Como en el célebre microrrelato de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”), cuando Alberto Núñez Feijóo logró por aclamación la presidencia del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso todavía estaba allí. La matadora de Casado ha envainado su ensangrentado estoque, pero no se retira de los ruedos.

La intervención de la presidenta madrileña este viernes ante el plenario del XX Congreso del Partido Popular, que se celebra en Sevilla, no dejó dudas sobre sus verdaderos intereses: Ayuso dedicó la mayor parte de su discurso a hablar del Gobierno de España, en realidad, contra el Gobierno de España y con un lenguaje de grueso calibre populista que cualquier votante de Vox habría aplaudido.

Cierto que, aunque meramente formularias, le echó algunas flores a Feijóo, de quien dijo que es “la opción que el partido necesita”, pero para añadir a renglón seguido: “Ahora bien, no nos hemos reunido aquí simplemente para ganar un congreso, sino para ganar elecciones”.

Aunque, como el oso que es emblema de Madrid, se vea temporalmente obligada a hibernar hasta que pase la tormenta de su hermano, Ayuso seguirá marcando territorio y sacando las uñas a quienes, como el pobre Casado, intenten arrebatárselo. “Vengo a ganar y reivindico el PP de las mayorías”, diría después Feijóo en su discurso, como respondiendo a Ayuso.

“Nos gustaría que volvieran”

El lenguaje de la madrileña no estuvo muy alejado del que minutos después utilizaría José María Aznar, que intervino por videoconferencia porque había dado positivo en Covid: “España –dijo el expresidente– necesita ser rescatada del naufragio político, económico e institucional al que la ha conducido este Gobierno”.

A continuación arremetió contra “los populismos, que viven del malestar de los ciudadanos, pero ofrecen ruido y no soluciones”. Aznar parecía estar hablando de Vox cuando dijo “no hay futuro valioso en el radicalismo, ni en la impugnación de la realidad plural de España y de su vocación europea”, pero no se atrevió a nombrar al partido de extrema derecha al que han emigrado varios millones de votos que siempre fueron del PP: “Nos gustaría que volvieran”, dijo.

Ambos, Ayuso y Aznar, cada uno a su manera ponían así el dedo en la llaga del nuevo PP que Feijóo quiere llevar a la Moncloa. Esa llaga se llama Vox, que en las encuestas le pisa los talones –solo 1,5 puntos de diferencia, según el Observatorio Electoral de El Confidencial del 16 de marzo– al partido que siempre ostentó la primogenitura de la derecha española. En un buen puñado de provincias, Vox lo aventaja y en Génova lo saben.

Lo supo Pablo Casado e intentó poner remedio al problema mimetizándose con él: el defenestrado presidente del PP intentó rescatar a esos antiguos votantes que Aznar espera que vuelvan, pero su estrategia fue un fracaso: entre el original, que es Vox, y la copia, que es el PP, los votantes huidos siguen prefiriendo el original.

En el XX Congreso del PP se ha hablado de muchas cosas pero apenas si se ha mencionado el mayor peligro que se cierne sobre las expectativas electorales del partido. En el cónclave de Sevilla, la formación de Santiago Abascal ha estado en la mente de todos pero en la boca de nadie. Mejor no mentar la bicha.

El dilema

Unánimemente aclamado por sus compañeros, aliviados por haber resuelto tan felizmente y en tan poco tiempo la gravísima crisis abierta por la caída de Casado, Alberto Núñez Feijóo asume un liderazgo que estará fuertemente presionado desde fuera por Vox y sometido a un severo escrutinio desde dentro por Ayuso. Vox es la pared y Ayuso es la espada.

La presidenta madrileña no acosará a Feijóo, ni éste a ella, pero todos en el partido sospechan que si Feijóo fracasa en su intento de desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa, ella se considerará legitimada para intentar el relevo del gallego propugnando un liderazgo más enérgico y, como demostró en las elecciones madrileñas de mayo de 2021, capaz de atraerse a los votantes de Vox.

Si como presidente del PP de España Feijóo se decide a preservar el perfil templado y transversal que tan buenos resultados le ha dado en Galicia, corre el riesgo de entregarle a Vox el espacio electoral donde habitan esos 3,6 millones de votantes que dieron su papeleta a Abascal en 2019 y a los que bien podrían sumarse muchos otros decepcionados con la moderación del gallego.

Pero si, por otro lado y siguiendo la fracasada estela de Casado, se decide a imitar a éste mimetizándose con Vox, corre el riesgo de caer en la misma trampa del original y la copia que mató a su antecesor. Casado quiso ser Abascal y no supo serlo. Quiso emular el populismo de Ayuso y fracasó. Cuesta imaginar a Feijóo imitando al Casado que imitó sin éxito a Abascal y quiso ser Ayuso con menos éxito todavía.

La hora de Andalucía

Endiablada ecuación, pues, la que ha de resolver del profesor Feijóo, quien, sin embargo, contará para hacerlo con la ayuda de su amigo y compañero Juan Manuel Moreno. ¿Será capaz el presidente andaluz de pinchar el globo de Vox como lo pinchó Ayuso en Madrid?

Las elecciones autonómicas aún no tienen fecha, pero para su celebración no está descartado el cercano mes de junio, sobre todo si las próximas encuestas certifican un ‘efecto Feijóo’ que mejore las actuales expectativas del PP: Feijóo puede ayudar a Moreno y Moreno puede ayudar a Feijóo. Un mal resultado de Moreno será un mal resultado de Feijóo porque ambos encarnan un mismo estilo de hacer política que está en las antípodas del de la presidenta madrileña.

Lo dijo el flamante coordinador general del PP y mano derecha de Moreno, Elías Bendodo: “El PP se pone en modo Andalucía”. En efecto, buena parte de la deriva futura del PP y del propio Feijóo dependerán de lo que suceda en la comunidad del sur que gobiernan PP y Cs desde enero de 2019.

Para el PP de Feijóo tiene una crucial importancia estratégica lo que suceda en Andalucía: si, al contrario que Mañueco, Moreno es capaz no solo de conservar el poder, sino de hacerlo neutralizando el empuje de Vox como hizo Ayuso en Madrid, las expectativas electorales de Feijóo se verán muy reforzadas.

En caso repetirse lo sucedido en Castilla y León, mal asunto. Recuérdese que en las generales de noviembre de 2019, PP y Vox prácticamente empataron a votos en Andalucía, en torno a un 20 por ciento cada uno. La batalla que viene es autonómica, no nacional, pero es lógico que ese empate envenene los sueños del inquilino de San Telmo. Y del de Génova: cuando, de aquí a las elecciones andaluzas, Moreno y Feijóo se despierten cada mañana, constatarán que el dinosaurio sigue ahí.