Bruno Cardeñosa (Ourense, 1972) es periodista y ha escrito más de una veintena de libros centrados en historia oculta, geopolítica, manipulación informativa y fenómenos sociales. Conocido por su labor en radio y prensa, lleva casi dos décadas al frente del programa de Onda Cero ‘La Rosa de los Vientos’, acaba de publicar 'El IV Reich' (Planeta), un libro en el que explora las claves del ascenso de Donald Trump y el fenómeno de la llamada ‘ilustración oscura’. Este movimiento, conocido como 'dark enlightenment' en inglés, impulsa un nuevo orden mundial basado en un ideario ultraconservador destinado a sustituir una democracia que consideran inoperativa. Aspiran a un mundo gobernado por un CEO reaccionario y, para conseguirlo, han institucionalizado la mentira exportándo esta mecánica al resto del mundo. “La mentira necesita un mentiroso, pero la posverdad se basta con un charlatán”, asegura el periodista en su libro. Y qué mejor charlatán que el presidente de EEUU, que ha logrado una red global de aliados.
Cardeñosa subraya que en Europa -y también en España, aunque evita citar nombres- hay líderes que practican las mismas tácticas y construyen una verdad alternativa basada en falsedades. “No es solo Trump, lo inquietante es la cantidad de gente que defiende ese tipo de personalidad y esa forma de ejercer el poder”, explica. Y eso incluye a dirigentes nacionales que actúan como “la versión local” de ese autoritarismo de diseño, enarbolado desde platós, parlamentos y redes sociales con absoluta normalidad.
Posverdad: un proyecto de poder
En este nuevo orden político, un clima cargado de agresividad y testosterona ha normalizado el desprecio por el conocimiento. “Hemos pasado de ocultar la barbaridad a presumir de ella”, lamenta el autor. Y en ese escenario, quienes abanderan discursos de odio encuentran un terreno fértil en el descrédito deliberado de los hechos. Por eso insiste en que la posverdad no es solo una estrategia comunicativa, sino un proyecto de poder. “Se opina sin reflexión, por impulso, sin dejar tiempo al sentido común”, lamenta.
A la expansión de esta “ilustración oscura” contribuye un ecosistema digital dominado por gigantes tecnológicos que, lejos de actuar como contrapeso, se sientan en la misma mesa que Trump y se erigen como cómplices imprescindibles. “Si Zuckerberg anuncia que ya no va a regular contenidos, está renunciando a una responsabilidad esencial. No es irrelevante que millones de personas puedan insultar, amenazar o desinformar sin consecuencias”, critica Cardeñosa.
Sin embargo, Cardeñosa no renuncia al optimismo. Cree que la historia demuestra que el sentido común puede abrirse paso incluso en medio del ruido. “Cuando nos paramos a pensar, la lógica se impone. Ya ocurrió en Europa en los años treinta, y volverá a ocurrir.” Su esperanza es que la sociedad recupere la capacidad de detenerse y analizar, de no dejarse arrastrar por la inmediatez que alimenta a los extremistas. Porque, advierte, “el problema no es un loco suelto, sino un loco apoyado”.
Entrevista con Bruno Cardeñosa: "Muchos votantes consideran que la maldad y la agresividad son cualidades necesarias para ‘arreglar’ el mundo"
P.– Tu libro da mucho miedo.
R.– Lo que da miedo es el personaje y, aún peor, lo que representa. Ya le conocemos de su primer mandato, así que no hay sorpresa: es alguien siniestro que desprecia la democracia y, sin embargo, llega al poder a través de ella. Pero lo más inquietante es la cantidad de gente que respalda esa forma de ejercer el poder: basada en la fuerza, en la mentira, en un pragmatismo amoral.
P.– Ganó contra pronóstico la primera vez y ahora también. ¿Cómo se explica esta nueva victoria?
R.– La gente sabía perfectamente quién era. No es alguien que engañe sobre su naturaleza: él mismo se define como ‘el malo’. Y lo gravísimo es que muchos votantes consideran que la maldad y la agresividad son cualidades necesarias para ‘arreglar’ el mundo. Su primer mandato ya terminó con un presidente alentando un intento de golpe de Estado. Eso debería haber sido suficiente para dejarle fuera.
P.– Él siempre ha usado la mentira como herramienta política.
R.– Desde el principio. Su llegada al poder se cimentó en campañas de descrédito y falsedades. Sin embargo, también dijo la verdad en alguna ocasión: aquello de ‘Podría matar a alguien en la Quinta Avenida y me seguirían votando’. Era monstruoso… pero era cierto. Y lo que da miedo es la gente que lo aplaude.
P.– Hace unos días, en un acto público, escuché a alguien defender su manera de gobernar como un ejemplo para la Unión Europea.
R.– Esa es la señal más clara de que hay un problema profundo. En Europa ya tenemos líderes como Orbán, que es quizá el equivalente más cercano a Trump en el continente. Pero hay muchos ‘Orbán’ potenciales. Cada país tiene su grupo dispuesto a asumir ese autoritarismo disfrazado de democracia. Y eso no solo ocurre en política: en la cultura se está imponiendo la desculturización, la glorificación de la fuerza, de la agresividad, de la testosterona. Antes se ocultaba; ahora se presume de ello.
En Alemania, por ejemplo, el segundo partido más votado tiene claras raíces extremistas. Los servicios de inteligencia alemanes han advertido sobre el ideario völkisch de ese partido, la misma matriz ideológica del nazismo. Han intentado blanquearlo colocando al frente a una mujer, que además es homosexual, pero eso no cambia nada.
P.- Que exhibas, por ejemplo, a un militante negro, como es el caso de VOX en España, no significa que no seas racista.
R.- Evidentemente. Una ideología sigue siendo racista, xenófoba, homófoba o machista con independencia de quién la defienda. Incorporar perfiles así es una estrategia.
P.– ¿Europa se está quedando sin capacidad de respuesta ante un Trump todopoderoso?
R.– Yo creo que Europa duda de sí misma. Y el gran peligro es querer combatir a los extremistas convirtiéndose en ellos. La fuerza de Europa siempre ha sido su compromiso con los valores democráticos, con la libertad, con la verdad. Si renuncia a eso, pierde su identidad. No se puede defender la democracia permitiendo que quienes quieren destruirla la utilicen como caballo de Troya. Defendemos que todo el mundo tiene derecho a la libertad de expresión y se están aprovechando de eso.
P.- La libertad de expresión existe, pero eso no quiere decir que tus ideas sean respetables, el nazismo no es respetable.
R.– Ni respetable ni excusable. Lo que está ocurriendo en Gaza es insoportable, nada justifica matar a miles de civiles. Lo aterrador es que hay quien lo apoya precisamente por su crueldad y que nos riamos de un vídeo en el que Trump convierte Gaza en una Riviera de lujo. ¿Qué nos pasa como sociedad para que eso no nos escandalice? O que pueda llamar “cerdita” a una periodista que le hace una pregunta incómoda.
P.– ¿Qué responsabilidad tenemos como individuos? ¿Qué podemos hacer?
R.– Hablar. No callarnos. En España se decía que en la mesa no se habla de política ni de fútbol. Pues quizá por eso tenemos jóvenes que creen que la dictadura fue buena. Si no hablamos de nuestra historia, otros la reescriben. La educación cívica ha desaparecido, y las nuevas generaciones están creciendo sin referentes sólidos, sin análisis crítico.
P.– Hay políticos que se permiten decir cualquier cosa y no pasa nada.
R.– Sí, y sin consecuencias. En España hubo políticos que sugerían bombardear barcos llenos de inmigrantes y niños. Es una barbaridad, pero hay quien defiende ese camino. Ese es el mayor problema: que una parte de la población jalee el odio y la barbarie como virtud.
P.– A pesar de todo, ¿queda espacio para el optimismo?
R.– Creo que sí, aunque cada vez sea más difícil. Lo que estamos viviendo es una crisis de sentido común. Vivimos tan rápido, reaccionamos tan deprisa, que no reflexionamos. Y el sentido común necesita tiempo. Cuando uno se detiene a pensar, la lógica suele imponerse. Como ocurrió en Europa en los años 30 y 40: hubo crisis, guerra y dolor, pero finalmente prevalecieron la razón y la democracia.
P.– ¿Temes una guerra mundial?
R.– No lo creo. Habrá conflictos locales y una guerra cultural —que ya está aquí— en torno a la igualdad, el feminismo, el racismo. Pero un conflicto global sería devastador incluso para quienes promueven estas ideas. No obstante, sí veremos tensiones y confrontaciones ideológicas muy fuertes.
P.– Has investigado el fenómeno OVNI, en esta distopía en la que parecemos vivir, ¿te da la impresión de que nos han invadido los extraterrestres?
R.– (Sonríe) Ojalá fueran extraterrestres; me preocuparía menos. No tengo claro que existan los extraterrestres, pero sí tengo claro que existen los humanos… y esos sí dan miedo. La realidad supera a la ficción. El problema no es un líder diciendo barbaridades, sino los millones de personas que lo defienden. Ese es el verdadero monstruo.