Lux está concebida para ser una obra magna. La grandilocuencia de trece idiomas, un despliegue orquestal y sinfónico y la ambición última de acercarse a dios no son para menos. El cuarto trabajo de Rosalía se ha filtrado dos días antes de su publicación oficial y ha dejado entrever sus costuras al mundo este pasado miércoles, desatando la locura por una de las artistas nacionales más importantes de la historia fuera de nuestras fronteras. La catalana ha resuelto un buen álbum, contundente, fresco y de gran calidad, pero que por otra parte, probablemente intente abarcar lo inabarcable. 

Más imponente que Los Ángeles, menos mainstream que Motomami y con mayor número de colores que El mal querer, Lux, es un compendio del universo al que Rosalía tiene acostumbrado a su público y parido desde una élite pop y por qué no, con mucho gusto. En gran medida, ella marca la agenda internacional, que decide lo qué es digno de ensalzar, y ahora, como pico del iceberg en su carrera, es el turno de la divinidad como energía vertebradora y calibrante. Porque a Rosalía le ha tocado dios -o al menos eso es lo que nos confiesa a lo largo del álbum- y esta debe corresponder con esfuerzo para fundirse en su seno. “Gasolina, vino tinto, puros y chocolate, bailamos con amor encima de mi cadáver”, dice en Magnolias, el ocaso del disco.

Cuatro movimientos son los que estructuran este rezo de la cantante dirigido a, según ha explicado en distintas entrevistas durante la promoción del disco, el único ente capaz de “llenar el espacio” vacío y anhelante de ejemplo que presenta la protagonista, tal vez como un diagnóstico -por accidente- de nuestros tiempos. "Mundo y Dios", como dice en uno de los temas, se unen bajo las claves de un pop experimental, que surte efecto como amalgama de muchas cosas, atravesando un viaje que no revoluciona el género, pero sí sigue en conosonancia con la fe que la catalana predica tan bien.

El desvelo de 'Lux'

Sin embargo, no todo iban a ser cánticos angelicales. Tracks como Novia robot o La Perla -ambas acertadísimas-, son los pequeños pies que se asoman sobre ritmos distintos, más acelerados y pegajosos, porque, ante todo, Lux es un disco moderno. Se remite a la espiritualidad, siente una terrible inquietud por la figura divina que va mucho más allá de una inclinación folclórica, pero aun así, es vanguardista."Medalla olímpica de oro al más cabrón". 

Quiero creer que lo que Rosalía expone en este proyecto nace de un desasosiego genuino, y de hecho sería la suposición coherente teniendo en cuenta su trayectoria, que sí se ha mantenido lógica en apetencias y sustancia aunque no lo haya hecho musical y estéticamente. Y eso es algo que tiene valor, y que no deja de estar presente en Lux, donde la artista ha demostrado que le interesa esculpir piezas que perduren. Se ha casado con la relevancia y la verdad es que sabe lucirla. 

Una vez recorrido los dieciocho temas que componen el disco, puede resolverse que este cuarto álbum no es en sí mismo propaganda puritana ni un intento de 'formar a las masas', como algunos han señalado, haciendo que los jóvenes por fin consuman orquestas sinfónicas desde sus móviles. Es posible que alguna de ellas sea una consecuencia natural, pero no son el fin último de un disco sólido y que requiere un innegable talento a pesar de la pomposidad extrema y en ocasiones, demasiado gratuita, de su tracklist

 

Conocimiento y fe

Lux, aunque escape en cierta medida de los límites de lo dominante en la industria, es un ejercicio de asentamiento. Se debe tener aplomo y conocimiento para lanzar este disco, pero también una posición privilegiada, y la catalana combina esta triada de manera envidiable en comparación con otros artistas internacionales ya colocados en el centro de la escena. Va a funcionar porque la cantante española tiene la capacidad de postular sus proyectos como una extensión de su carne, algo que parece sencillo pero no lo es. 

Desde luego es remarcable publicar un disco de dieciocho canciones sin estribillos ni melodías especialmente pegadizas, intercambiando lo estrictamente comercial por la transcendencia -para algunos, impostada- en una rueda que agoniza ante el algoritmo. Y aunque Rosalía dispone de los recursos para hacer algo así, también cerciora la valentía y la sensibilidad que la caracterizaban en sus inicios. No sé si está tocada por dios, pero desde luego sí ha nacido para esto.

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