad, una guerra civil de alcance planetario. Eximios pensadores como Aristóteles o Santo Tomás, que tanto se esforzaron en describir la naturaleza de la verdad, no darían crédito a lo que hoy está sucediendo: el macizo bando de la mentira, con un poderoso comandante en jefe llamado Donald Trump; el desmadejado bando de la verdad, con apenas un puñado de buenos oficiales y algunas divisiones de esforzados voluntarios haciendo la guerra por su cuenta. Que, pese a algunas loables pero aisladas iniciativas, la petición de cese de MAR no figure ni en la agenda política nacional ni en el sentir popular es un indicio, otro más, inequívoco, descorazonador, de que las huestes de la mentira van ganando la guerra.