El juez Peinado está encabronado, quién lo desencabronará, el desencabronador que lo desensabrone buen desencabronador será. ¿Será delito esta versión satírico-festiva del viejo trabalenguas infantil del cielo enladrillado? No es difícil imaginar al juez personal de Begoña Gómez sentado esta mañana de septiembre en su sillón favorito leyendo la prensa enemiga en busca de nuevos indicios delictivos. ¿Conque el juez Peinado está encabronado, eh? Al mindundi este habrá que ir preparándole una querellita, para que aprenda a respetar al Poder Judicial.
Un año y medio de tiempo y 7.000 folios repartidos en 17 tomos suma ya su señoría en la interminable causa abierta contra la mujer del presidente del Gobierno. ¿Sus delitos? Bueno, un poquito de todo: corrupción en los negocios, tráfico de influencias, intrusismo profesional, apropiación indebida, malversación de caudales públicos… Como si dijéramos, un mix penal. No se quejará la presunta multidelincuente Gómez: pocos en España y aun en el mundo pueden presumir de haber tenido un juez en exclusiva para ellos solos, persiguiéndolos sin descanso durante meses y meses sin saber muy bien los pobres reos qué malditos crímenes habían cometido.
Un cierto calvario, un calvario cierto
El último movimiento procesal de Juan Carlos Peinado acaba de salir del horno: se trata de un paquete de querellas contra un puñado de periodistas, tertulianos y políticos más bien de izquierdas por haber atentado contra su honor atribuyéndole una conducta profesional que bordearía la prevaricación. Que se vayan preparando todos ellos porque les espera un buen calvario: no es probable que las querellas tengan demasiado recorrido penal, pero quizá eso es lo de menos: probablemente Peinado no pretenda tanto ganar como atosigar, indagar, interrogar, husmear, inquietar: marcar territorio.
De algún modo, ya ha ganado porque habrá conseguido meterles el miedo en el cuerpo a los demandados: si los tribunales competentes no han conseguido pararle los pies al juez en el disparatado caso de Begoña Gómez, ¿por qué habrían de parárselos en el caso de los periodistas? La justicia española ha dejado de resultar fiable cuando tiene que juzgar asuntos, incluso muy menores, de naturaleza política. A los querellados quizá no les caiga una condena, quizá ni siquiera les caiga un proceso, pero sí les ha caído un disgusto, una inquietud, un temor. ¿Y si resulta que el nuevo juez campeador les pide no sé cuántos miles de euros para restañar las heridas infligidas a su honor y quien tiene que dictar sentencia es otro juez no menos campeador que su colega hiperquerellante?
Pecados sin redención
El juez Peinado vendría a ser nuestro Javert, aquel obsesivo inspector de policía de ‘Los miserables’ que se pasó años persiguiendo al pobre Jean Valjean, cuyo pecado para el tenaz sabueso era ser un exconvicto. Es lícito sospechar que para Peinado el irredimible pecado de Gómez quizá sea estar casada con un tipo como Pedro Sánchez. ¿Y el pecado de los periodistas y políticos de izquierdas objeto de sus denuncias? Probablemente haberse atrevido a decir en voz alta lo que seguramente piensa gran parte de los jueces y fiscales del país: que la idea de la justicia que tiene Peinado, como la que tenía Javert, da bastante miedo.
En la novela de Víctor Hugo, Javert está firmemente persuadido de que Valjean siempre será un delincuente porque una vez lo fue, cuando robó un poco de pan para alimentar a su familia, fue condenado y escapó de prisión. No es improbable que Peinado crea honestamente que de ningún modo puede ser honesta la esposa de alguien tan flagrantemente deshonesto como el Perro Mayor del Reino, por otro nombre Pedro Sánchez, presidente-dictador del Gobierno de la atribulada España. Pensará Peinado que Gómez no puede no ser lo que él cree que es, del mismo modo que Javert no podía pensar que Valjean no fuera lo que él creía que era. Javert creía en la culpabilidad de Valjean no menos fieramente de lo que Peinado cree en la de Gómez.
Se han hecho tantas películas y series sobre ‘Los miserables’ que habrá pocos improbables lectores que no sepan cómo acaba la novela de Hugo: al constatar Javert que Valjean es un hombre bueno, un hombre que ha cambiado realmente y que ya no es, o incluso que nunca fue, el criminal a cuya persecución él dedicó toda una vida, se arroja a las frías aguas del Sena para quitarse la vida. ¿Qué hará Peinado si sus desvelos acaban en nada y Begoña Gómez es absuelta de la gavilla de delitos que le atribuye en esos 17 tomos y 7.000 folios? Tirarse al Manzanares desde luego que no, primero porque su pecado no da para tanta penitencia y segundo porque, dado el escaso caudal del río, haría el ridículo; tirarse de los pelos tampoco, porque está calvo. Quizá, ya por fin jubilado, retirarse a la estancia más apartada y silenciosa de su casa, rodeado de los ya para entonces ajados y polvorientos 17 tomos y 7.000 folios que, incrédulo e insomne, releería una y otra vez, una y otra vez en la alta noche, obsesivamente, para acabar preguntándose cómo pudo el mundo, cómo pudieron sus obtusos colegas estar tan ciegos para no ver que quien comparte cama, confidencias y contrato matrimonial con un ser malvado no puede ser inocente.