"El desafío más importante al que nos enfrentamos desde la Segunda Guerra Mundial". Así ha definido Angela Merkel el reto que representa la actual crisis del coronavirus para Alemania. Cuando un dirigente político como Merkel dice algo así, conviene hacerle caso. Desde la discrepancia siempre respetuosa con muchas de sus posiciones ideológicas y políticas, la canciller alemana no es en absoluto dada a afirmaciones tan categóricas; rehuye las declaraciones de corte populista y suele actuar según los principios del puritanismo calvinista, que nada tiene que ver con otro tipo de puritanismos, tanto de derechas como de izquierdas.

Es muy cierto que la crisis provocada por el Covid-19 es de una magnitud sin precedentes en la historia. Está claro que habrá ya un antes y un después de esta crisis sanitaria. Habrá que ver en qué sentido será, pero una vez que por fin podamos dejar atrás la pandemia global actual se producirá un cambio de paradigma. Lo viviremos con mucha mayor intensidad los ciudadanos de países como Alemania y España, como todos los que vivimos en alguno de los estados miembros de la Unión Europea (UE) o como el conjunto de los residentes en los países desarrollados, tanto en Occidente como en Oriente, en todo el mundo global. Y será así porque los miles y miles de millones de personas que viven en cualquiera de los muchos países subdesarrollados o que se hallan aún en vías de desarrollo viven permanentemente en una situación de grave crisis sanitaria, de devastadoras consecuencias económicas y sociales. Han nacido y viven en un estado de constante incertidumbre, tanto en lo personal como en lo colectivo. Como nos ocurre ahora a todos aquellos que desde hace muchos años nos habíamos acostumbrado a vivir con la certeza y la seguridad, aunque fuesen relativas.

En el caso concreto de España, esta crisis coincide, en el espacio y el tiempo, con una crisis previa, el muy grave problema de Estado planteado por el reto institucional y político del movimiento independentista catalán. Es evidente que este conflicto no ha desaparecido, ni va a desaparecer en el corto ni tampoco en el medio plazo; en puridad sigue ahí y vemos cómo se entremezcla con la misma crisis del coronavirus, a través de algunas mezquindades y ruindades de quienes no paran en mientes ni tan solo en un caso de tanta gravedad social e intentan pescar en aguas revueltas, aunque para ello recurran a dar difusión a bulos y falsedades.

Por si no bastaran con estos dos graves conflictos, en España nos encontramos metidos de lleno en otro gran problema de Estado, en concreto a la Jefatura del Estado y, por extensión, al propio sistema de la monarquía parlamentaria. Se trata, evidentemente, de un problema de Estado que viene arrastrándose desde hace ya algunos años, incluso desde antes de la forzada abdicación del ahora ya rey emérito. Juan Carlos había gozado de un amplio respaldo social durante muchos años, incluso y tal vez en especial entre un gran número de ciudadanos inequívocamente demócratas y republicanos, que reconocieron que el sucesor del dictador contribuyó de forma decisiva a hacer posible un tránsito relativamente ordenado y pacífico de la tiranía franquismo a nuestro actual Estado democrático de derecho. Pero nadie puede vivir eternamente de rentas pasadas. Sobre todo si dilapida el capital de prestigio social acumulado con una acumulación inconcebible de conductas y hechos no solo impropios sino pura y simplemente estúpidos. Si graves fueron los sucesos que acabaron provocando la forzada abdicación del hoy rey emérito, sus actuaciones posteriores han sido todavía peores.

Uno diría que Juan Carlos de Borbón se resiste a desaparecer de escena, que no ha asumido que dejó de ser Jefe de Estado, que no se resigna a que su hijo Felipe le haya sucedido. Y Felipe de Borbón parece como si estuviese atrapado en una tupida red de intereses, sin duda alguna familiares pero por encima de todo económicos, que le impiden tomar medidas mucho más drásticas que las que ha adoptado recientemente sobre su padre y antecesor. Si no se atreve a ello, si duda o vacila ante una situación de tan extrema gravedad como esta,  el futuro de la monarquía parlamentaria en España puede tener no los días pero sí los meses contados. Perdió una oportunidad en su discurso a la nación del pasado miércoles por la noche, tardío y sin alma si se trataba de infundir ánimos y tranquilidad a la ciudadanía, y desconectado por completo de lo que la misma ciudadanía le exige y le seguirá exigiendo sobre la escandalosa fortuna de su padre y antecesor.

Coronavirus, desafío secesionista, crisis en la Jefatura del Estado… Es evidente que Pedro Sánchez se enfrenta a una acumulación de conflictos de una gravedad extraordinaria. Se encuentra ante una tormenta perfecta, ante una ciclogénesis explosiva de consecuencias absolutamente imprevisibles. Si ante una contingencia como esta, ante la coincidencia de estos tres gravísimos conflictos de Estado el presidente del Gobierno de España no cuenta con el apoyo unitario de las grandes fuerzas políticas y sociales, ya me dirán cuándo lo tendrá.