Benjamin Netanyahu se sale con la suya. Era lo más previsible, de hecho. El Gobierno de Israel ha dado luz verde este viernes a la propuesta de su primer ministro para la escalada de la ofensiva militar sobre la ciudad de Gaza, que incluye la ocupación de su capital sobre premisas como “la desmilitarización” del mismo y el “control israelí de la seguridad”. “Se prepararán para tomar el control de la ciudad de Gaza”, anunciaba en la madrugada la oficina del líder hebreo en un comunicado en el que señala que, de manera simultánea, se distribuirá “ayuda humanitaria a la población civil fuera de las zonas de combate”.

Asimismo, el organismo gubernamental ha adoptado cinco premisas en su estrategia para “poner fin a la guerra”, que pasan por “el desarme de Hamás, el regreso de todos los rehenes – tanto vivos como fallecidos -, la desmilitarización de la Franja de Gaza, el control de seguridad israelí en la zona y el establecimiento de una administración civil alternativa que no sea ni Hamás ni la Autoridad Palestina”. Así, Netanyahu revierte el rechazo de la cúpula militar y de las calles, donde las concentraciones se han incrementado a una ofensiva que se antoja como letal para los rehenes israelíes que aún permanecen con vida.

El comunicado en sí, no obstante, arroja más sombras que luces sobre el plan, pues deja en el aire el motivo por el que se anuncia la toma de la ciudad cuando el objetivo del premier israelí antes de esta reunión previa era conseguir la aprobación para ocupar el enclave en su conjunto. El mismo escrito no esclarece si esa ocupación de la capital es un preludio para conquistar el resto de territorios donde su ejército no tiene presencia.

Si se confirma el desalojo, supondría un nuevo episodio de desplazamientos forzosos en un territorio donde el 90% de la población ha tenido que abandonar su hogar al menos una vez desde octubre de 2023. La mayoría de estas personas han huido en múltiples ocasiones, tratando de escapar de las bombas y la destrucción. En este contexto, la comunidad humanitaria internacional prevé consecuencias catastróficas, incluida una nueva oleada de muertes civiles si el ejército irrumpe en las escasas áreas donde todavía se concentra la población gazatí.

Una estrategia centrada en los rehenes, pero sin consenso

Desde el entorno de Netanyahu se justifica esta ofensiva con un objetivo claro: rescatar a los 20 rehenes que se cree aún están vivos en manos de Hamás. Según esa versión, la presencia militar intensiva en el norte de Gaza sería clave para liberar a los secuestrados. Sin embargo, esta tesis no cuenta con el respaldo del estamento militar ni de las familias de los cautivos, que reclaman un acuerdo político que priorice la vida de los rehenes antes que las operaciones bélicas.

El jefe del ejército israelí, Eyal Zamir, expresó abiertamente su desacuerdo durante una reunión preparatoria del gabinete de seguridad. Aseguró que las fuerzas armadas tienen capacidad para mantener una línea de defensa eficaz sin necesidad de ocupar todo el territorio, y dejó claro que seguirá defendiendo su postura “sin miedo”, recordando que lo que está en juego son “vidas humanas”.

Estas declaraciones llegaron días después de que desde el entorno del primer ministro se filtrara que Zamir debía plantearse su dimisión si no aceptaba los planes de expansión militar total. El conflicto interno entre el mando político y el militar refleja la tensión creciente dentro del Gobierno israelí.

Protestas y división en la calle israelí

Esa misma tensión se ha trasladado a las calles. Durante la madrugada del viernes, miles de ciudadanos israelíes salieron a protestar en Tel Aviv y Jerusalén para exigir un cambio de rumbo en la estrategia del Gobierno. Las concentraciones, protagonizadas en su mayoría por familiares de rehenes y simpatizantes de un acuerdo de liberación, terminaron con cortes de tráfico en arterias principales, intervenciones policiales con cañones de agua y varias detenciones. La sede del primer ministro en Jerusalén fue uno de los principales puntos de presión.

Las palabras de Netanyahu antes de la reunión del gabinete no ayudaron a calmar los ánimos. Ante medios internacionales, como Fox News, el primer ministro reiteró su intención de ocupar por completo la Franja de Gaza: “Esa es nuestra intención, garantizar nuestra seguridad, liberar a la población de Hamás”. Además, sugirió que, tras la ocupación, el territorio pasaría a estar bajo una administración civil “que no sea ni Hamás ni ningún grupo que abogue por la destrucción de Israel”.

No obstante, esta propuesta no encuentra respaldo entre los países árabes vecinos. Un alto funcionario jordano, bajo condición de anonimato, aseguró a la agencia Reuters que las naciones árabes no están dispuestas a “limpiar el desastre” de Netanyahu, y que solo apoyarían una administración elegida directamente por el pueblo palestino a través de instituciones legítimas.

Gaza, un territorio al límite

La noche del jueves, en paralelo a las decisiones del Gobierno, el ejército israelí emitió nuevas órdenes de evacuación para varias zonas de Ciudad de Gaza, instando a la población a dirigirse al sur “por su propia seguridad”. Sin embargo, esas áreas ya se encuentran saturadas, con recursos humanitarios bajo mínimos y una población exhausta, que se enfrenta a un escenario de colapso total.

En este momento, el ejército israelí controla aproximadamente el 75% del territorio gazatí y ha declarado zona militar el 88% del enclave. La nueva ofensiva se dirige a zonas que forman parte del escaso 12% restante, donde se concentra la mayor parte de los dos millones de habitantes de Gaza, en condiciones de extrema vulnerabilidad.

El posible desplazamiento de otro millón de civiles no solo pone en entredicho la viabilidad de cualquier futuro acuerdo político, sino que anticipa una nueva fase del conflicto marcada por el caos humanitario, la división interna en Israel y la creciente presión internacional.

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