Si en 2008 estalló la burbuja inmobiliaria, en 2025 ha estallado la verdad inmobiliaria: una bomba cebada durante años por los mismos que hoy posan con su flamante uniforme de artificieros asegurando estar perfectamente capacitados para evitar que el estallido provoque una reacción social en cadena cuyas consecuencias serían devastadoras. Armadas con la sola herramienta de su indignación, las generaciones recién incorporadas al mercado laboral acarician la espoleta del !basta ya!: como algún día se decidan a tirar de ella, adiós a todo esto.
El PP ha presentado su batería de medidas y el PSOE las suyas. Desgravaciones fiscales, liberalización del suelo, construcción de vivienda pública, garantías a los caseros, protección a los inquilinos, persecución a los okupas, creación de una Empresa Pública de Vivienda, impulso a la rehabilitación, restricción de pisos turísticos…
Los -todavía- dos grandes partidos han dado por fin señales inequívocas de haberse enterado de que había un elefante en la habitación, un pesado paquidermo con el que millones de españoles llevan años familiarizados. Por fin Gobierno y oposición toman conciencia de que la vivienda es un problema. ¡Qué escándalo, en este país faltan pisos! 600.000, según el Banco de España. Al fin la política enfrentándose a un problema de verdad: un problema mayor que la amnistía, mayor que los bulos, mayor que la justicia, mayor que las filtraciones, mayor que el novio de Isabel Díaz Ayuso, mayor que la cátedra de Begoña Gómez, mayor que Vox, mayor que Alvise, mayor que Puigdemont, mayor incluso que el mismísimo ‘Perro’ Sánchez.
Estas son mis medidas
Socialistas y populares han anunciado cada uno su panoplia de armas particulares para domesticar a la bestia, pero esta vez ni siquiera se han molestado en aparentar que sería bueno intentar un cierto consenso, algo así como un Pacto Nacional por la Vivienda. Naturalmente, mientras Sánchez permanezca en la Moncloa tal pacto seguirá siendo un imposible metafísico. ¿Pacto sobre vivienda? ¡Jamás! Jamás, porque todo gran acuerdo nacional tiene inevitablemente como principal beneficiario al partido que está gobernando en ese momento: por eso nunca habrá en España un acuerdo de ese tipo mientras Pedro Sánchez siga ahí; cuando el PP llegue al poder puede que haya una posibilidad de pacto nacional, bastante remota, pero posibilidad al cabo.
Lo que quizá no acaban de entender los -todavía- dos grandes partidos es que esa falta de consenso sobre vivienda corroe la democracia al evidenciar la falta de voluntad o la impotencia del sistema de partidos para articular una respuesta integral al problema. Es cierto que el diagnóstico y las recetas de uno y otro son diferentes, pero en realidad no lo son tanto como para no intentar siquiera algún tipo de acercamiento. No es que no hayan llegado a él: es que ni siquiera se han planteado intentarlo.
¡Llamad a los tertulianos!
Los únicos en España que saben cómo se resuelve el problema de la vivienda son los tertulianos y columnistas. Los políticos, por su parte, no son los únicos pero sí los que mejor hacen como que lo saben. Algunos de los primeros son tan cerrilmente narcisistas que creen de verdad saber cómo resolver el problema; a los políticos, en cambio, les honra al menos la certeza íntima, aunque nunca explicitada, de saber que no nos están diciendo la verdad cuando aseguran saber qué hay que hacer para que puedan acceder a una vivienda asequible las nuevas generaciones.
Es obvio que no lo saben, pero también es obvio que ¡los pobres! no pueden decir que no lo saben: la política tiene bastante, mucho, quizá demasiado de teatro, y ningún actor medianamente profesional puede subir balbuceante al escenario, sin saberse su papel. Es como si sobre la política pesara alguna maldición divina, semejante a aquella que recoge el Génesis sobre la serpiente: “maldita entre todas las bestias y entre todos los animales del campo, sobre tu pecho andarás y polvo comerás todos los días de tu vida”. Parece como si un torvo y arteramente antiliberal Jehová hubiera sentenciado: “Maldita seas, política, entre todos los oficios y todas las ocupaciones del mundo: te condeno a no poder decir nunca toda la verdad, te condeno a comerte al menos un sapo todos los días de tu vida”.
Ciertamente, el primer deber de un político es disimular su impotencia haciendo creer a la gente que tiene más poder del que realmente tiene: no actúan así porque sean unos redomados hipócritas, sino porque saben bien que si los ciudadanos no tienen un poco de fe en ellos, todo el edificio de la democracia se viene abajo. Propósito para el nuevo año: siendo como es la política el oficio sin duda más vilipendiado de nuestro tiempo, deberíamos ser todos, tertulianos y columnistas incluidos, un poco más indulgentes a la hora de juzgar a todos estos sufridos señores y valerosas señoras que se han atrevido a ganarse la vida ¡¡¡como políticos!!!