En su espectacular, necesario y monumental documental Shoah, el cineasta y escritor Claude Lanzmann nos enseñó, entre otras cosas, que para narrar el Holocausto, para intentar entender la magnitud de lo que sucedió, era necesario dar voz a todos y cada uno que lo sufrieron. Convertida en película monumento, durante horas escuchábamos a los supervivientes hablar y narrar sus experiencias para dar habida cuenta de una poliédrica realidad. Y aun así, quedaban muchos sin poder hablar, no solo aquellos que evidentemente no pudieron sobrevivir para hacerlos, sino tantos otros que nunca quisieron hablar de ello. No querían recordar. Pero todo testimonio del horror es necesario.


Sin flores ni coronas, de Odette Elina, recuperada en nueva edición por la editorial Periférica, es un breve libro que, nada más ser liberada de Auschwitz en 1945, la autora decidió escribir acompañando las páginas con dibujos (Elina era pintora antes que escritora). Sentía la necesidad de recuperar sus recuerdos y plasmarlos por escrito. Como ella misma asegura en el prólogo: “no me arrepiento de haber escrito estas notas al volver del campo de concentración, pues, a la larga, los recuerdos se deforman, se edulcoran o se dramatiza, y se alejan siempre de la realidad”. Por eso Sin flores ni coronas posee un tono de urgencia, de recuerdos construidos a base de retazos, de fogonazos de la memoria. No se trata de un libro narrativo en tanto a desarrollo dramático articulado de una manera u otra, sino en forma de imágenes que van surgiendo en la memoria y se plasman en papel para, después, ordenarlas convenientemente. Aun así, el libro posee una coherencia interna y una linealidad, aunque importa menos que las sensaciones que transmite.


Elina entrega un libro de memorias (o de recuerdos, que no es lo mismo) que se añade a esa literatura del horror que ha ido, libro a libro, testimonio a testimonio, construyendo un relato personal y humano (para lo bueno y para lo malo) del terror. Da igual que hayamos leído anteriormente diarios similares, todos deben ser leídos. Porque cada experiencia es tan parecida a las demás como diferente. En Sin flores ni coronas asistimos a pasajes que nos resultan conocidos, pero también nos dejamos atrapar por un estilo, el de Elina, directo y sin ornamento, urgente como decíamos, que plasma sus recuerdos con poderosa potencia visual y fuerza dramática. Expresa las cosas con claridad, sin ser demasiado dura, pero tampoco condescendiente. Llama la atención su capacidad para hablar de las bondades de las demás internas pero también del comportamiento a veces duro y poco solidario que se llevaba a cabo. Convertidos en animales, despojados de su condición humana, Sin flores ni coronas transmite con extrema dureza el proceso de animalización al que eran sometidos los prisioneros. En ocasiones, Elina, sobre todo durante una breve enfermedad, recuerda su pasado, se pregunta sobre su propia naturaleza humana en busca de verse como persona en el infierno.


Y sin embargo, mediada la narración, dice: “la gente siempre tiene tendencia a creer que es la única que sufre. Como si sólo le quedase el suficiente corazón para apiadarse de sí misma”. Y entonces, dedica varios capítulos a nombrar a compañeras de sufrimiento, nombrado a cada una de ellas y describiéndolas brevemente, como si necesitara alejarse de su propio sufrimiento. Un sufrimiento que Elina transmite tanto en su vertiente más física como interna mediante unas descripciones evocadoras que crean imágenes muy potentes como muy pocas palabras. Como dice Sylvie Jedynak en el postfacio, “las palabras son imágenes”.


Con un lirismo prosaico, no exento en ocasiones de cierta y chocante ironía, Elina muestra la violencia en toda su crudeza, sin florituras estilísticas. Sin flores ni coronas es un libro duro pero necesario escrito por una mujer que, en un momento dado, al recordar un día en el campo, escribe: “llamo a la muerte porque tengo frío, porque el mundo nos olvida y más vale terminar pronto”. Pero esa desesperación acaba suponiendo una fuerza que consiguió que Elina sobreviviera para poder relatar su experiencia.