Con la llegada del invierno aumentan los casos de resfriados y gripe en toda la población, especialmente entre los niños. Sin embargo, el descenso de las temperaturas no es la causa directa de estas infecciones, sino el desencadenante de una serie de cambios en nuestros hábitos y en el propio organismo que facilitan la transmisión de virus .

Durante los meses fríos se pasa más tiempo en espacios cerrados y se reduce la ventilación, lo que favorece que los virus permanezcan más tiempo en el aire y se propaguen con mayor facilidad. A esto se suma una menor exposición a la luz solar, con un impacto directo en las defensas del organismo.

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Menos luz solar y defensas más bajas

Los días más cortos del invierno influyen en los niveles de vitamina D, un micronutriente clave para el correcto funcionamiento del sistema inmunitario. Esta vitamina participa en la activación de las primeras respuestas defensivas y en el mantenimiento de la barrera intestinal, donde se concentra alrededor del 70% de las células inmunes. Cuando sus niveles descienden, el sistema pierde capacidad de reacción y regulación.

Además, el frío afecta a las mucosas respiratorias, que actúan como primera barrera frente a virus y bacterias. En invierno, estas mucosas tienden a resecarse, reduciendo su eficacia y facilitando la entrada de microorganismos en el organismo .

Los niños, principal foco de contagio en casa

El entorno escolar es uno de los principales espacios de transmisión de virus respiratorios. Según la Sociedad Española de Epidemiología, entre el 20% y el 30% de los menores contraen la gripe cada temporada, lo que convierte a los niños en un foco habitual de contagio dentro del hogar.

“Tos, mocos y fiebre son parte del proceso de maduración inmunitaria infantil”, señala Luisa Varela, directora Técnica y de I+D+i de Vitae Health Innovation. “El foco no debe ser evitar la exposición, sino mejorar la capacidad del organismo para gestionar el contacto con patógenos y recuperar el equilibrio del sistema inmune con mayor rapidez” .

Más allá de “subir las defensas”

Los expertos insisten en que protegerse de los virus no significa activar el sistema inmune de forma constante. El enfoque actual se basa en la inmunomodulación, es decir, ayudar al organismo a ajustar su respuesta según la amenaza real.

Un sistema inmune equilibrado es capaz de reaccionar cuando es necesario y volver a la normalidad una vez superado el riesgo, evitando respuestas excesivas o insuficientes. En este contexto, la ciencia destaca el papel de los llamados inmunonutrientes, compuestos naturales que contribuyen a regular la respuesta inmunitaria sin forzarla.

Entre los inmunonutrientes más estudiados se encuentran los betaglucanos, presentes en levaduras, hongos, cereales y algunas algas. Los procedentes de la levadura Saccharomyces cerevisiae y del alga Euglena gracilis son los más analizados en relación con la inmunidad. Estos compuestos actúan como una señal suave para las células defensivas, mejorando la capacidad de vigilancia del organismo.

“Los betaglucanos contribuyen a que el sistema inmunitario reaccione con más eficiencia cuando detecta una amenaza, como un ‘entrenador’ del sistema, pero sin ponerlo en modo de activación permanente”, explica Francisco Ballesteros, de Vitae .

Otros nutrientes clave son la vitamina D3, que modula la inflamación y refuerza la barrera intestinal; la vitamina B6, necesaria para la producción de anticuerpos y la maduración de células inmunes; y el zinc, un mineral esencial para el correcto funcionamiento de los glóbulos blancos, cuya carencia puede dificultar la resolución de infecciones.

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