Almudena Grandes dio el pregón de las fiestas de San Isidro de 2018 y dijo desde un balcón que cuando era pequeña echaba de menos un lugar al que volver en navidad porque todas sus amigas tenían algún pueblo o ciudad remota a la que regresar y reencontrarse con primos, tíos y abuelos; mientras ella siempre se quedaba en Madrid, donde vivía a poquitos metros de toda su familia. Muchos alguna vez nos habremos sentido así por no tener la posibilidad de desdoblarnos en una casa junto al mar, en una pequeña aldea donde comer postres autóctonos, en la casa materna de una abuela que no existe que nos hable con un acento que no es el nuestro. Algunos, como Almudena, no tenemos otro lugar de donde ser. Pero eso no significa que la herencia que mamamos sea menos rica ni menos inquieta que la de nuestros homólogos en el resto del país.
El bastión de la cultura popular
De todas las culturas que conviven en la capital, la que mejor vertebra Madrid es la popular. El palabreo, las lecciones de segunda mano, los bancos y las calles del barrio. Los "mejor andando que en metro, mejor en metro que en autobús y hay que llegar media hora antes para entrar en cualquier sitio", que decía Almudena hace ya siete años. Si preguntáramos, para muchos la mayor virtud parida de esta ciudad sería la capacidad de lo moldeable, porque muchos de nosotros únicamente nos reconocemos en un lugar que no necesita hacer de anfitrión; porque no hay nadie a quien acoger sino la certeza de que estamos en el mismo sitio que las manos a las que agarrarnos.
Los eventos de autogestión y reafirmación comunitaria han articulado siempre la vida en Madrid. Desde las corralas en las que nuestras abuelas criaban y cuidaban a los hijos de las vecinas, hasta los centros sociales donde ahora nos encontramos con nuestras compañeras y aprendemos la premisa madrileña por excelencia que Almudena Grandes recordaba desde el Ayuntamiento en 2018: "No eres nadie y nunca lo serás". Por ello reivindicamos nuestro don más preciado y en el que radica nuestra cultura popular: la capacidad de poder diluirnos en la masa heterogénea que es la ciudad, ocupando sus plazas y su callejero tal y como lo hacían los habitantes de la Villa por el Rastro en tiempos de Carlos III o Carmen Maura en el Madrid nocturno y explosivo de Almodóvar.
Una capital sin historia
Cada vez somos testigos de una capital más diversa y viva que sigue reuniéndose alrededor del ocio popular en las terrazas, los parques y los espacios comunes, que contnúa con el legado de una vecindad centenaria que no entiende de ascendencias. A menudo se afirma que Madrid no dispone de un imaginario folclórico tan amplio y rico como el otros lugares de España, y tal vez sea cierto. Pero precisamente la historia de esta ciudad se cimenta en las historias particulares de todos los anónimos que la han habitado alguna vez y que marcan las costumbres, la agenda y la crónica de la ciudad.