El debate político en España ha vuelto a tensionarse esta semana, no por el cruce de argumentos o la confrontación ideológica esperable entre Gobierno y oposición, sino por el tono inusitadamente bronco y ofensivo adoptado por algunos de los principales dirigentes de Vox. La formación de extrema derecha ha optado por escalar su estrategia parlamentaria transformándola, cada vez con mayor frecuencia, en una sucesión de descalificaciones personales dirigidas al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Durante la última sesión de control al Ejecutivo, Santiago Abascal, líder del partido, protagonizó uno de los momentos más tensos del pleno. En su intervención, lejos de centrarse en los posibles escándalos que afectan al PSOE —como la trama que involucra al exsecretario de Organización, Santos Cerdán—, Abascal optó por convertir su turno en un alegato inflamado de acusaciones y desprecios personales contra el presidente. “Es usted un indecente, ¿lo recuerda? [...] Es usted un corrupto y un traidor”, llegó a espetar desde la tribuna, antes de abandonar el hemiciclo sin esperar réplica. No fue un desliz retórico ni una calentura del momento, sino una declaración premeditada: "No me voy a quedar a escuchar sus mentiras", dijo antes de marcharse.

Pedro Sánchez, lejos de esquivar la confrontación, respondió a las acusaciones rescatando unas declaraciones de la exdirigente de Vox, Macarena Olona, en las que esta denunciaba presunta corrupción interna en el partido: “Vox apesta a corrupción [...] hemos pasado del todo por la patria al todo por la pasta”. Con estas palabras —que no eran propias, sino citas textuales de una excompañera de filas de Abascal— el presidente devolvió el golpe, aunque lo hizo desde la ironía política, no desde el insulto directo.

Pero si las palabras de Abascal en el Congreso marcaron un nuevo nivel de crispación, lo de Javier Ortega Smith en redes sociales ha cruzado una línea aún más gruesa. El diputado de Vox y portavoz del partido en el Ayuntamiento de Madrid publicó en su cuenta de X un mensaje donde se refería a Pedro Sánchez y a la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, como “hijos de la gran puta”, acompañando el texto con la imagen de dos ratas. Todo en respuesta a una reunión mantenida por el presidente con la formación vasca en Moncloa.

La escalada verbal de Ortega Smith no es nueva. El también exsecretario general de Vox ya había calificado previamente a Sánchez de “gilipollas” y “traidor” por unas declaraciones en las que el presidente hablaba de Cataluña y España como “sociedades y países extraordinarios”. Un discurso de tono integrador que fue rápidamente distorsionado y utilizado por sectores de la ultraderecha como nuevo argumento para arremeter contra el jefe del Ejecutivo.

Resulta preocupante que este tipo de lenguaje, impropio de representantes públicos y que bordea el delito de injurias, se normalice en el discurso político. El Congreso, lejos de ser el ágora del debate democrático, corre el riesgo de convertirse en un escenario de espectáculo verbal sin límites ni decoro. La presidenta de la Cámara se vio obligada a intervenir para llamar al orden a un diputado de Vox que también profería insultos desde su escaño. “Alguna gente intenta provocar, pero la democracia es más fuerte que la provocación”, sentenció con firmeza.

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