España, año 1963. Toda la actualidad está ocupada por el asesinato de Julián Grimau, dirigente del PCE, a manos del régimen franquista, que lleva ejecutando en masa más de dos décadas. En este contexto se entrena El Verdugo, dirigida por Luis García Berlanga y escrita junto a Rafael Azcon. La película se burla de la dictadura en un alegato abierto contra la pena de la muerta. A día de hoy, continúa siendo una de las críticas audiovisuales más lúcidas y devastadoras al franquismo. Y aún así, fue capaz de sortear la censura.
Para explicar cómo El Verdugo logró pasar con éxito uno de los mayores mecanismos de control y represión de ideas progresistas de la época, hay que hablar del único hombre que se opuso a su proyección. Alfredo Sánchez Bella, embajador español en Roma, quien pidió poder ver el metraje en exclusiva antes de su estreno en el Festival de Venecia, ya que se trataba de una producción hispanoitaliana. Tras visionarla, Bella le hizo llegar una carta al por aquel entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, en la que afirmaba que la película de Berlanga era "uno de los más impresionantes libelos que jamás se han hecho contra España". Sin embargo, ya era tarde.
Además, la película evitaba representar violencia explícita y no señalaba culpables políticos o religiosos concretos, centrándose en personajes comunes atrapados en circunstancias absurdas. Berlanga también negoció con la censura algunos ajustes menores en escenas y diálogos, pero conservó la esencia crítica de la obra. En Madrid, su estreno se produjo en el cine Rosales, alejado del circuito principal de la Gran Vía, bajo la etiqueta de película "poco comercial".
Finalmente, El Verdugo vio la luz fuera de nuestras fronteras en el Festival de Venecia de 1963, donde fue recibida como una obra mayor del cine europeo contemporáneo y obtuvo el Premio de la Crítica Internacional (FIPRESCI). Allí, lejos del control directo del régimen, la película fue leída sin ambigüedades, como una sátira feroz contra la pena de muerte y, por extensión, contra la maquinaria moral del franquismo.
Ese reconocimiento internacional funcionó como blindaje político. Prohibir la película después de su paso por Venecia habría supuesto un coste diplomático y cultural demasiado alto para un régimen que, en esos años, intentaba lavar su imagen exterior y presentarse como un país moderno y estable. El franquismo necesitaba prestigio cultural tanto como control interno del país, y Berlanga supo jugar en esa grieta para colar su película. El director consiguió que Franco se referiera a él como alguien "peor que un comunista, un mal español".
Las bajezas morales al descubierto
La trama gira en torno a Amadeo (Pepe Isbert), quien ejerce como verdugo de la Audiencia de Madrid y vive con su hija Carmen (Emma Penella), cuya vida sentimental está marcada por el rechazo que provoca el oficio de su padre. Algo similar ocurre con José Luis (Nino Manfredi) , empleado de una funeraria, también condicionado por una profesión que incomoda a los demás. Cuando Carmen y José Luis inician una relación y son descubiertos en la intimidad por el padre de esta, la necesidad de estabilidad mediante una boda se vuelve urgente.
Amadeo confía en que su condición de funcionario le permita acceder a una vivienda pública, pero la proximidad de su jubilación frustra ese objetivo. Ante la negativa, idea una solución: que José Luis herede su puesto como verdugo y, con él, el derecho al piso. Aunque el joven se resiste a aceptar el trabajo, Amadeo le asegura que nunca llegará a ejercerlo. Sin embargo, la realidad termina imponiéndose y desmonta la promesa en una España marcada por las ejecuciones del régimen franquista.
En esta historia nadie sale bien parado. La posibilidad de una vida plena es amputada sistemáticamente a sus protagonistas como radiografía del contexto histórico y las circunstancias de la clase trabajadora. En el metraje hay más pistas sobre las miserias del franquismo y sus mecanismos. En el último tramo, situado en Mallorca, asoman además los primeros signos del turismo de masas, un proceso incipiente que muy pronto marcaría tanto el cine como la transformación social del país.
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