Hace apenas tres meses se publicaba un libro de relatos deslumbrantes: Kentucky seco (Sajalín Editores, traducción de Javier Lucini), la obra de un autor del que no teníamos referencias, aunque su nombre nos resultaba familiar: Chris Offutt. Y nos resultaba familiar porque tal vez lo nombraran en alguna crónica del añorado Félix Romeo o en alguno de esos enjundiosos prólogos de Rodrigo Fresán. Ahora en Malas Tierras, una nueva editorial que empezó con la reedición de Dog Soldiers de Robert Stone, aparece uno de sus libros de memorias más celebrados: Mi padre, el pornógrafo, con traducción de Ce Santiago. Y lo que en sus páginas nos cuenta es perturbador, emotivo, disparatado, asombroso y delirante.

Porque el padre de Chris Offutt era un escritor llamado Andrew J. Offutt, quien despuntó en la ciencia ficción con algunos relatos antes de convertirse en uno de los autores más prolíficos de la historia, uno de esos tipos que trabajan día y noche para alumbrar novelas pulp o de bolsillo, novelas escritas a la carrera y con cubiertas repletas de dibujos descacharrantes pero a la vez fabulosos. Andy Offutt, como una especie de Jess Franco literario, fue autor de cientos de libros y utilizó cerca de veinte pseudónimos en sus publicaciones, y se movió entre los géneros con la soltura de quien es capaz de escribir millones de páginas a la semana: fantasía, ciencia ficción, algún thriller y muchísimas novelas pornográficas. Su bibliografía, examinada con lupa por su hijo, rondaba los 400 títulos.

A la muerte de su padre, Chris se encargó de la gestión de su material: de organizar sus manuscritos, revisar su correspondencia, ordenar la bibliografía… Una tarea hercúlea, casi malsana por obligarse a la lectura de numerosas novelas pornográficas, que hicieron tanta mella en su hijo que estuvo un tiempo alejado del sexo porque le provocaba una especie de repulsión. Chris Offutt se propuso escribir una especie de biografía de su padre, y para ello tuvo que practicar la inmersión en sus libros, en sus cartas, en sus recuerdos, en su material de archivo (publicaciones eróticas, revistas pornográficas, libros de diversos géneros…). Pero el escritor de Kentucky seco no se limita sólo a contarnos la historia de su padre, un hombre maniático, autoritario, misántropo, frío con sus vástagos, obsesionado con su trabajo y convencido de que la escritura del porno le había alejado de la posibilidad de convertirse en un asesino en serie porque aquellas historias lo mantenían centrado en sus obsesiones y perversiones: también nos cuenta su propia historia, desde cómo fue su infancia con aquel padre raro hasta sus primeros pasos en la literatura, desde sus devaneos por el mundo tratando de encontrar su meta y su identidad hasta esos momentos en los que, con el padre ya muerto, conversa con su madre y trata de inmiscuirla en una vida tranquila, sin las manías de aquel hombre sometido a la máquina de escribir. Chris también descubrió un cómic de miles de páginas entre los archivos familiares: un cómic que su padre había dibujado y escrito durante años y que no publicó jamás porque era su obra privada, su secreto, su vía de escape para dirigir sus parafilias y compulsiones.

La habilidad de Offutt ya la encontrábamos en sus relatos, donde su mirada se iba posando en los desfavorecidos y en las personas arrastradas por la mala suerte, y su prosa nos ofrecía un tratamiento que compagina la piedad con la crítica. Es lo que ocurre también en este emotivo libro de memorias: el retrato que elabora de su padre nos trae a un hombre cruel y maniático, pero también a un individuo vulnerable que, durante algún tiempo, sí quiso a sus hijos y a su mujer (aunque a su manera). Alguien al que odiar casi siempre, pero al que admirar en algunas ocasiones. Una persona egoísta, pero también brillante. Un tipo enclaustrado en casa, incapaz de realizar tareas domésticas, y sometido siempre a la escritura, como una máquina de churros que nunca descansa. Algo parecido a lo que ofrecía Mary Karr al retratar a sus padres en El club de los mentirosos: esa mezcla salvaje de odio y amor, severidad y misericordia.

Aparte de esa infancia y adolescenia raras, con la familia acudiendo a encuentros y convenciones de ciencia ficción, lugares insólitos repletos de fans y de frikis, Offutt nos desvela también un capítulo tenebroso de cuando era un chaval: los abusos sexuales a los que le sometió un fulano, que le daba dinero a cambio de manosearle, y que le generó un complejo de culpa, una confusión en su identidad sexual durante un tiempo y un trauma que tardó años en confesar. No encontraremos, quizá, mejor terapia que la escritura para que una persona se enfrente a sus fantasmas y trate de esquivar sus miedos.  

Michael Chabon, otro de los grandes escritores contemporáneos de Norteamérica, escribió acerca de este libro: Capaz de transmitir la realidad más dura sin inmutarse, la prosa de Chris Offutt es una de las mejores de la actualidad […]. Mi padre, el pornógrafo es su obra maestra.