La aparición de un libro de Thomas Bernhard es siempre un acontecimiento. Una ruptura de la imaginación con la realidad como destino; un quiebre de la literatura con la versión del poder. El escritor austríaco logró crear un narrador compulsivo, delirante, enfermo de descubrimientos (a partir de frases largas). Quizá el narrador más potente de los últimos cincuenta años. La editorial Contraseña publica 'Andar', con la traducción de Virginia Maza. Este libro de 120 páginas es una sinfonía sobre el andar y el pensar.
Andar y pensar son movimientos que ocurren a una velocidad similar o contrapuesta, según la disposición de cada sujeto. ¿Disposición o posibilidad? ¿Puede un caminante alcanzar la dicotomía de un pensamiento? Ambos movimientos se aprenden, se normalizan y también se rebelan. En 'Andar' el narrador pasea los miércoles con su amigo Oehler, mientras que los lunes lo hace con su otro amigo, Karrer. Esto hasta que Karrer es internado en un psiquiátrico y el narrador le propone a Oehler pasear lunes y miércoles. En esta nueva dinámica del acompañamiento, el narrador descubre que Oehler y Karrer igual paseaban, pero se entera no por una confesión sino porque los lunes Oehler camina más rápido. Entonces se genera en el narrador una serie de especulaciones sobre el andar, los pensamientos y sus velocidades.
'Andar' acaba de ser publicado por la editorial Contraseña, bajo la traducción de Virginia Maza. Cada libro de Thomas Bernhard representa un acontecimiento, no importa que haya existido en un tomo de relatos publicado por otra editorial, o que la traducción no sea de Miguel Sáenz, el responsable de presentarnos las grandes obras del escritor austríaco. En este caso, el suceso se reafirma con nuevos matices. La traducción de Maza entra en la respiración de Bernhard para interpretarla con una musicalidad que me reafirma que este escritor creaba sinfonía en forma de narrativa. “No debemos hacer de lo que hacemos el objeto de nuestro pensamiento porque en primer lugar caeríamos en la duda fatal y al final en la desesperación fatal”, dice el narrador. Y camina, piensa tanto como camina. A veces consciente de que el pensamiento dispone de tiempos y formas no del todo explicables (¿acaso el paseo no?); en otros momentos prosigue entregado a la más completa ingenuidad del andar, del pensar, como un ser que circula gracias a las contradicciones.
“Habiendo llegado tan lejos como hemos llegado (con los pensamientos), dice Oehler, debemos sacar las consecuencias e interrumpir esos pensamientos (o el pensamiento) que han (o ha) hecho posible que lleguemos hasta aquí”. Cuenta el narrador, y se reitera, necesita decirse lo mismo o volver al punto anterior de otra manera, similar, como quien da vueltas por los bordes para encontrar la respuesta. O el otro lado de la pregunta. Sin ánimo de especular, en lo que llevamos del siglo XXI, existe una guerra contra la acción de pensar. Los estímulos bloquean el pensamiento como si de ráfagas se tratara. El tecno feudalismo nos necesita rabiosos, viscerales, que actuemos desde las tripas. La reflexión está herida de tiempo, la velocidad le ha pasado por encima y la estira, la estira hasta el extremo de la aniquilación. Ante ese escenario, leer a Bernhard es un ejercicio de insubordinación del pensamiento.
Hace poco un amigo me aseguraba que Thomas Bernhard ya le había dicho todo en una etapa (el dilema de creer que toda vida solo descubre en la adolescencia), cuando se obsesionó con su obra. Que ahora le era difícil volver a él, como quien segmenta los acontecimientos según su experiencia (¿y la imaginación, los otros ángulos del punto de vista?). Con todo respeto a mi amigo, los libros de Bernhard dinamitan las etapas y nos hablan de manera distinta cada vez que nos acercamos a sus páginas. Me atrevería a decir que, en este presente, tan saturado de literatura fácil (argumentos reiterativos como si fuesen un somnífero de la realidad), 'Andar' es la gran novedad que nos ofrece el mundo editorial español en el año 2025. La literatura de Thomas Bernhard es filosofía, la ficción como martillo que va derribando (palabra a palabra) la cúpula que nos impide el pensamiento. Su narrador está enfermo, padece de una irremediable necesidad de explicarlo todo, como si pudiera ver que el mundo que lo rodea se mueve sobre un vacío interminable. La patria, los padres, el estado, los médicos, la burocracia, la mediocridad, las relaciones personales, la locura. El narrador, quizá el mejor de los últimos cincuenta años, pareciera burlarse de sí mismo y del mundo. Piensa y anda sin parar, se sabe un paciente más en el manicomio de las interpretaciones.