Marruecos está en boca de muchos conocidos últimamente cuando preguntas por sus planes de verano. No sé porqué está tan de moda ahora, pero en el fondo lo entiendo. Fue uno de mis primeros destinos y nos cautivó tanto que tuvimos que repetir al poco tiempo. Por poco dinero y un vuelo de unas dos horas, te plantas en un país de contrastes, olores y suficientemente exótico para sentir-te, aunque sea un poco, Lawrence de Arabia (que por cierto, la película se filmó en la meca del cine marroquí de Ouarzazate; concretamente, los decorados son una antigua kasbah llamada Aid Ben Haddou y que recomiendo visitar o pernoctar). ¿Y que es una kasbah? Pues es como se refieren, en árabe, al centro histórico de las ciudades, normalmente hecha de adobe y muchas de ellas magníficas y bastante bien conservadas. ¡En Marruecos podéis ver muchísimas!


Normalmente, la mejor conexión es llegar a Marrakech. En la medina, se puede dormir con presupuestos de lo más distintos, a partir de unos 10 euros. Entre las callejuelas estrechas de las casas de adobe y el zoco, se encuentran hostels o pensiones con cierto encanto por precios módicos, aunque seguramente debas compartir el baño/ducha. Los Riads, que son palacetes árabes, son la mejor opción si quieres un poco de tranquilidad en tu ruta y normalmente, acostumbran a ser muy bonitos y agradables con su patio con fuente en el interior. Lo que no puede faltar en el lugar donde decidáis hospedaros, es una terrada o azotea, pues uno de los mejores momentos para observar la vida de la ciudad se disfruta en el crepúsculo del día, con la llamada del imán que resuena por las calles, el humo de los puestos de comida callejeros de la plaza Jemaa el Fna que empiezan a calentar las brasas para cocinar carne o pescado o especialidades como cusucos, tabulé, sopa harira o un té con menta; el adobe toma un color rojizo con la puesta de sol y los olores impregnan el ambiente, mientras el calor se mitiga con la llegada de la brisa nocturna.

En la plaza no bajéis la guardia con los acosadores profesionales, vendedores ambulantes, los niños guías y las tatuadoras de henna. Estas últimas nos hicieron una emboscada y con su perseverancia nos vencieron aunque ya era nuestro último día y creíamos haber hecho un curso acelerado para darles esquinazo; volvimos al hotel derrotados, yo con un tatuaje que me recorría todo el brazo y mi amigo un escorpión muy mono en el tobillo.

Hay gente que se queda en la medina de Marrakech, pues quieren disfrutar de una escapada corta, degustando la gastronomía, las compras en el zoco de todo tipo de marroquinería y especias y quizás una visita al Hammam, que es como le llaman a los baños públicos y que una servidora recomienda fervientemente visitar. Al igual que los onsens de Japón (otro día os hablaré de ellos) los hammams forman parte de la cultura de la población, convirtiéndose en el momento de socialización tanto de los hombres como de las mujeres. Quizás estas últimas encuentren en este lugar, donde el agua corre y se limpia el alma, un espacio para las confesiones, la sororidad o hermandad entre mujeres, en una sociedad machista que las esclaviza, invisibiliza, acosa y silencia. A los hombres se les encuentra socializando más en los cafés, conversando, fumando o jugando a algún juego de mesa.

Evidentemente eso también se puede trasladar, en parte, al trato que puede recibir una mujer turista si viaja sola. Lo importante, creo yo, es ser consciente del lugar que se visita y tomar precauciones, sin que ello te amargue las vacaciones; pero la ignorancia o la ingenuidad pueden darte algún disgusto.


Si dispones de mas días, vale la pena alquilar un coche en el aeropuerto, contratar un taxi o tomar el autobús y salir del bullicio de la gran ciudad para visitar lugares mas auténticos, como una de las poblaciones más reconocidas por su belleza, como Chefchaouen. Allí, las casas pintadas de blanco y azul tizón crean calles empinadas y laberínticas, con tiendas de artesanía, especias y flores y donde vale la pena quedarse algunos días. La ciudad se encuentra a los pies de dos montes, el Tisouka y Megou de la Cordillera del Rif, de allí su nombre que significa “mira los cuernos”. Sus alrededores, lejos están de la imagen desértica que podamos tener de Marruecos, con bosques verdes y una lluvia recurrente.

Por el camino al sur hacia las puertas del desierto de Merzouga, hay que cruzar la cordillera del Atlas por donde encontrareis pueblos pequeños y monos y, dependiendo de la época del año, también nieve. Como os decía, seguimos con los contrastes. A medida que uno se adentra en tierras con más presencia o influencia Tuareg (nómadas del desierto) la relación con la población local se vuelve mas relajada y los negocios con los turistas se combinan con la curiosidad y la hospitalidad más sincera. El camino se abre después de las carreteras de montaña, con grandes valles con palmeras que van transcurriendo, como oasis del paraíso. La piedra va dejando paso a la arena fina, que juega con tonos amarillentos y rojizos. Para visitar el desierto y las dunas hay diversas “puertas”, que se encuentran en ciudades como Merzouga o Zagora. Muchos locales hacen excursiones adaptadas a todos los bolsillos y gustos, des de todo terrenos con una haima en el desierto, travesías en camello y dormir en un oasis, hasta rutas en bicicleta o sandboard en las dunas.

Para los amantes de los lugares perdidos, silenciosos y cubiertos por un manto de estrellas que brillan sin que ninguna luz compita por tu atención, el desierto debe ser una parada obligatoria. Además si la música tradicional es de tu interés, en las cercanías de Merzouga se encuentra una etnia minoritaria llamada gnawa, que provienen de antiguos esclavos del áfrica subsahariana y que conservan su música espiritual de curación mediante el trance. Una vez al año, cruzan el país hasta la costa, hasta llegar a la ciudad de Essaouira, para reunirse con otros gnawa y donde se celebra uno de los festivales más atractivos de música étnica donde el pálpito del corazón se transforma en pulsos musicales.  Si las casas de Chefchaouen os gustaron, entonces no hay que perderse Essaouira, con un centro interesante y playas quilométricas donde muchos deciden hacer surf en las olas del Atlántico. La brisa marina y la tradición pesquera crean un ambiente marinero que se saborea y disfruta con largos paseos por la muralla que frena las olas, entre artistas callejeros y familias que salen a disfrutar de un soplo de aire fresco al atardecer. Los desayunos en una terraza a la sombra, allí o en cualquier lugar del país, son un momento especial, con su zumo de naranja recién exprimido, un gran vaso humeante de té con menta y mucho azúcar que le dan a una, la energía para un día de descubrimientos y experiencias, acompañado por cringals (crepes dulces) a los que se les unta miel, mermelada o queso. El pan árabe sin miga es también una opción recurrente.

Ya que estamos cerca del mar, habrá que probar un Tajin de Poisson, que son buenísimos, además de pescado fresco; aunque siempre aseguraros de su frescura, pues la picaresca es también un detalle a tener en cuenta de los vendedores, y podría no sentarte tan bien como esperas. Ante ese sistema de supervivencia que han desarrollado los marroquíes (y que no significa que todos lo lleven a cabo, pues encontrareis gente magnífica y hospitalaria), el visitante debe desarrollar su sentido arácnido para detectar las tomaduras de pelo, sobrecostes o estafas; al final no es tan complicado y forma parte del juego al que hay que estar dispuesto si se visita Marruecos. Pero siempre, siempre, siempre regatear con una sonrisa y si no os interesa os vais haciendo el moondwalk enseñando la mejor sonrisa profident que tengáis. Seguro que os persiguen con una nueva oferta mucho más interesante.

Después de todas las aventuras y desventuras que podáis tener en el camino no podréis sacaros de la cabeza, olores, sabores, sensaciones y emociones que te puede ofrecer este país vecino, que seguramente no sea la última vez que se cruce en tu camino.

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