Hay artistas que llegan para ocupar un lugar. Y hay otros que llegan para crearlo. Minelli pertenece a esta segunda especie: la que transforma un género, la que reescribe el mapa de una industria que creía conocerse de memoria. Cuando habla de Mixed Feelings, el álbum con el que abre una nueva etapa, lo hace como quien abre una ventana a su propia habitación interior: “Cada canción guarda un recuerdo, un sentimiento que quise compartir con sinceridad”. En su voz se intuye una confesión, pero también una consigna: la música de baile puede ser emoción, fragilidad, desahogo, relato. Y también conquista.

Nacida como Luisa Ionela Luca en 1988 en Slobozia ,una ciudad rumana que nunca figuró en los atlas de la industria pop, Minelli comenzó a cantar antes incluso de comprender la dimensión de lo que estaba haciendo. Con 11 años ya subía a escenarios locales, y siendo aún adolescente decidió abandonar su ciudad natal y mudarse a Bucarest. Allí, en los márgenes de una industria en perpetua mutación, comprendió que el talento solo avanza cuando se le empuja.

Entre el ensayo y el vértigo

Fue en la capital donde ingresó en Wassabi, una girl band pop que rozó Eurovisión 2007 y que sirvió como primera escuela pública: coreografías milimétricas, giras modestas, cámaras demasiado cerca. No duró mucho, pero dejó huella. Cuando el grupo se disolvió en 2009, Minelli se quedó con algo invaluable: el vértigo del escenario y la convicción de que no quería renunciar a su propia voz.

Los años siguientes fueron de trastienda y paciencia. Colaboraciones, maquetas, estudios nocturnos, canciones escritas para otros. Un trabajo silencioso, casi artesanal, que desembocaría en el punto de inflexión que cambiaría su vida.

El estallido de una solista

En mayo de 2017 irrumpió Empty Spaces, y con él, una versión de Minelli más definida, afilada y consciente. El tema, fichado de inmediato por Ultra Music, escaló listas en 15 países y dejó claro que no estábamos ante un accidente viral, sino ante una autora capaz de convertir lo íntimo en estribillo global.

El eco se amplificó en 2019 con Mariola, un single que se adueñó de las listas rumanas mientras cruzaba fronteras hacia Francia, Reino Unido, Alemania o Rusia. El público encontró en su música un refugio con ritmo, y Minelli encontró, por fin, su velocidad de crucero.

Y entonces llegó 2021. Y llegó Rampampam. Y no hubo vuelta atrás.

Ese beat reconocible en dos segundos, ese bajo que avanza como un latido, esa historia de desengaño contada sin dramatismo, pero con ironía afilada, hicieron del tema un fenómeno mundial: #4 en Shazam Global, #1 en Shazam Global Dance, número uno en 17 países, 406 millones de visualizaciones en YouTube, más de 140 millones de streams en Spotify. Su compañera de año, Nothing Hurts, se sumó al impulso. Y Deep Sea, junto a R3HAB, llevó su nombre a circuitos de club en Estados Unidos, Latinoamérica y Oriente Medio.

La industria ya no hablaba de una promesa rumana: hablaba de una fuerza europea.