Texto épico de Fernando Arrabal, para muchos el mejor que ha escrito, sobre las mujeres que influyeron (y mucho) en la obra de Cervantes. Excelente montaje de Juan Carlos de la Fuente, y excelente interpretación de Ana Torrent, María Hervás o Lara Grube.

 

Un tema recurrente, posiblemente una inspiración, en las piezas de Fernando Arrabal, es el desprecio a su madre, que repudió al padre del dramaturgo cuando lo procesaron como disidente en el ejército, lo que impidió que su hijo, hoy un autor esencial en nuestra literatura, lo conociese. Un episodio, aquel, que trastocó a Arrabal, pero no lo convirtió, ni mucho menos, en un misógino. Todo lo contrario. Sus libertaria obra está plagada de pruebas de ello, y cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente, director artístico del Teatro Español, le propuso elaborar un texto para celebrar el IV Centenario de la segunda parte de El Quijote, incidiendo en la vocación feminista de Cervantes, Arrabal aceptó el reto centrando la pieza en la constelación familiar de mujeres que rodearon al autor alcalaíno.

 

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Y es que las mujeres que hubo en la vida de Cervantes no constituyeron una influencia difusa para él, sino muy directa. Muchos de los personajes femeninos que el autor creó están claramente basados en ellas, en sus valores, en su biografía. Siempre los describe con admiración, los erige como una vida ejemplar. Admiraba a sus hermanas tanto como sus hermanas lo admiraban a él, porque habían conseguido, al igual que su tía abuela, la independencia económica y la libertad, en un momento en el que la vida y los destinos de las mujeres estaban sometidos al hombre. Cervantes abrazaba, así, en pleno Siglo de Oro, una postura claramente feminista.

 

Arrabal ha decidido rendir un tributo escénico a estos personajes. Una revancha a la Historia ensalzando el carácter de las mujeres de Cervantes, su espíritu transgresor y su rol transformador de la obra del maestro de las letras españolas. Es, acaso, otra muesca reivindicativa del cofundador del Grupo del Pánico, siempre combatiendo los grilletes de las convenciones y cuestionando la realidad por la vía del arte, de la poesía, de un teatro próximo al llamado Teatro Épico, de su personal Teatro de la Confusión.

 

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Una encrucijada espacio-temporal, basada en el pasaje de Clavileño, en el que Los Duques engañan a Don Quijote y Sancho haciéndolos creer que volarán a la luna, y que recuerda a otra obra de Arrabal protagonizada por astronautas, Ils passérent des menottes aux fleurs, le sirve a nuestro autor de punto de partida para construir otro de sus textos oníricos, algo esquizofrénicos, pero extraordinarios.

 

 

 

Así, Arrabal nos presenta su excelente pieza Pingüinas. Para muchos es ya su mejor obra. En cualquier caso, el autor echa el resto. Un juego literario escrito por quien es, indiscutiblemente, un grande de las letras españolas, inspirándose en otro de ellos, y con el que coincide en muchas de sus obsesiones. Una obra con las habituales marcas de la casa Arrabal: personajes ingenuos, o en este caso, el de las Pingüinas, engañados, al caer en una era diferente a la suya. Personajes, no obstante, con arrojo y, en algunos casos, impulsos de violencia; las Pingüinas son cañeras, moteras, como expresión en el siglo XXI del fuerte carácter que demostraron en el Siglo de Oro. También, como siempre en Arrabal, hay un ritmo cambiante, la escena a veces se acelera, y a veces es íntima, muy suave. Hay, también como siempre, intimidación del espectador, herencia del Teatro de la Crueldad de Antonine Artaud, en el mismo arranque de la obra o en las ocasiones en las que las Pingüinas se pierden entre el público. Hay, claro, confusión, suscitada por ciertos parlamentos de las protagonistas, y surrealismo, como la entrada en acción de unas gallinas -no olvidemos que Arrabal formó parte del grupo de Breton-. Hay una potentísima estética, poesía visual, en imágenes, como en el conmovedor encuentro de la madre de Cervantes con su hijo encarcelado, que justifica toda la obra y demuestra la superioridad literaria de Arrabal, o en algunos movimientos casi coreográficos de las diez Pingüinas.

 

Hay carga sexual entre las protagonistas, porque el autor siempre ha visto el sexo como una forma de realización. Espiritualidad y ambiente de ritual, muy alimentado con un Cervantes que cae del techo con un arnés, como una apariación casi religiosa, y un clima inundado de incienso. No falta, por supuesto, la presencia del cosmos, los razonamientos de cálculo matemáticos disertaciones sobre el cosmos y las matemáticas, tan herederas de su idolatrada Alicia en el país de las maravillas. Unas disertaciones, en esta ocasión, vinculados a Internet, y preocupadas por la religión y la creación de la vida y el universo. Se destaca la capacidad creadora de Miho, Miguel (Cervantes) dicho en croata, erigido como lo que fue, un gran creador de vida, de grandes obras artísticas. Porque el arte también ofrece milagros.

 

La espectacular puesta en escena, toda una súper producción, y la excelente interpretación de las actrices, en especial de María Hervás, que ya nos dejó sin aliento en Confesiones de Alá; Ana Torrent, muy contenida en su papel de la hermana monja de Cervantes; Lara Grube y su estremecedora interpretación de la madre del autor de La Gitanilla; o Ana Bayón, un torrente de energía como la hija no reconocida del de Alcalá de Henares, hacen de esta una ocasión imperdible para disfrutar del mejor Arrabal.

 

Pingüinas. Naves del Matadero Madrid. Hasta el 14 de junio. www.teatroespanol.es