Con la victoria definitiva en 1939 de la sublevación militar contra la República, y con ello el final de la Guerra Civil, Luis Tobío Fernandez, diplomático y escritor, se vio forzado al exilio. Con ello concluyó su etapa como secretario general del Ministerio de Estado de la República y, de esta forma, la lucha por un país democrático y en progreso. Al menos en cuanto al sentido más político se refiere.

Como Tobío Fernández, solo una cantidad reducida de diplomáticos se mantuvieron fieles al gobierno de la Segunda República. La inmensa mayoría se pasaron al bando sublevado. Se calcula que fueron apenas medio centenar de un total de 275 los que, honrosamente, en el exilio o en la sombra, siguieron apoyando y defendiendo la legitimidad y principios de la República Española.

Este lunes 9 de junio a las 11 de la mañana, el ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, rinde homenaje en la sede de Marqués de Salamanca a todos aquellos diplomáticos y personal del servicio exterior que permanecieron leales durante toda la duración de la Guerra Civil y la dictadura. Una placa, develada por el ministro ante familiares e historiadores, que recuerda sus nombres para poner en valor la labor de esa parte de quienes trabajaban en el Ministerio de Estado y en la red de embajadas y consulados de España en 1936, y que fueron fieles al sistema democrático establecido durante la II República.

En un momento de profundo simbolismo como es este, Ángel Viñas, quien ha forjado su trayectoria en prestigiosas instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea, desvela el meticuloso trabajo de investigación que lo ha llevado a compilar la lista de nombres de diplomáticos leales. Estos hallazgos, que verán la luz en un próximo libro, reafirman una verdad que Viñas defiende con insistencia: el destino de la República y, por ende, de España, se selló en el frente pero, también, en los despachos de las cancillerías de Europa y América.

En el acto también intervienen algunos descendientes de estos diplomáticos, como es el caso de Ainoa Careaga, familiar de Fernando Careaga Echevarría, quien era secretario de la embajada española en Helsinki cuando estalló la Guerra Civil. Actualmente destinada en Marruecos, la diplomática afirmó: “Mi abuelo tuvo que tomar una decisión muy difícil, lo abandonó todo: su carrera, su país y su vida para exiliarse en el extranjero. Fue despojado de todo menos de sus principios morales. Decidió ser fiel a ellos”.

Una división diplomática representando la social

En aquellos momentos, la situación exterior de la Segunda República Española era extremadamente complicada. Aislada diplomáticamente y sin apoyos firmes en las principales capitales europeas, el gobierno legítimo se enfrentaba a una creciente indiferencia internacional que favorecía de facto a los sublevados. En este contexto, los diplomáticos fieles a la República desplegaron una actividad, cultural en su mayoría, contraria al Régimen o, en su defecto, nostálgica al antiguo gobierno.

Mientras tanto, los diplomáticos desafectos al régimen republicano continuaron operando desde sus destinos en el exterior, utilizando sus contactos y su influencia para inclinar la balanza diplomática a favor del bando sublevado. “Estos últimos tuvieron una influencia bastante decisiva. Por un lado, entorpecieron la labor de sus compañeros y excompañeros fieles y, por otro lado, contribuyeron a frenar en las cancillerías extranjeras una corriente a favor de Franco”, explica el historiador Ángel Viñas.

Este doble juego diplomático tuvo un impacto importante en el desarrollo de la Guerra Civil en el terreno internacional. Mientras la República veía cerrarse muchas puertas, los rebeldes lograban construir una red de simpatías, especialmente en gobiernos conservadores y fascistas como el de Mussolini en Italia y el de Hitler en Alemania, que no solo ofrecieron reconocimiento tácito sino también un apoyo militar crucial. La neutralidad de las democracias occidentales, impulsada por la política de No Intervención, terminó beneficiando a los sublevados, que además contaron con un aparato diplomático paralelo e influyente que operaba desde embajadas, consulados y círculos políticos internacionales.

“La guerra se ganó o se perdió en los campos de batalla, pero detrás había mucho más. En este sentido, el sostén a Franco que consiguieron intensificar muchos de los diplomáticos sublevados fue significativo”, ha añadido Viñas.

El evento organizado este lunes por el Ministerio de Asuntos Exteriores, que da continuidad a la propuesta iniciada en 2009 por el exministro Miguel Ángel Moratinos, tiene también como objetivo rendir homenaje a los integrantes del cuerpo diplomático que fueron apartados de sus funciones durante la dictadura.

Heridas del destierro

La gran mayoría del nuevo personal de servicio exterior nombrado por la República y que permanecieron leales, siguieron sus vidas en el exilio, fuera de la carrera diplomática. En el caso de Luis Tobío Fernandez, pudo volver en 1963 aun habiendo participado de forma activa en distintos periódicos y revistas uruguayas, país donde residió durante más de veinte años.

Bajo el recuerdo y su escarmiento, homenajes como este son requeridos frente a un supuesto y actual objetivo común, de unificación y patriotismo, que, irónicamente, no admite a gran parte de la comunidad.

Ainoa Careaga sostiene que “en este contexto internacional que estamos viviendo, recordar a personas que no miraron para otro lado ante la barbarie es muy necesario”. Además, “no es fácil seguir con la vida hacia adelante cuando en el pasado hay heridas que no han cerrado bien”, añade.

Las humedades del amor patriota, que tan descuidado estuvo durante una larga dictadura, calaron en aquellos que, desde la distancia, no quisieron dividir su corazón pese a verse obligados.

“A pesar de todo lo que se hace para destruirla, España subsiste. En mi propósito, y para fines mucho más importantes, España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego; donde haya un español o un puñado de españoles que se angustian pensando en la salvación del país, ahí hay un ánimo y una voluntad que entran en cuenta” Manuel Azaña durante el discurso “Paz, Piedad y Perdón” en el ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938.

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