Ya sabemos, amigos y amigas, que toda la crisis sanitaria provocada por la COVID-19 en la Comunidad de Madrid es culpa no ya del gobierno de Pedro Sánchez sino de un científico de ojos claros y cejas espesas, cuyo nombre es Fernando Simón. El relativo éxito de Galicia, Asturias o Murcia en la contención del virus no es, sin embargo, gracias al confinamiento decretado por Sánchez tras oír a Simón (entre otros), qué va, sino por la asombrosa perspicacia de los sufridos gobiernos autonómicos (sobre todo, los de Murcia y Galicia; Asturias, de izquierdas, ha debido de acertar de chiripa). Pedro Sánchez, Salvador Illa (¡un filósofo!, dicen, ¿pero no habíamos quitado filosofía del currículum?) y Fernando Simón son el vertedero al que arrojar todas las culpas, porque las medallas de las vidas salvadas y de los enfermos curados hay que ponerlas en el pecho de la gaviota, que ahora vuela con una corbata negra y el rímel desdibujado.

La sanidad está transferida y en Madrid la gestiona el PP desde tiempo inmemorial, pero los fallecimientos y contagios se cargan en el debe de Sánchez; los sanitarios cobran del gobierno de la Puerta del Sol y no del de Moncloa, pero sus padecimientos laborales son responsabilidad única y dolosa de Illa, y la consejería de Sanidad cuenta al menos con once asesores técnicos —a razón de 62.000 € al año cada uno—, pero Simón es culpable hasta de la caspa que provoque la marca de gomina del consejero. Las recomendaciones y advertencias de la OMS son públicas, estaban en internet para todos los asesores que supieran leer, no se necesitaba contraseña ni suscripción, incluso nuestros cuñados nos advertían de ellas por whatsapp. No hacía falta más que clicarlas, no había que investigar en archivos ultra secretos ni viajar a Wuhan o Lombardía ni siquiera trabajar un poco, solo abrir el documento y leer. Y luego sacar conclusiones, claro. Y con toda la información de la OMS en su poder y toda su inteligencia en movimiento, los mandatarios de la administración madrileña no hicieron acopio de mascarillas ni de respiradores ni prepararon nuevas plazas hospitalarias ni advirtieron a sus sanitarios del tsunami que se les venía encima. ¿Por qué? Por lealtad a Simón.

Menos mal que no les recomendó tomar lejía.

Jamás un hombre ha disfrutado de tanta devoción.

Eso o que el gobierno de Isabel Díaz Ayuso quiere para sí las prerrogativas de Felipe VI: reinar sin gobernar. Disfrutar de las mieles del poder pero sin la fatigosa tarea de responsabilizarse de sus acciones e inacciones. Contrata asesores, pero no para que asesoren, sino para repartir sueldos y despachos. Porque si de asesorar se trata, mejor Simón, que así tenemos un chivo expiatorio.

¿Había algún asesor sanitario de la Comunidad —62.000€ al año, repito— con un criterio distinto del de Simón en enero, febrero o marzo? Buena pregunta, ¿verdad? Lo que sí sabemos es que de los once asesores ni uno es médico. ¡Ni uno! El gobierno sensato y liberal que mejor gestiona los dineros públicos, que jamás despilfarra un céntimo de los impuestos de sus ciudadanos, contrata a asesores sanitarios que saben lo mismo de medicina que usted y yo, amiga taxista. Y ¿para qué necesita un consejero de Sanidad asesores que son licenciados en márketing o en periodismo? (Fuente: el portal de la Comunidad de Madrid).

Es una pregunta peligrosa, ojo, que nos puede llevar a respuestas en las que aparezcan palabras incómodas o feas, tipo enchufe o nepote. Porque la culpa, amigos y amigas, la tiene Simón. Siempre Simón. El único asesor sanitario de España que asesora y además responde por lo que hace.

Casi merece un monumento, joder.