Juzguen por los números para valorar su importancia: Francia, Alemania y quizá también Italia, tres países fundadores de la Unión Europea y que agrupan a más de 200 de sus 500 millones de habitantes, se enfrentan en 2017 a unas elecciones que pueden dar un vuelco a la política del viejo continente. Se celebran en un momento crucial y un entorno peligroso, en medio de un significativo avance de las propuestas populistas, euroescépticas o de extrema derecha que, poco a poco, han ido ganando terreno entre los ciudadanos a los planteamientos tradicionales de la izquierda o la derecha moderada.

Si a ello añadimos la posibilidad de que en otros países menos poblados, pero igualmente significativos, como Holanda, con casi 17 millones de habitantes, o Austria, con  cerca de nueve, se impongan esas ideas en las elecciones que celebran, respectivamente, en 2017 y 2018 (con posibilidades de anticiparse también en el país alpino) el desastre estará un poco más cerca. Y eso porque, siguiendo con los números, los países en los que ya Gobiernan los euroescépticos o influyen decisivamente, como Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, suman otros 65 millones de habitantes.

En total, casi trescientos millones de europeos podrían estar muy pronto gobernados por partidos que rechazan a los refugiados, sospechan de los musulmanes, menosprecian a las mujeres y engañan a los trabajadores con falsas promesas de mayor bienestar. Para rematar la debacle numérica, si a los 500 millones mencionados al principio se restan en 2017 los 65 millones de británicos víctimas del Brexit, prácticamente tres cuartas partes de la Unión Europea podría estar muy pronto bajo el yugo de la extrema derecha.

Aunque esta vez parece que llega con más fuerza, el fenómeno no es nuevo. En un libro publicado en 1994, el periodista y escritor Manuel Florentín, señalaba en su “Guía de la Europa negra” las causas de un ascenso similar de la extrema derecha a principios de los años 90 del pasado siglo: La crisis de valores y la inseguridad generada en los países del este de Europa tras el hundimiento de la Unión Soviética; la inmigración masiva de trabajadores a finales de los años 80; el miedo a la pérdida de soberanía nacional que conllevaba una creciente unidad europea; y la incapacidad de los partidos tradicionales para aportar fórmulas nuevas a un mundo cambiante y tenso.

“Y cuando despertó, el dinosaurio (la extrema derecha) todavía estaba allí”
Parafraseando el famoso cuento de Augusto Monterroso se podría concluir que dos décadas después el dinosaurio sigue aquí, en Europa, y que el despertar a la nueva realidad puede ser más duro que entonces. La lista aportada por Morentín debería actualizarse con los siguientes datos: La dureza con que la crisis económica de 2008 ha golpeado a la clase trabajadora, el miedo irracional al extranjero que presuntamente se apropia del escaso mercado laboral y, sobre todo, la incapacidad manifiesta de los actuales dirigentes comunitarios para afrontar un problema que, simplemente, parece que no quieren ver.

Así lo demostró la última reunión del año, a mediados de diciembre, en la que solo pudieron ponerse de acuerdo en machacar un poco más a Grecia, siguiendo la tozudez austericida de Alemania, en mantener unas tímidas sanciones a Rusia, quizá debido a sus buenas relaciones con el futuro secretario de Estado norteamericano, y en otras medidas que nada tienen que ver con lo que de verdad afecta a los ciudadanos europeos. Una vez más se impuso la fría burocracia sobre una candente y peligrosa actualidad.  

Estos pueden ser lo antídotos
Para poder encontrar fórmulas adecuadas hay que fijarse primero en lo ocurrido en Austria con la repetición de las elecciones presidenciales a primeros de diciembre, en las que finalmente se impuso el candidato ecologista, Van der Bellen, frente al ultraderechista Hofer, con casi el 54 por ciento de los votos. Lo más importante no es que rebasara con mucho los resultados de la primera convocatoria, anulada por defectos administrativos y en la que solo aventajó a su oponente en 30.000 sufragios, sino que supuso un enorme alivio para los habitualmente moderados austríacos y un halo de esperanza para el resto de los europeos.

Se puede atribuir esa victoria a un aumento de la abstención, pero seguro que algo tuvo que ver la movilización de muchos ciudadanos preocupados por el avance de la derecha radical: grupos independientes de gente concienciada impulsaron plataformas a través de Internet y sacaron a la calle vistosos flasmobs en los que llamaban la atención sobre la necesidad de tener un presidente sosegado capaz de crear confianza entre unos ciudadanos confundidos y asustados.

El ejemplo podría servir de modelo para Francia, donde el presidente Hollande, en una acción sin precedentes, anunció que no se presentará a la reelección y donde la derecha ha elegido a François Fillon, un candidato con unos planteamientos radicales próximos al ultraderechista Frente Nacional de Marine le Pen. Es la única manera, piensan algunos, de evitar un triunfo que podría determinar el devenir del resto de Europa, empezando por el país más poderoso de la UE. El euroescéptico Alternativa para Alemania ha obtenido un notable apoyo en las últimas elecciones regionales y ha conseguido debilitar a Angela Merkel, la única candidata con posibilidades de repetir mandato ¡¡¡por cuarta vez!!! en las elecciones del próximo otoño.

Con Estados Unidos a punto de ser gobernado por una cuadrilla de multimillonarios y un Reino Unido descentrado, el futuro se presenta oscuro. Si algo ha desmotivado al ciudadano medio y le está empujando hacia opciones políticas diferentes sin pensar en sus posibles consecuencias ha sido la precariedad salarial y la creciente desigualdad, algo que está todavía lejos de solucionarse. El antídoto definitivo sería una acción contundente por parte de las autoridades comunitarias que no tiene pinta de concretarse. Tampoco ayudan, por último, la ausencia de unidad de acción, la debilidad de sus actuales dirigentes y su incapacidad para identificar los verdaderos objetivos de una Unión Europea que debería estar mucho más volcada en las necesidades de los ciudadanos.