PP y Ciudadanos dejaron de caminar en una misma dirección cuando Albert Rivera constató que su estrategia había fracasado. Desde que el otrora presidente de la formación naranja abandonara entre lágrimas Alcalá 253, sede de la formación, pasó mucho tiempo hasta que Inés Arrimadas evidenciara que su ideario contrastaría con el de su predecesor, tratando así de recuperar los valores fundacionales pegados al diálogo a izquierda y derecha que los situaran en el centro del tablero político. “Ni rojos ni azules” era el lema escogida tiempo ha, pero, la búsqueda del ansiado sorpasso nubló la vista a un Rivera que no dudó en apostar todo a una carta que resultó no ser ganadora y que dejó tras de sí fotos compartidas con Vox, apretones de mano con Casado, exabruptos constantes al Gobierno y 47 escaños perdidos.

Arrimadas ha sabido canalizar la ira de sus votantes más moderados aprovechando la pandemia del coronavirus para dar un giro radical y tratar de hacer una política útil para el ciudadano sustentada en el diálogo con el Gobierno. Tanto es así que incluso ha provocado cierto rechazo en algunos de los socios del denominado bloque de la moción de censura (ERC, Compromís, EH Bildu, PNV…). No así el del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ni su sector más cercano, que aprecian el gesto y enfilan las negociaciones de los Presupuestos Generales del Estado con varios escenarios enfrente.

Pero esta repentina sintonía no ha gustado a sus antiguos socios. Rivera ató a Casado, rechazó pactos jugosos con el PSOE y cedió al PP la vara de mando tanto en Andalucía como en Madrid. En el primer caso el argumentario era más sencillo: el PSOE llevaba décadas gobernando y era necesaria, en términos naranjas, la renovación. En el segundo de los escenarios se evidenció que aquello no era más que una escusa para calmar a los críticos y contentar al sector más conservador de la formación.

Ahora los Girautas, Villegas y De Quintos han desaparecido del mapa. Haciendo ruido, como no podía ser de otra forma. Condenando el nuevo rumbo y ensanchando la sonrisa de un Edmundo Bal que se ha convertido en uno de los referentes de la política del diálogo con sus intervenciones en el Congreso de los Diputados. La extrema derecha recupera aquello de “la veleta naranja” y el ala más dura del PP empieza a sentirse más cómoda con Vox que con los de Arrimadas.

No solo a nivel nacional. La dureza que imprime Vox contra Ciudadanos es palpable tanto en la Comunidad de Madrid -donde llegaron a tildar a Ignacio Aguado como el “infiltrado” de Sánchez- como en Andalucía. El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso no arranca, incapaz de tramitar leyes dada la caprichosa aritmética que tiene que unir los anhelos de sus socios de Gobierno con los de los ultras. Pese a las reuniones a horas intempestivas en hoteles fuera del alcance informativo que en su día mantuvieron el propio Aguado con la líder de Vox en la región, Rocío Monasterio, el nuevo proyecto naranja dificulta sobremanera las negociaciones.

Basta ver lo que ha sucedido este miércoles en la Asamblea de Madrid. Con posibilidad de hacer presidente de la Mesa de Reconstrucción a causa de la COVID-19 a un dirigente de Ciudadanos, las dos abstenciones de Vox han otorgado el puesto al PSOE, impulsor de esta causa que se logró gracias al apoyo de Ciudadanos. “Hace una semana, Monasterio dijo que con la izquierda no se podía ni hablar (…) Hoy no ha pestañeado para darle al PSOE la presidencia de la comisión de la reconstrucción. Los abanderados de la pureza, ante el espejo”, ha manifestado César Zafra, portavoz de Cs en la Cámara regional.

Al igual que en Madrid, el mosqueo de Vox se extiende a Andalucía. En sendas plazas presionaron para conseguir representación en el Gobierno, pero, visto que Ciudadanos se plantó en esa línea roja, cedió sus votos para evitar que las administraciones autonómicas fueran lideradas por la izquierda o tuvieran que convocarse nuevas elecciones. Sin embargo, desde el momento cero de la andadura empezaron a poner sobre la mesa su ideario: pin parental, rechazo a la ley de memoria histórica, apuesta por las tradiciones españolas, peso de la educación concertada, supresión de “chiringuitos ideológicos”, rechazo al término “género” negando la violencia estructural contra las mujeres… un año más tarde de que la derecha derribara las puertas de San Telmo, la extrema derecha española empieza a impacientarse: “En una eventual negociación de los Presupuestos 2021, para cerrar cualquier acuerdo, redactaremos una lista cerrada con los entes instrumentales que deben ser cerrados. Al final, este Gobierno del cambio va a perder mucha credibilidad si no lleva a efecto esos cierres”, ha advertido el portavoz de Vox en la Junta, Alejandro Hernández.

El dirigente ultra no se ha quedado ahí, pidiendo el cierre de los “observatorios y chiringuitos LGTBI”, la condena de países como Cuba o Irán que condenan la homosexualidad, la apuesta por la “ley de Concordia” y el fin de las subvenciones en ayuda de las víctimas de violencia de género: “Parece que el Gobierno reacciona a nuestras críticas sacando pecho con estas medidas provocativas que se alejan del espíritu de nuestros acuerdos. Lo tendremos en cuenta”, ha sentenciado Hernández.