Te nos fuiste, Pepe. Bueno, aunque serlo no sirviese para mucho, como tú decías; o significase tanto como no arrepentirse con uno mismo, que lo es todo. “No se cansen de ser buenos”, nos pediste ya en los últimos impases de tus 90 años. Perteneciste a la generación que quiso cambiar el mundo desde el amor a la vida y, aunque aún despiadado, te reúnes ahora con “la única cosa democrática que existe en el mundo”, la muerte, después de haber entregado tu vida a la causa revolucionaria.

“El adiós debe brindar por lo que viene” y eso hacemos en tu nombre. “Porque la lucha continúa y tiene que sobrevivir” y eso hará. Es complicado en estos tiempo huir del consumismo capitalista y las lógicas de mercado que aprisionan a los trabajadores. Tú lo sabías y no culpabas al explotado, pero le pedías escapar de las garras del sistema y enfrentar con alegría, cayendo y levantándose, las injusticias que diariamente asfixian a los derrotados. Estoico y humanista desde tu chacra a las afuera de Montevideo, donde todo el mundo era bienvenido.

Los mandatarios opulentos no alcanzaban a comprender tu forma de vivir, pero solo había que escucharte. “O logras ser feliz con poco y liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro tuyo, o no logras nada”, predicabas activamente. Porque, como bien explicaste, “cuando tú compras algo, el instrumento es la plata (dinero) con la que estás comprando, pero en realidad estás comprando con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para conseguirla”. Y tu tiempo ya estaba comprometido a los que no tienen voz.

Quiero el progreso material, pero quiero antes que nada el amor a la vida. Porque el crecimiento económico no puede ser una finalidad, tiene que ser un medio”, gritabas en la ONU. Pero también en tú casa, a solas con Lucía, compañera de lucha y de vida hasta el final. Al costado de “un viejo loco” que consideraba que los pobres de verdad son aquellos “que quieren más”, a los que “no les alcanza nada” y se meten en la “carrera infinita” del capitalismo.

A ellos “no les va a dar el tiempo de la vida”, pero a ti te sobró, aunque egoístamente hubiésemos querido mantenerte eternamente. Te preparaste para morir en paz, alejado de un odio que “termina estupidizando” porque “nos hace perder objetividad frente a las cosas”. Sin embargo, la falta de violencia argumental nunca ocultó la carga ideológica que portaban tus palabras y para quien quiso escuchar y conocer un poco tu historia era evidente por qué tus manos estaban marcadas.

Muchos querrán ahora difuminar tu persona e historia, Pepe, pero no lo permitiremos. Dirán que fuiste un demócrata, un hombre de progreso, un sabio. Y no habrá ninguna mentira en los calificativos que elijan, aunque serán significantes vacíos para evitar decir que fuiste un guerrillero tupamaro, que recibiste seis balazos, fuiste encarcelado hasta en cuatro ocasiones, con fugas para el recuerdo, sufriste torturas físicas y psicológicas de la dictadura y pasaste 15 años privado de tu libertad, esa que tanto amabas y defendías como fin último y camino.

Es normal, Pepe. Lo hacen con los revolucionarios más grandes a los que aún creen que pueden significar para su causa sistémica. Igual hasta te hacen una película sin mencionar la ideología que movió toda tu vida, aunque en tu caso sería de ciclismo y no de rugby. Gobernaste tu tierra y, aunque la gran mayoría más allá de tu pequeña Uruguay te conozca por ello, solo fue un pequeño capítulo, y no de los mejores, de tu larga trayectoria al servicio de la gente. La tuya y la que te encarceló y torturó.

¿Qué mierda nos llevamos cuando nos vamos en un cajón?”, preguntaste en una de tus últimas apariciones. Lleva cuanto quieras, Pepe, que en tu caso será poca cosa. Nosotros nos quedamos tus enseñanzas y filosofía, una forma de entender la vida y un camino alegre para mantener viva la revolución. “Que me dejen tranquilo. El guerrero tiene derecho a su descanso”. Hasta siempre, camarada Mujica.

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