Hace un par de semanas Vox desplegó una lona en la fachada de un edificio en Madrid. La imagen representaba una papelera en la que el partido prometía desechar todo lo que consideraba indeseable. En un alarde de originalidad política, el partido liderado por Abascal decidió representar dentro de la basura a colectivos enteros de personas, muchos de los mismos perseguidos históricamente. No sé cómo se les llamaría a las personas que mandaron colocar esta lona aquel día en la neolengua del siglo XXI, la que ha conseguido transformar los significados, para que casi todo no signifique nada. Pero en mi casa durante los años 90, cuando los violentos apaleaban a personas negras en las calles de Madrid y quemaban a mendigos que dormían en los bancos, les llamábamos neonazis. Y en esta lona representan tirar todo lo que los cabezas rapadas de ayer odiaban, y que al parecer hoy siguen sin entender.

Es en este preciso momento cuando me caen las críticas, ¿no? Algunos podrían decir que no se puede comparar una cosa con la otra. "Aunque a uno no le guste Vox, han sido elegidos por las urnas. Vivimos en una sociedad libre y cada uno tiene derecho a pensar como quiera", o “esto es la  política de la cancelación”. Y no puede faltar el que más me gusta: “Esa es tu opinión, y yo tengo la mía, respétame”. Este repertorio de demagogia barata, y argumentaciones de barra de bar después de haberse bebido un sol y sombra en Casa Pepe, ya no solo la pronuncian quienes defienden y vitorean a Vox, sino que ha sido comprada por parte de la progresía de este país. Y esto tiene una fácil explicación, pero debemos hacer un balance histórico de algunas cosas para entenderlo, porque probablemente estemos avanzando hacia un lugar muy oscuro y si no lo paramos a tiempo nos va a comer. Permítanme explicarlo.

¿Estaba hablando de la comparación entre Vox y los neonazis, verdad? Bueno, quizás exageré un poco. Los neonazis eran esos jóvenes rapados que solían andar en pandillas y golpeaban a cualquiera que fuera diferente a su idea de "normalidad". Gays, trans, personas de izquierdas, okupas, independentistas y todo lo que oliera a progresista. ¿Les suena de algo? Sí, son todos los símbolos que la lona de Vox exhibía, dispuestos a ser arrojados a una papelera en caso de que ganaran las elecciones del 23 de julio. Es cierto que los seguidores de Abascal no andan por ahí golpeando a las personas, por lo que quizás el término "neonazis" les quede grande, al menos a estas alturas del texto. Pero si me permiten continuar un poco más...

¿Sabéis por qué a esos energúmenos de los años 90 les llamábamos neonazis? Básicamente para distinguirlos semánticamente de sus predecesores de los años 20 del pasado siglo, quienes dejaron a su paso seis millones de inocentes muertos, únicamente por eso. Aquellos escuadristas alemanes fueron los primeros en recibir ese nombre, no pasó mucho tiempo de su llegada al poder que provocaron la mayor guerra conocida por la humanidad. Pero los nazis originales, aunque hayan pasado ya 100 años desde el comienzo de su andadura en Europa, no eran muy distintos de los neonazis modernos en cuanto a sus ideas. Y la forma en que llegaron al poder es algo que si se contara en las escuelas de la manera adecuada, en lugar de presentar a los nazis alemanes como demonios aparecidos de la nada, las nuevas generaciones de hoy no se dejarían seducir por los mensajes que reciben de las redes sociales, que son hoy la chispa y el motor de transmisión de estas ideas.

El libro "Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal" de la filósofa Hannah Arendt es un clásico que debería haber leído, pero me da pereza intelectual. Sin embargo, hay muchos resúmenes disponibles que pueden ayudar a comprender la burocracia estatal y cómo personas normales pueden cometer actos terribles en nombre de la obediencia. Pero hay uno para mí mucho más clarificador, que parece relatar punto por punto lo que estamos viviendo actualmente: "Creían que eran libres" de Milton Mayer, y sí, este si lo he leído y me gustaría olvidarlo, pero no puedo. En este libro, un periodista judío narra las entrevistas, preguntas y experiencias con diez nazis poco después de que perdieran la Segunda Guerra Mundial.

La sensación de miedo que uno experimenta al leer libros como este, o informarse sobre este tema, es solo comparable a la de saber que te han sentenciado a pena de muerte, y que hagas lo que hagas, parece que solo un milagro te pueda salvar, pero a su vez tienes que seguir esperando el día de la ejecución y a la vez mantenerte con esperanza intentando buscar alguna solución inesperada. Porque los pasos que está dando nuestro país hacia la intolerancia, el racismo, la misoginia, y en general, hacia una involución social consentida por todos nosotros son enormes, y parece acelerarse cada vez más. Milton relata en este libro cómo fue el nazismo desde la perspectiva del ciudadano alemán promedio, cómo al principio el racismo no tenía nada que ver con sus vecinos judíos y alemanes, y cómo todos eran considerados gente amable y buena. Quizás algunos comenzaron a señalar que ciertos individuos judíos eran egoístas o desagradecidos, pero no todos. Luego, cuando los nazis alemanes comenzaron a dirigir campañas en periódicos y manifestaciones contra toda la comunidad judía, la mayoría de la población no se sentía representada por esas ideas, pero el tiempo lo fue normalizando, esa es la clave, la sociedad se acostumbra a la infamia. Pero esa gente tenía todo el derecho a expresar sus ideas, ya que el Estado alemán era, ante todo, un Estado de orden, y las leyes no prohibían la libertad de expresión política. Porque cada uno es libre de opinar como quiera. ¿No?

Cuando los nazis empezaron a colocar carteles en contra de los negocios o tiendas donde trabajaban judíos, y a señalarlos de manera más provocativa, nadie en su sano juicio podía imaginar que esos militantes nazis acabarían asesinando a sus vecinos de toda la vida en cámaras de gas. Y sí, sabían que había un conflicto y en el debate público algunos argumentaban que la crisis era culpa de los judíos, mientras otros denunciaban eso como racismo, y acusaban a los nazis de utilizarlos como chivos expiatorios. Pero no pensaban que sus vecinos y ellos mismos se convertirían en los monstruos que hoy relatan las películas como si hubiesen nacido así. Cuando los judíos empezaron a ser atacados, o cuando la propaganda y los manifiestos se volvieron más extremos, se seguía el mismo patrón que hoy en día: se compraba la teoría de los hechos aislados, se justificaba porque algo habrían hecho, o se les llamaba exagerados. Además, se confiaba ciegamente en que el estado alemán era lo suficientemente fuerte como para evitar que alguien desde dentro lo derrocara.

Pero lo que sucedió, sucedió. Y solo espero que ahora no comencemos a cuestionar también la propia historia. La discusión política no la ganaron ni los intelectuales ni aquellos que advirtieron dramáticamente lo que iba a suceder (porque algunos lo hicieron). Al final, quienes ganaron lo hicieron elegidos democráticamente por los alemanes, y eso no impidió la infamia que vendría después. Al principio, los judíos empezaron a apartarse de ciudades donde tenían más problemas, y muchos emigraron lejos de Alemania antes de que comenzara la persecución sistemática. Y por más duro que nos resulte aceptarlo, muchos vecinos de esos judíos alemanes, creían que los estaban ayudando y protegiendo al sacarlos de sus casas. Muchos de los que se fueron no pudieron regresar, y de aquellos que se quedaron, ya conocemos su destino. Junto con la persecución judia, también fueron encerrados y asesinados muchos homosexuales, gitanos, comunistas y todas aquellas personas que desafiaban la noción de una sociedad "normal". Todas las personas gaseadas, asesinadas a sangre fría, y perseguidas según los nazis y el estado alemán, formaban parte de una oscura conspiración que pretendía contaminar el estado alemán. En nuestro país conocemos bien esa teoría, porque unos años después, esa misma conjura fue utilizada por Franco como excusa para acabar con la democracia en España durante más de 40 años, como explica magistralmente Paul Preston en "Arquitectos del Terror". Y de aquellos barros…

Resulta que a veces no somos capaces de ver las similitudes a pesar de tenerlas delante de nuestras narices. Y como la escena de humor de Browser Balett en Alemania, y el sketch del campo de prisioneros de José Mota en España; Si viste como un nazi, defiende ideas nazis, habla como un nazi, y le molesta que le llamen nazi, probablemente sea un nazi. Simplemente espero que no perdamos la capacidad de reconocer las señales alarmantes que se presentan en nuestro tiempo.

En cuestión de semanas, han ocurrido numerosos acontecimientos. La lona de Vox fue intervenida por militantes de Futuro Vegetal, quienes fueron detenidos de inmediato. ¿Detenidos? Sí, la policía de mi país arrestó a unos jóvenes que en contra de la intolerancia, habían dañado una pancarta nazi con pintura. Sorprendentemente, ellos fueron considerados los delincuentes, mientras que aquellos que han prometido desecharlos como basura continúan en libertad. Pero lo que es aún más preocupante, es que esto no es un hecho aislado. Pocos días después, un grupo de neonazis de Desokupa decidió colgar otra lona provocativa, y un vídeo de su líder amenazando con un golpe de estado si el PSOE volvía a ganar las elecciones. Estos incidentes no pueden ser considerados eventos sin conexión; se está forjando una narrativa compartida que está normalizando la violencia por parte de los de siempre contra todos aquellos que no comparten sus puntos de vista.

Los individuos que forman bandas criminales como Desokupa no encajan en el relato que los medios nos intentaban vender que eran los neonazis en los años 90, hablando de jóvenes provenientes de familias desestructuradas que se dedican a pelear en discotecas con tribus rivales. En aquel entonces, este argumento funcionó para una parte de la sociedad, muchos otros sabemos que había mucho más que eso, y Miquel Ramos relata muchos testimonios sobre esa época en su imprescindible libro "Antifascistas".

Pero lo que es aún más inquietante es que ahora se ha dado un paso más allá, y muchos medios son más osados e intentan incluso ensalzarles como los salvadores de la clase obrera. Los herederos de los grupos escuadristas de los años 30 y los neonazis de los 90, son considerados hoy empresas "legales". Desokupa y muchos otros como ellos son ejemplos de la comercialización de lo último que nos quedaba por comprar y vender: el odio. En este capitalismo que todo lo transforma en mercancía, incluso aquellos que desafían al propio Estado y su monopolio de la violencia encuentran su lugar. Ahora, en nuestro país, existen empresas privadas con mercenarios que compiten de igual a igual con el Estado, realizando el trabajo sucio que tanto le preocupa a la policía cuando la ciudadanía se opone a los desahucios. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que estas mismas empresas privadas envíen personas armadas a defender nuestras fronteras? Además, ¿qué ocurriría si los socios intelectuales y políticos de estos individuos sin control deciden promulgar leyes basadas en sus verdaderos ideales en el congreso? ¿Qué sucedería si, en lugar de simplemente colocar lonas en los edificios, se atreven a instalar vallas y crematorios para aquellos que no piensan como ellos? Aunque pueda parecer una exageración, no podemos saberlo hasta que ocurra. Sin embargo, lo que sí sabemos con certeza es que, si algo así sucediera, la historia nos enseña que cuando reaccionemos será demasiado tarde.

No debemos subestimar a quienes ya han decidido que todo vale, ya que puede llevarnos a consecuencias devastadoras si no se les cuestiona y se les enfrenta con determinación. Y si nos permitimos ignorar la historia y cerrar los ojos ante las posibles consecuencias de nuestras acciones y elecciones, perderemos la diversidad y la tolerancia que nos ha dado la libertad que hoy tenemos, tan rápido como la perdimos hace 100 años en toda Europa. Urge reconsiderar todas y cada una de las formas de enfrentarnos a quienes quieren arrebatárnoslo todo.

Pablo Gabandé
Tapia. Politólogo y Fotoperiodista