Hace casi dos años y medio la editorial Underwood abría una nueva colección, denominada "Serie Salvajinhos" y nacida con el cometido de englobar novelas breves o relatos extensos en un formato de bolsillo y con ciertas particularidades muy diferentes de otras propuestas editoriales: letra de texto en color azul, cada escritor fotografiado en la cubierta pero con la imagen retocada, biografía del autor incluida en las primeras páginas, etcétera. Mientras su colección habitual apuesta por libros más extensos (Fat City, de Leonard Gardner; Nog, de Rudolph Wurlitzer; Aberración estelar, de Gilbert Sorrentino), la brevedad de los Salvajinhos logra crear adición inmediata porque estos volúmenes se devoran en una sentada y contienen jugosos ensayos a cargo de uno de los editores, Javier López González, malabarista de los juegos de palabras, de los inventos jocosos y de las posibilidades del lenguaje, quien, junto a Fernando Peña Merino y Raúl Lázaro, nos está ofreciendo auténticas piezas de coleccionista: Vidorra, de Jean-Pierre Martinet, y B de birra, de Tom Robbins (de momento).

Vidorra es una novela corta (otros prefieren decir nouvelle) muy celebrada en otros países. Su autor, Jean-Pierre Martinet, sólo vivió 49 años, y su estilo (al menos en este libro: en España no se ha publicado nada más, si mis búsquedas son correctas) apuesta por lo escatológico, por las piruetas que pasan del plano de la realidad a un plano más o menos surrealista que podría conectar con las películas de Federico Fellini, por lo simbólico y los giros circenses con la lengua. Quizá la brevedad del texto, de unas 46 páginas en esta edición, haga dudar al posible comprador… pero le aseguro que merece la pena porque esas pocas hojas encierran mucha enjundia, nos presentan a un vendedor de artículos de funeraria que es aún más gris y cenizo que la atmósfera del establecimiento en el que trabaja, uno de esos Bartlebys de la vida que acaba amancebándose con la portera de un edificio, señora gigantona y voluminosa que lo entierra entre sus senos en un pasaje que inevitablemente evoca Amarcord. Basten un par de frases de Vidorra (La grande vie es su título original) para saber que estamos ante un escritor de talento, y sólo un lector sin olfato sería incapaz de detectarlo: En esta calle siempre se tenía una sensación de frío glacial, incluso en el mes de agosto. Los peatones tenían el porte de crisantemos tardíos, y noviembre se eternizaba. Por si a alguien le supiera a poco, la historia se completa con varias introducciones y algún apéndice, de la mano del ya mencionado Javier López González: textos muy jugosos en citas, datos y apuntes que nos demuestran que su dominio de la palabra proviene de leer a gente muy diestra en el manejo de las perspectivas inagotables del lenguaje, se me ocurren ahora Cela y Umbral (sí, sé que hoy están mal vistos… pero a mí me siguen pareciendo dos maestros en el gobierno de la prosa).

B de birra es más extensa que la anterior, y acaba de irrumpir en las librerías. Si de Martinet no habíamos tenido noticia en este país, el caso de Tom Robbins, que sigue vivo y dando guerra, es distinto (aunque aquí no se le haya hecho mucho caso): a finales de los 70 Grijalbo publicó También las vaqueras sienten melancolía, convertida por Gus Van Sant en un filme protagonizado por Uma Thurman que pocos han visto; en el 92 Plaza & Janés sacó La danza de los siete velos, con la que jamás me he topado; y en 2012 Alfabia publicó Naturaleza muerta con pájaro carpintero, que, ésta sí, yo leí en su momento y es un auténtico delirio. No le va a la zaga B de birra, y además es un libro más asequible. Subtitulado "Un cuento de niños para talluditos y una historieta de adultos para chiquillos", narra los desvelos de una niña, Grace Olivia Perkel, para averiguar por qué su padre y su tío son cautivos voluntarios de la cerveza, ese brebaje amarillo y con espuma que a menudo les pone muy alegres. Será su tío el que intente ejercer de cicerone, explicándole cómo se elabora, qué sucede tras la ingesta y demás misterios de la birra; pero también aparecerá en su vida un hada de la cerveza, en una pirueta parecida a la de Martinet al pasar del plano de la realidad al surrealismo en apenas un cambio de línea. Robbins, con su historia plena de guiños humorísticos, también nos hace reír, quizá algo más que Martinet, que puede que fuera más oscuro o pesimista.

Y esto no es todo. Ambos libros cuentan con dos traductores de lujo, siempre presentes en historias de vanguardia, en escritores considerados difíciles y en libros que luego no podemos olvidar: me refiero a Rubén Martín Giráldez, que se ocupa de Martinet, y a Ce Santiago, que hace lo propio con Robbins.