Todo empezó cuando, muy lentamente, el llamado neoliberalismo entró en nuestras vidas a partir de la década de los 80. Muy poco a poco Bush, Thacher, Berlusconi, Aznar, Sarkozy, etc., empezaron a sentar las bases políticas, ideológicas, sociales y económicas para introducir EN Europa y América políticas contrarias a los intereses ciudadanos y al llamado Estado del bienestar. Fueron sacando leyes, creando pactos, privatizando empresas públicas, desmantelando y saqueando lo público y trabajando a favor de las grandes corporaciones y lobbys empresariales mientras, a la vez, empobrecían y acababan con derechos y libertades.
Los españoles recordamos con pavor el macabro proceso de privatización del sistema sanitario que fue desmantelado en pocos meses desde que Rajoy ganó las elecciones de noviembre de 2011. Despidieron a mucho personal de los hospitales públicos, y dejaron a la sanidad absolutamente demolida, sin personal y sin recursos. Lo viví muy de cerca porque en esas fechas tuve algún familiar enfermo que padeció aquel desastre. El objetivo de los del Partido Popular era destrozar la sanidad pública para privilegiar a las empresas privadas, alentando a los ciudadanos a contratar pólizas privadas, en la idea (que la derecha publicitó muy bien) de que la pública no funciona y está, según ellos, tomada por los inmigrantes. Consiguieron su objetivo, y ahora la sanidad, como la educación, como la universidad, o las residencias geriátricas, o todo ámbito de lo público son un gran e indecente negocio.
El neoliberalismo o neofascismo que pende sobre nuestras cabezas ha convertido al mundo en un inmenso negocio de unos pocos, en una especie de mercado demencial en el que sólo importa el dinero y el convertir a las personas, los animales, la naturaleza, la vida en general, en mercancía con la que comerciar, sin ningún tipo de escrúpulo ni de medida ética o moral. Y no sólo no se ha superado, como muchos esperábamos, sino que ha ido in crescendo. Ese desgaste que han ido ejecutando poco a poco al pensamiento democrático, esa veneración al dios poder y al dios dinero, ese desprecio cada vez mayor a las personas y a sus derechos han ido posibilitando la resurrección de los idearios totalitarios, es decir, del fascismo, que se ha ido extendiendo por toda Europa y por medio mundo. Es la vuelta de los monstruos, aunque los monstruos nunca se fueron (Sin conciencia: El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean, Robert Hare, 2003).
Y así nos encontramos en enero de 2025 con un reciente presidente del país más poderoso del mundo que parece sacado de un comic de ciencia ficción, o, mejor, de un comic de terror. Un presidente que en los primeros días de su mandato ha tomado una serie de medidas que son un canto grotesco a la intolerancia y al odio: cierre de la frontera, deportaciones masivas de inmigrantes y fin de las políticas verdes y de respeto a la diversidad. Ahí es nada, y sólo ha hecho empezar. Pobre mundo, pensé cuando leía hace unos días sobre este tema. Pobre planeta, pobres animales, pobres bosques, pobres norteamericanos, pobre clima, pobre naturaleza…. Pobre todos, porque lo que haga este señor de ideas del Pleistoceno y de ideología claramente fascista nos va a afectar a todos y a todo.
Es lo peor que le podía pasar al mundo en este preciso momento de emergencia climática y natural que debería verse frenada por medidas radicales que se tomaran al unísono en todos los países del mundo para poner freno al desastre que se nos viene encima. En este momento histórico lo urgente sería poner freno ya a ese ultra capitalismo que los neoliberales han ido consolidando para desgracia de todo y de todos, y hacer frente a esa consiguiente deriva fascista que nos rodea, y que destruyó Europa y Latinoamérica en el siglo XX; y también superar esa inacción de buena parte de las fuerzas democráticas y progresistas que parecen paralizadas ante las maniobras y los embistes reaccionarios.
En su libro Libres e Iguales, el economista y filósofo inglés, un gran referente en el pensamiento político y económico, habla con mucha claridad sobre este tema, ofreciendo alternativas concretas al neoliberalismo económico que, como digo, nos lleva al desastre en todos los ámbitos.
Se trata de un ensayo sobre cómo las ideas de John Rawls (Teoría de la Justicia, 1971) pueden guiar a los partidos progresistas a ofrecer a la sociedad una visión coherente de progreso que haga frente a los autoritarismos que están imponiendo las derechas y las derechas extremas, y personajes tan peligrosos para el mundo como Trump. Expone una idea que a mí me parece esencial: “Los partidos de centroizquierda son demasiado cautos”.
Hace mucho tiempo que sé que la agresión no se frena con pasividad ni desidia, sino con contundencia; y que la maldad no se frena con bondad, sino con firmeza. Dice la periodista y ensayista francesa Caroline Fourest: Il ne faut pas tolérer l,intolérance (no se puede tolerar la intolerancia). Para que triunfe el mal sólo hace falta que los hombres buenos no hagan nada, dijo Edmund Burke hace tres siglos. Nuestra generación no se habrá de lamentar tanto de los crímenes de los perversos como del estremecedor silencio de los bondadosos, dijo Martin Luther King. El silencio cómplice de tantos ha permitido, sin duda, el regreso de los monstruos. Urge revertirlo.
Coral Bravo es Doctora en Filología