Atención a esta novela porque supuso el debut de un escritor de inmenso talento: Robert Coover. Inexplicablemente no estaba publicada en España. Aunque, si uno repasa cada semana los boletines de novedades de las editoriales y de las distribuidoras, tal vez sí lo "entienda" aunque no lo comparta: porque cada día se publica más mierda con envoltorio de lujo… Por eso debemos celebrar que personas como José Luis Amores, editor y traductor de esta obra, sigan apostando por piezas que conforman lo que entendemos algunos por literatura. El origen de los brunistas no estará en las listas de Mejores Libros del Año que publican los diarios en diciembre, ni falta que hace: porque probablemente será superior a todo lo demás.

The Origin of the Brunists, ganadora del premio de la Fundación William Faulkner a la Mejor Primera Novela, y que a mí me recordó a ese circo que se monta en El gran carnaval (una de las obras cumbres de Billy Wilder, protagonizada por Kirk Douglas) cuando un hombre se queda atrapado en una mina y el periodista de turno saca el máximo partido de la situación para seguir vendiendo periódicos (en España acabamos de vivir, por desgracia, una situación similar), comienza con un minero que se salva de un accidente en la mina que trabaja. Ha estado en una galería en la que murieron asfixiados todos los hombres menos él. Esto convierte al superviviente, de nombre Giovanni Bruno, en una especie de profeta, en un iluminado que afirma haber visto en la mina un pájaro blanco, y que espera que le anuncien la fecha del Apocalipsis. En torno a él se forma una nueva secta de adoradores de este visionario y de fanáticos a los que acaban denominando "brunistas".

Coover, en su magistral despliegue narrativo, pulsa un montón de temas (la familia, el matrimonio, el periodismo, la infidelidad, el fanatismo, la irracionalidad de las masas cuando enloquecen y se dejan llevar por la opinión mayoritaria, la histeria, la religión…) y, como es habitual en sus libros, va mezclando con sabiduría el humor más ácido con pasajes repletos de crueldad, de drama, que logran que a uno se le congele la sonrisa al pasar a otra página. Esa chifladura de las masas también recuerda, en cierto momento, al final de la novela El día de la langosta, de Nathanael West.

Estamos ante 500 páginas que uno disfruta sin que el autor le proporcione un respiro, pues siempre incluye la sátira, los diálogos jocosos, los personajes descacharrantes, los apodos que definen a cada paleto que se pasea por los escenarios del libro… Es deslumbrante ver cómo satiriza a los fanáticos, a los descerebrados, a los tipos que son toscos de mente y rudos en modales, a los déspotas… Por si esto no bastara, hace unos años Coover publicó la secuela, The Brunist Day of Wrath, que alcanza las 1.000 páginas. Quienes han leído otros libros suyos ya sabrán cómo actúa: toma un género, le da la vuelta y lo retuerce, le saca jugo y nos devuelve una pieza en la que va desmontando su mecanismo hasta devolvernos algo inesperado. 

Aquí van un par de extractos:  

Todo el día masticando asfalto grasiento con el coche para nada. Por el camino pasó un montón de canteras, blancas de nieve, y eso le deprimió aún más. No sólo se cargaban el campo, sino que además significaban menos empleos, y empleos que él no sabía desempeñar. Y encima ahora hablaban de quemar las vetas de carbón para sacar gas: soltó una maldición y dio un palmetazo contra el volante. "¡Vamos, Dios! ¡Sácame de esta!", dijo en voz alta. Vince siempre había imaginado a Dios como un viejo bastardo duro y moreno que vivía a todo plan, tenía un brazo largo y elástico, hablaba italiano de la calle, daba a los hijos de perra su merecido y, por alguna razón inexplicable, tenía un cariño peculiar por Vince. Su visión no había cambiado mucho, aunque estaba empezando a sospechar que quizá Dios le había metido a él entre los hijos de perra.

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Preocupación: de hecho, ¿qué noche en West Condon termina sin preocupaciones? Ciertamente, el Domingo de Pascua previo al profetizado fin del mundo no es una excepción. La preocupación es el temor universal templado por la esperanza, prolepsis del placer y el dolor por igual, y tan intrínseca de la condición humana, que la humanidad ha sido definida por ella alguna que otra vez. Y así, esta noche, a los padres les preocupan sus hijas, a las esposas sus maridos, a los ministros sus rebaños, a los médicos sus pacientes, a los brunistas cómo se enfrentarán al Fin, a los escépticos la verdad, al alcalde el bochorno y la vergüenza y las próximas elecciones, a los empresarios el desplome y a los mineros el desempleo, a los hijos sus envejecidos padres, y a todos los habitantes de West Condon les preocupa una que otra vez, a menos que duerman como benditos delante de la tele, su salud o su virilidad o su peso o su período o su felicidad o cuándo y cómo van a morir.